Emma Negrín: el premio a la constancia (1988)
Biografía
Emma del Pino Negrín Souza (Las Palmas de Gran Canaria, 20-1-1965)
Selección española: 16-4-1988 / 30-4-1988 (Debut / despedida)
Veces internacional: 7 (4-3 victorias / derrotas)
Puntos: 14
El premio a la constancia
Catorce años y 185 centímetros de altura. A día de hoy, en las aulas de cualquier colegio o instituto no es extraño ver a algunas niñas con esas características. A finales de los años setenta o principios de los ochenta era un pequeño acontecimiento. Y para el profesor de gimnasia del Colegio Isabel La Católica de Las Palmas de Gran Canaria, una invitación a que esa niña se pusiera a jugar al baloncesto. Emma del Pino Negrín Souza medía 1,85 metros cuando tenía 14 años, a finales de la década de los setenta. Y así empezó a jugar al baloncesto, “como condición indispensable para que pudiera aprobar la asignatura de Educación Física”.
El destino quiso que aquel profesor fuera el preparador físico de un conjunto que dirigía Domingo Díaz –entonces con el patrocinio de Cortefiel– y también quiso que, antes de ir a disputar un torneo colegial a Tenerife, el equipo del cole jugara un partidillo informal contra el cuadro del propio Díaz. Al entonces joven técnico grancanario le habían hablado “de una niña muy grande que se tira por la cancha en busca de todos los balones” y tenía ganas de verla en acción. Emma asegura que “en esa época no tenía ni idea de jugar a baloncesto y no metía una canasta ni por error; y los rebotes los cogía porque el resto de niñas me llegaba al hombro”. En todo caso, Domingo Díaz vio madera detrás de aquellos 185 centímetros y se fue a su casa para ficharla.
“Supongo que se fijaría en mí porque era alta y la que más se acercaba era mucho más chica”, recuerda Negrín, quien confiesa que “de niña, a nadie le gusta destacar tanto”. Más allá de la altura, tenía otra ventaja que no le pasó inadvertida a Díaz: estaba acostumbrada a hacer deporte. “Jugaba al fútbol, al balonmano, al voleibol... A lo que fuera, pero siempre en la calle”, dice. A partir de ahí, animada por la familia, conoció la disciplina de un equipo y los métodos de entrenamiento de Domingo. “Era muy duro y todavía me acuerdo de subir y bajar por las gradas del López Socas”, apunta Emma, que se quedó a un paso de fichar por la UD Las Palmas, entonces con un equipo de básket femenino que llegó a jugar en Primera División.
“Domingo había estado en mi casa y mis padres y mis tías le habían dado la palabra de que iba a jugar en su equipo... y así empezó la historia”, agrega Emma, que a los cinco meses de descubrir el baloncesto ya fue convocada para participar en una concentración de jóvenes valores a nivel nacional. “Domingo dedicó mucho tiempo a entrenarme y tuvo mucha paciencia. Era muy exigente, pero hay que reconocer que trabajó duro conmigo”, agrega la pívot grancanaria, que en la primavera de 1983 ya participó en el histórico ascenso a Primera División que logró en León el entonces llamado Casa Galicia con jugadoras como Begoña Santana, Gloria Cabrera, Marta Monzón, Loli Monzón, Pilar Burgos, Mariló Rosales o Chari Nuez.
Para entonces, Emma ya había jugado con la selección española cadete que logró la séptima plaza en el europeo de la categoría disputado en agosto de 1982 en Finlandia. Allí estuvieron Teté Ruiz Paz, Clara Jiménez, Gina Elías, Margarita Geuer, Nina Pont, Mónica Messa o la tinerfeña Myriam Henningsen, internacionales absolutas con el tiempo. Pese a ser una recién llegada al baloncesto, Negrín fue titular y promedió 5,3 puntos por partido en un campeonato que le dejó “muy buen recuerdo”. Y un año más tarde, ya consumado el ascenso con el Casa Galicia, acudiría al europeo júnior de Pescara (Italia), cita a la que se suman Conchi Zapata o Carolina Mújica y en la que España pudo luchar por las medallas.
Sin embargo, la selección júnior acabó octava al caer por estrecho margen ante Hungría (83-84), Yugoslavia (75-77) y Francia (95-97). Y antes de la cita transalpina, Emma padeció una agotadora concentración. “No es como ahora, que están una semana o diez días entrenando”, dice Negrín con conocimiento de causa, pues su hija Nieves acudió a varias citas con las selecciones inferiores. “Yo me pasé más de un mes en Madrid, muchas veces entrenando en solitario, mientras las demás descansaban en casa. Vivía sola en un hotel y por la mañana hacía dos horas de físico y por la tarde otras dos horas en la cancha del Canoe con algún equipo de ese club o con el resto de la selección si ya habían vuelto”, recuerda con un tono de amargura.
“Acabé quemada y al volver a casa me dijeron que me pusiera a entrenar para iniciar la pretemporada con el Casa Galicia, por lo que les pedí que me dejaran descansar una semana. Tenía 18 años y sólo quería descansar unos días... y a partir de ahí todo fueron malas caras”, dice Emma, que se emociona al recordar un episodio que pudo acabar con su carrera deportiva. “En Primera División sólo jugué un partido. Fue contra el Canoe, en la primera jornada y televisado porque era nuestro debut en la máxima categoría. Perdimos por bastante (54-86), vi unos comportamientos hacia mí que no me gustaron y decidí dejarlo. Tenía ofertas de la Península, pero me quedé aquí. Lo que quería era estar en casa y descansar unos días”, explica.
La respuesta de la Federación Española fue desmedida: tres años de sanción. Amparado en el derecho de retención que existía entonces para los jugadores internacionales, el Comité de Competición la jubiló del baloncesto. Pero Emma no se rindió y en el curso 84-85 fichó por el Junta del Puerto-CajaCanarias (Tenerife), que acababa de ascender a Primera División. No la dejaron jugar ni un minuto, “ni siquiera en un amistoso con un equipo americano [la Universidad de Old Dominion] que visitó la Isla”. Reapareció en el ejercicio 85-86 en Primera B y la temporada siguiente recaló en un Coronas que absorbió al Junta del Puerto y se quedó con la mitad de sus jugadoras: Emma Negrín, Estela Ferrer, Nati Suárez, Melina Bolaños...
Así que en octubre de 1986, tres años después de su debut, jugó su segundo partido en Primera División. En un equipo de la zona alta de la tabla y que tenía como arma ofensiva a la tiradora Cook, la ala-pívot grancanaria compartió minutos en la pintura con la americana Davis y la internacional Loli Sánchez. Un año más tarde, curso 87-88 y ya con Fernando Llombet como técnico, Negrín se aprovechó de que la única americana del equipo era la alero Cathy Boswell y ganó presencia en un equipo que fue tercero en la Copa de la Reina y alcanzó las semifinales en los playoffs por el título, especializándose en “defender a la americana del otro equipo, que habitualmente era la pívot. Atacaba por fuera, pero defendía a la cinco rival”.
En un ejercicio extraño, en el que el club apostó por un técnico de 24 años y se quedó sin su principal patrocinador [Coronas], Negrín firmó promedios de más de diez puntos y siete rebotes por partido. “Me favoreció un tipo de juego muy ofensivo y yo también cambié mi estilo de juego, aprovechando mis opciones de tiro de tres-cuatro metros, donde tenía buena mecánica”, dice una jugadora que sobrevivió en un equipo que estaba condenado a desaparecer –“nos queda una semana de vida”, dijo el presidente Julio Campos en plena competición– hasta que Cepsa salió en su auxilio. Por el camino, las actuaciones de Negrín no pasaron desapercibidas para el seleccionador Chema Buceta, que también llamó a su compañera Loli Sánchez.
Negrín acudió “muy ilusionada” a una preparación que tenía como objetivo factible el acceso al Eurobásket 89 de Bulgaria en el preeuropeo de Naantali (Finlandia)... y como objetivo imposible la clasificación para Seúl 88 en el preolímpico de Singapur. “Estar en las categorías inferiores para defender a tu país ya era un honor, pero estar con la selección absoluta era una satisfacción doble por todo lo que había pasado; y eso que estuve a punto de no ir porque había vuelto a estudiar para Auxiliar de Enfermería y la concentración coincidía con la época previa a los exámenes. Si al final acudí fue gracias a una compañera que tenía en Enfermería y que me hizo llegar los apuntes incluso a Polonia para que estudiara”, confiesa Emma.
Negrín compartió rotación interior con su compañera Loli Sánchez o Lali Vila, Ana Eizaguirre y Wonny Geuer, ya con experiencia en la selección. Y tras la disputa de tres amistosos contra Polonia en Castilla-La Mancha, sobrevivió al primer corte en un grupo del que se cayeron invitadas como Rosa Ruiloba (19 años) o Carolina de la Calzada (15) para incorporar a las expertas Rocío Jiménez, Anna Junyer o la gigante Piluca Alonso. De hecho, la ala-pívot grancanaria acudió al torneo de Gdansk (Polonia), en el que tuvo buenas actuaciones. Sin embargo, la obligación de recortar el equipo a diez jugadoras la hizo caer del grupo que acudió al preeuropeo de Finlandia, donde España no logró clasificarse para el Eurobásket.
De cara al posterior preolímpico de Singapur, donde ya cabían doce jugadoras, su lugar en la selección lo ocupó Blanca Ares, niña de 17 años del Kerrygold grancanario que con el tiempo sería leyenda del básket nacional. “Al volver de Polonia estaban esperando en el aeropuerto a Blanca, que venía de estar concentrada con la selección júnior, por lo que me supuse que no iba a seguir”, dice Emma, que al curso siguiente volvió a firmar una temporada notable en el Cepsa 88-89 que dirigió Ramón Cubeles, pero sin opciones de acudir a la selección nacional. “Se había puesto en marcha el Plan ADO 92 y se había hecho el llamado equipo olímpico”, que en ese ejercicio ya compitió en la Liga Femenina con el nombre de Caja Toledo.
De ese equipo, llamado luego Banco Exterior, se nutriría el combinado nacional casi en exclusiva durante cuatro años y para muchas jugadoras fue un tapón en sus aspiraciones de lograr la internacionalidad absoluta con España. “No me quejo, porque en Tenerife pasé cinco años maravillosos, donde mucha gente nos seguía y éramos más o menos conocidas en la calle porque los medios se ocupaban de nosotros”, agrega Emma, que empezó a elegir equipo en función de sus estudios, por lo que en la campaña 89-90, mientras estudiaba para Técnico superior en prótesis dentales, firmó por un Tintoretto post Semenova en el que promedió casi diez puntos por partido y que cayó en la final del playoff por el título con el Masnou.
“Perdimos los dos partidos de la final por muy poco [80-77 y 84-86 en la prórroga] y pudimos haber ganado el título si no se lesiona una americana [Carter] que hubo que cambiar por una brasileña [Gonçalves], más espectacular pero menos efectiva”, agrega Negrín, que al curso siguiente, al desaparecer el Tintoretto, regresó a Gran Canaria. Lo hizo para firmar los mejores números de su carrera en un Sandra en el que aún estaban Santana, Cabrera, Nuez y Mbulito junto a la emergente Urquijo o la americana Blake. “Fue un año muy bonito y estuve muy cómoda jugando en casa”, resume Negrín, que la campaña siguiente fichó por el Cajasegovia para poder realizar un máster en Madrid... y se destrozó los ligamentos de la rodilla.
“Jugué poco tiempo, pero me dio tiempo de hacer muchas cosas... y al final hasta me gustó el baloncesto”, bromea Emma, obligada a retirarse con 26 años y que está convencida de que el Mundobásket de Tenerife 2018 será “una oportunidad única para crear afición al baloncesto femenino en Canarias”. “Para las niñas es importante ver en directo a jugadoras profesionales y siempre impacta observar a gente de ese nivel, como a mí cuando era juvenil me impactaba ver a Marisol Paíno [jugadora internacional del Celta]”, agrega Negrín, admiradora luego de “un fenómeno como Cathy Boswell” –que fue su compañera en el Cepsa– y que no descarta viajar a Tenerife para presenciar en directo algún partido de la selección española.
“Estados Unidos parece imbatible, pero los partidos hay que jugarlos”, sentencia Negrín al hablar de las opciones de medalla de España. “Pueden acusar la baja de Sancho Lyttle, pero tienen muy buen equipo, llevan años jugando juntas, ya han demostrado que son muy buenas y van a tener al público a favor. Además, nunca hay que rendirse”, agrega una jugadora que no lo hizo cuando la intentaron jubilar siendo una niña y que, con el tiempo, obtuvo el premio a su constancia.
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