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HELSINKI DESDE DENTRO

Toda ciudad tiene dos vertientes; es decir, la que se ve a simple vista, y la que se conoce cuando se vive en ella. Este blog quiere contar lo que sucede en esta ciudad nórdica, tratando de no recorrer los lugares comunes tan del gusto de las guías turísticas. Y todo ello, en lengua castellana.

BEN IS BACK

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Lo que no se suele contar o, por lo menos, no con la crudeza del guion escrito por Peter Hedges para la película Ben is back, cinta en la que también asume la responsabilidad de la dirección, son las víctimas colaterales del personaje principal, Ben (Lucas Hedges), además, claro está, de su propia familia.

Por lo general, sí se suele mostrar el estado de deterioro que sufren las personas cuando un miembro de su entorno más cercano los ve, solamente, como la principal fuente de ingreso para comprar la sustancia a la que está enganchado, algo que el guión plasma en tal sólo una secuencia y sin caer en maniqueísmos ni nada por el estilo.

Lo que no se cuenta, por lo general, es la razón por la que un niño de catorce años acabó siendo un adicto. Y esto fue por culpa de un facultativo que erró en su diagnóstico y le recetó unos calmantes que, lejos de curar su dolencia, crearon una adicción que acabo degenerando en algo mucho peor. La película no se ensaña con dicho personaje, un médico retirado y enfermo de Alzheimer que ya ni siquiera recuerda a la madre de Ben, Holly (Julia Roberts), cuando ésta le increpa con una mirada de desprecio absoluto, pero sí que deja claro la raíz de un problema que no siempre tiene que ver con una juventud aburrida y amante de las emociones fuertes. El mensaje es claro: antes de recetar nada, hay que ser consciente de para qué se está recetando dicho medicamente y si el remedio acabará siendo peor que la enfermedad a combatir.

Después están las correrías “empresariales” de Ben, un adicto y activo traficante en su mejor momento, que, entre otras muchas cosas, se llevó por delante la vida de una de sus mejores amigas del colegio, amén de truncar las aspiraciones vitales de otros tantos mientras él lograba los ingresos para poder costear su adicción. Dos personajes de su pasado -uno a quien ni siquiera recuerda- servirán para que tanto Ben como su madre se den cuenta de que los actos de las personas acarrean consecuencias y no siempre son las que uno desearía, visto con la perspectiva que dan los años.

Esto no quiere decir que Ben no sea consciente de su responsabilidad y de todo aquello que hizo cuando era un adicto desperado y un traficante sin la más mínima deontología profesional. El problema es que, al regresar a “casa” por la navidad, todos los fantasmas del pasado se le aparecerán para demostrarles que siempre, siempre, correrán más que él, por mucho que se empeñe en mirar para otro lado. Y cuesta aceptarlo, todo junto y más con alguien controlando todos tus pasos…

Estos fantasmas -algunos de ellos, tan de carne y hueso como el hedor a podredumbre que desprenden- le sirven al guionista y director para plasmar otras de las verdades absolutas de la problemática que rodea al mundo de las drogas; es decir, que mientras haya tal cantidad de eslabones dependientes entre, primero, el productor original; luego, los cárteles que la distribuyen las sustancias y, por último, quienes la venden en las calles, será imposible acabar con un problema que sigue matando a cientos de miles de personas cada año.

Ben acaba de “mula” de un traficante del tres al cuarto, un parásito deleznable que solamente quiere sobrevivir en un charco lleno de alimañas de medio pelo como él. En ese mundo no hay amigos, ni siquiera estima. Lo único que importa es vender algo más de droga para que el parásito que está por encima de ti esté contento y te deje las migajas que, a su vez, otro parásito aún mayor le dejado.

Entre medias, la lucha titánica, agónica en algunos momentos, de una madre empeñada en enderezar una vida que ya nunca será como antes. Lo único que le queda es tratar de aprender de los errores del pasado y escuchar a quienes perdieron mucho más de lo que ella perdió cuando su hijo adolescente se convirtió en un adicto, sin quererlo.

Quizás ése sea el mensaje de una película que no pretende edulcorar nada, ni disfrazar una realidad áspera, cruda y desprovista de un cristal multicolor que nos permita ver a realidad bajo otro prisma. Ben, su madre, sus hermanos, quienes fueron sus amigos o el traficante de tercera antes mencionado son personajes reales, quizás más llevaderos que los drogadictos que salen en las películas independientes de bajo presupuesto, pero no por ello no dejad de formar parte de una realidad que es fácil de reconocer.

La película no cambiará nada, y más como está el mundo actual. Dicho esto, el guionista y escritor quiere dejar un pequeño espacio para una esperanza que, últimamente, se está tomando unas largas vacaciones y se resiste a volver al lugar que le corresponde…

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019.

© 2019 Black Bear Pictures, 30West & Color Force.

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