Blas Acosta pertenece a esa casta de políticos que creímos en proceso de desaparición con la extensión -con desigual fortuna- de ciertas pautas de comportamiento honradas y decentes. Un día creyó que entrando en política iba a ganar mucho más que con su floreciente negocio de gestoría, restaurantes arrendados o pequeñas operaciones inmobiliarias, quizás porque entendía que con lo público se podía operar de igual manera pero con más ceros. La primera vez que fue sorprendido haciendo el baranda cargó contra el periódico que lo sorprendió, o sea, nosotros, inventando una historia que ocurrió exactamente al revés de como él la cuenta. Quedamos a la espera de que lo diga en un juzgado y no en la intimidad del despacho de un periódico que le quiso creer porque le convenía, porque entonces tendremos que presentar las pruebas. Mientras tanto, Acosta continúa con tareas de responsabilidad en el PSOE majorero y en el Ayuntamiento de Pájara, una institución que, con su impagable ayuda, está en bancarrota y ha empujado hacia esa situación a multitud de empresas. Y con ellas, al desempleo de sus trabajadores.