Del Circo de Marte al cielo en un Don Giovanni

Concierto de ópera Don Giovanni

Candelaria Rodríguez Afonso

Las Palmas de Gran Canaria —

No sé si es por ese nombre, que resulta tan original, no se si el nombre viene dado por lo cercano que desde la Isla Bonita nos resultan nuestros compañeros de Galaxia, el caso es que en ese pequeño espacio se procedió a rubricar el pasado fin de semana, en la Isla de La Palma, el documento que acredita Canarias como Archipiélago Afortunado. Y sí, es una gran fortuna haber podido ser hechizados por una producción artística de tan altos vuelos como reducidos medios.

Un precioso teatro; manantiales de voces límpidas y firmes; una orquesta compacta llena de Músicos; un coro vivo; una escenografía rotunda e invisible; un apasionado corazón, una obra Maestra y un público conocedor, fueron los elementos con los que se cerró el Círculo Mágico.

Si habremos oído y vivído óperas, si hay teatros del mundo señalados como punteros a estos efectos, pues pocas veces una representación dejó tan buen sabor de alma como lo hizo esta representación de D. Giovanni, La Òpera, en la isla de La Palma el pasado viernes 3 y domingo 5 de junio, en el marco del Festival de Música de la Isla de la Palma.

Magia es la palabra que mejor define el sentir de aquella memorable noche, en la cual, acurrucados por una acústica inmejorable, arrancaron los acordes de una obra de arte, de La Ópera D. Giovanni, que como también dijeron muchos otros, entre ellos Wagner es “la ópera de las óperas” o Kierkegaard “the first born of his Kingdom”. Pues en esta noche mágica, D. Giovanni nos trae hasta la Palma procedente de la Sevilla del XVII, las últimas 24 horas de la vida de D. Juan, el libertino no arrepentido.

La orquesta de Minsk, residente de nuestro recién nacido Festival, nos tomó inmediatamente de la mano para llevarnos a sentir y vivir en primera persona aquella trama drama sólo “giocosso” para Don Juan, advirtiéndonos según sonó el escalofriante acorde de Re menor, que ese principio era ya el final, y que estábamos en Sevilla pero que oiríamos hablar Vienés. ¿Cómo?, preguntariáse alguno extrañado; pues gracias al Genio, padre de esta Maravilla, Mozart! Mozart!! quien todo lo puede! Y así, gracias a la destreza de estos músicos que dominan a nivel lengua materna el idioma Mozartiano y a su Director que no dejó suelto ni un solo cabo, tanto así que hasta el propio comendador, figura mandataria por excelencia se rendía ante sus miradas. Y a la par que indicaba a la orquesta si debía emplear el “hochdeutsch” cuando hablaba la nobleza o el “dialecto” vienés si hablaban los citadinos, no perdía de “oído” la potencia sonora de aquellos manantiales de voces femeninas, que emulando a los de la isla, fluían alternativamente o en grupo, en la misma forma que los naturales de la tierra, voces límpidas y cristalinas, afinadas hasta la perfección, todas ellas mujeres señaladas por el ojo del bribón! Nuestra Yolanda, Yolanda Auyanet, infatigable en su lucha por descubrir, a la vez que “recuperar” ,el amor del traidor, bordó a una Doña Elvira, procedente de Burgos engañada pero no “pobrecita” y lo bordó no sólo a nivel vocal, también a nivel interpretativo. Cambiaba de registro dramático con la misma destreza con la que nos cantaba su rabia o su amor, haciendo uso de su cultivada, profesional maravillosa y torrencial voz! Al igual que Yolanda, Doña Anna, nos dejó atónitos con su capacidad de describir a dos bandas a la mujer herida, vilipendiada, y por otro lado llevada a la orfandad de la forma mas insensata posible.

Eva Mei, inmensa, es la segunda vez que la escucho en este teatro, con el mismo resultado, es adictiva, con su voz firme, potente y torrencial, que además supo unirse a Doña Elvira para rescatar de las garras del tirano a Zerlina, Ekaterina Sadovnikova, una joven “citadina” próxima a romper su recién estrenado matrimonio por un capricho del libertino, Zerlina, junto a sus compañeras de drama, víctimas todas, del pecado masculino, nos dio también un soberbio ejemplo de cómo deben manar las voces, de cómo se modulan y de cómo se domina un registro nota por nota, desde la primera hasta la última de la que eres capaz. Estas soberbias mujeres, el Ying, recrearon en el interior de aquel teatro convertido en Sevilla-Viena, el aroma y frescor propio de los entornos naturales bendecidos por la belleza de los manantiales.

Y a su lado o frente a ellas la parte masculina, el Yang, la otra cara, como toda la ópera, también los personajes divididos en dos. Un Leoporello, servil y rebelde, pícaro con casi corazón que nos reflejaba la otra cara de su “amo” haciendo uso también de una enorme teatralidad y dominio de la voz, puesto en escena por Maurizio Lo Piccolo, Masetto, un jovencito furioso con Don Giovanni que supo cantar y expresar la rabia, los celos y el perdón de forma paralela, y a quien le auguramos un gran futuro y lo esperamos con orgullo porque además es hijo de esta tierra, Anelio Gibrán, del cuál se comentaba a posteriori..si esto es empezando…..Don Ottavio, Roberto Saccá, más pendiente de su amor por Doña Anna y por tanto el suyo propio, que del drama que ella estaba viviendo y que supo cantar mas que teatralizar su papel de noble constricto. Personajes estos masculinos casi neutros, en contrapartida a los dos protagonistas, Don Juan y el Convidado de piedra, Don Juan y su víctima mortal, casi seguro casualmente, pues no era éste un asesino de cuerpos masculinos sino de Almas femeninas. El comendador, en voz de Ernesto Morillo, daba miedo, pero sobre todo en su magistral aparición final.

Así, de la mano de estos dos incandescentes personajes, y ahondando de nuevo en la dualidad, nos adentramos en otros senderos de la Isla, pasamos del frescor del agua, al fuego de los volcanes, atravesando la vía, la erupción de la pasión masculina por la mujer: “Es MI hija, o pues yo la quiero para MI”. La lucha de titanes, el desgarro, el grito sordo, la baja y rotunda voz de ese comendador que apareció en escena por un lateral inesperado, iluminado tal cual estuviera en el mas allá, para anunciarnos con esa potente voz, que no dejó de rozar ni un solo milímetro del Circo de Marte, que Don Juan tenía la elección, pedir perdón por sus pecados o marcharse con él a perpetuarse y purgar en otros mundos. Y este nuestro Don Juan, magníficamente resucitado gracias a Paolo Gavanelli eligió la que también según mi opinión fue la mejor decisión, Pentiti: ¡NO!, y Don Juan Gabanelli (ante tal magna interpretación imposible separarles, que durante toda la obra se mueve como único personaje que lo tiene permitido, en ambos campos, pasando del ying al yang, del volcán al arroyo, del verde al rojo intenso, en su grito final se mantiene tan hierático y firme en sus convicciones como hierática y firme era la estatua del comendador.

El NO desgarrador de Agnelli nos cortó a todos las respiración, ¿es inmoral ser consecuente?, o ¿es inmoral lo que los demás creen que lo es?? Nuestro D. Juan no se lo planteó, Mozart tampoco y con ese NO se reveló contra lo que ya se había revelado a lo largo de su vida, empezando por su propio padre. Y Agnelli no pudo interpretar mejor a ese personaje a la vez odioso y odiable, querido y detestable amable y rabioso, sincero y mentiroso, vulgar y noble, que sabía beber de las fuentes de la inocencia del pueblo y saborear el vino de primera calidad de la nobleza a la que pertenecía, se paseaba en ambos espacios sabiendo sacar partido de cada uno de ellos. Agnelli consiguió que las mujeres que estábamos presentes en la sala tuviésemos ganas de subir al escenario a ayudar a Donna Anna a acabar con este inmisericorde rufián que a la vez nos hizo saber que sus risas y su ¡NO! estaban haciendo vibrar cada rincón de la isla.

Y todo esto en el teatro circo de Marte, la Magia, apostada con todos nosotros, con una escena tan firme y rotunda como inexistente, fielmente reproducida por un nobel en la materia, pero gran conocedor de La Ópera, de esta ésta y de otras tantas miles que mantiene en su retina y su imparable cerebro y conocedor del Arte, de la Cultura y de su imperativa y necesaria presencia para seguir adelante o de su extinción para volver a un pasado incierto. Ya que era difícil escenificar esta ópera, se tomó la decisión de hacerla en versión concierto, ante esto, Jerónimo Saavedra, padrino del Festival, que no podía imaginar a estos grandes “Cantactores” sentados delante de la magnifica orquesta con una partitura en las manos, decidió lanzarse al ruedo escénico y dar vida y movimiento a los mismos a través de una escenografía imaginaria pero detallada, al cabo todos sabíamos por donde pasaba la línea divisoria de esta obra dual. A la izquierda del público, la nobleza, el mundo antiguo, a la derecha el pueblo, el mundo moderno, el mundo que venía, cada uno con vestimentas sencillas, de uso diario pero distinguidas, el noble de negro y ellas modificando incluso sus atuendos, el pueblo, alegre, relajado, sin mas pretensiones que poder vivir dignamente sin ser avasallados (hay que ver como pasa el tiempo sin parecer que pase) vestidos de vaqueros y camisas blancas, y sin modificar atuendo. Don Giovanni, ora noble ora campesino, se transformaba según exigencia de sus apetitos, cualquier cosa es válida para conseguir sus objetivos, por eso Jerónimo Saavedra le permitió atravesar a piacere la delgada e invisible línea roja que delimitaba perfectamente el espacio de cada uno.

Esa escena tan sencilla pero que nos situó en lugar, hora y tiempo, realizada de mano de alguien que, por cierto, no se dijo “Director” sino “coordinador” de escena, consciente de que cada cosa lleva su tiempo, su estudio y su trabajo, lo que le hace por tanto Amateur y no diletante (ya sabemos que hay por ejemplo musicólogos que lo son porque han escrito una cosita en un medio, o… porque sí) fue acompañada por una iluminación fantástica situándonos en el parque, en el salón de Don Giovanni, en el patio de Donna Anna o haciéndonos descender al mas allá de donde procedía el comendador.

De esta manera pudimos realizar un viaje magnífico a través del espacio y el tiempo, estando a la vez en África, en Europa y en Marte, ¿no es esto más que tricontinentalidad? Además de haber olido y sentido dos siglos pasados que nos aclaran muchos porqués del presente, razón ésta por la cual no deberíamos nunca dar la espalda a quienes nos dejaron señalado el camino.

Impresionante obra, propia de cualquier teatro europeo de primer orden, excelente actuación conjunta sin olvidar la de la fuerza tractora de Jorge Perdigón, Director del Festival, que con igual Maestría ha sabido situar a La Palma en el mejor de los escenarios. Así se cerró el círculo Mágico! Fuera quedaron de forma voluntaria representantes políticos de instituciones como el Gobierno de Canarias, partícipes económicos en pequeña medida de este magnífico referente cultural, que continúa aún hasta el 18 de Junio.

Desde Aquí recomiendo a quienes no hayan asistido, que lo hagan, que aprovechen esta gran ocasión de poder disfrutar en un teatro de magnificas condiciones de artistas de excepción. Siempre vale la pena moverse a la Isla Bonita, pero de aquí, al día 18 aún más.

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