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A vueltas con las clases medias

Dailos González Díaz

Hacia el año 2006, en medio del debate sobre la integración o no de APC en Sí Se Puede, se comentó mucho un artículo del ínclito Octavio Hernández titulado ‘Pacto colonial, sector público y clases medias en la estrategia del MLNC[1]. En él, el exmaoísta señalaba primeramente el error de buscar una burguesía nacional en Canarias, pues los intereses de clase de la burguesía canaria eran mantener el status quo actual. Bien esa primera apreciación. Sin embargo, la segunda tesis comenzaba a ser más problemática; se afirmaba que el gran problema de la izquierda nacional canaria es que estaba compuesta mayoritariamente por “clases medias” vinculadas al sector público. Aunque ello fuese cierto, y se observaba en la propia militancia de los movimientos sociales, OH señalaba que los intereses objetivos de esta clase social los llevaban a no cuestionar un Estado del cual dependían, y ello explicaba su moderación y tendencia a sustituir las posiciones revolucionarias por reivindicaciones reformistas.

La tesis de las clases medias era realmente atractiva, así podía explicar que buena parte de la izquierda pasase de un “obrerismo” folclórico con un lenguaje que no entendía la mayor parte de la clase obrera a quien supuestamente iba dirigido, hacia un “ciudadanismo” que respondía más a los intereses de clase concretos de esa “clase media”. Ciudadanismo que, bajo un aparente interclasismo, se basaba en los intereses de un sector social con ingresos medios y un alto nivel formativo que se había visto excluido de la toma de decisiones públicas, reivindicando o bien una democracia participativa o bien una “recuperación de la democracia”, secuestrada por unas élites “ignorantes” y con una extraña nostalgia por algún supuesto momento donde realmente existió una democracia más pura, pero que nadie sabía ubicar de manera precisa en el tiempo. Esta apreciación sobre el papel de las clases medias del sector público tenía mucho de real, es más, habría que añadir la existencia de un cierto elitismo en la manera de llamar “magos” a los de CC, lo que llevaba a extender ciertos niveles de prepotencia hacia las clases populares que debían ser la base social de cualquier movimiento de izquierdas. Los resultados electorales y las encuestas sociológicas parecían confirmar ese desplazamiento de la izquierda hacia posiciones de clase media, pues buena parte de los votantes pertenecía a esas clases sociales. El PSOE, en cambio, pese a haber asumido también, incluso de forma más extrema un discurso de clase media “inteligente” que llega en ocasiones a despreciar a las personas “ignorantes” de la clase trabajadora, seguía contando con su mayor base electoral en los barrios populares, compitiendo con una CC que había sabido usar muy bien un cierto populismo.

En el mundo del sindicalismo ocurre lo mismo, pero por otras razones. Los sectores que tienen un trabajo más estable son los que tienen más posibilidades de sindicarse y movilizarse sin tanto temor a perder su puesto de trabajo, mientras que el precariado no tiene apenas esa posibilidad.

Sin embargo, a la hora de hablar de clases medias no debemos olvidarnos del otro sector de éstas: las clases medias vinculadas al sector privado. Los famosos pequeños empresarios, las PYMEs, la pequeña burguesía... por alguna razón, este sector, pese a que la izquierda siempre trató de atraérselo en su discurso, tendía a ser el más reaccionario de la sociedad, no sólo en cuestiones electorales (voto a la derecha), sino también ideológicas y morales. De hecho, para este sector, tanto las personas funcionarias y trabajadoras del sector público, como desempleadas, personas que dependen de las ayudas sociales e inmigrantes, no serían más que “parásitos” de la sociedad. De ahí el riesgo de que las ideas fascistas puedan llegar a calar en la pequeña burguesía. Y de ahí, también, la necesidad imperiosa de evitarlo, atrayendo a estos sectores al menos hacia ideas progresistas y/o de cambio, tratando de hacer evidentes sus contradicciones de intereses con respecto a la gran patronal en vez de hacia la clase trabajadora.

Si nos basamos en los datos ofrecidos por las encuestas del CIS, las cuales permiten cruzar los posicionamientos políticos con distintas variables. Esas encuestas, desde antes de la aparición de Podemos, mostraban que la tendencia al voto hacia Izquierda Unida o hacia las izquierdas independentistas en Catalunya o Euskal Herria, provenía de fundamentalmente de personas con alto nivel de estudios y una posición de “clase media-alta-alta”, siendo fuerzas importantes en esos sectores sociales, pero tendiendo a ser marginales en otros sectores sociales, siendo las “viejas clases medias” (si lo cruzamos con otras variables, veremos que esta categoría hace referencia a personas autónomas y la pequeña burguesía) donde menos apoyo tenían las fuerzas progresistas o de cambio y donde más apoyo tenían las fuerzas derechistas y reaccionarias. Pero claro, la categoría “clase media alta-alta” ocultaba realidades muy dispares, puesto que la “clase alta” en sí tan sólo supone una minoría en ese conjunto, de modo que si se separase de la “clase media alta” la muestra sería tan pequeña que resultaría complicado extraer conclusiones estadísticas. Ahí estaba la trampa, buena parte de los trabajadores y trabajadoras del sector público aparecen agrupados en una categoría, “clase media-alta”, que puede llevar a equívocos. Por eso vamos a hablar aquí de “clases medias vinculadas al sector público”, pues describe mucho mejor el fenómeno que queremos analizar.

Podemos parecía, de nuevo, contar con el apoyo de las clases medias vinculadas al sector público, pero como muestra un reciente artículo de José Fernández-Albertos[2], ese apoyo se fue extendiendo hacia otros grupos sociales (salvo la pequeña burguesía, que sigue siendo la más derechizada y la que se muestra más contraria a Podemos). Este artículo es, además, una réplica a un artículo de Pau Marí-Klose[3].

Ahora bien, conviene matizar y cuestionar tanto algunos aspectos del artículo de OH, como del de José Fernández-Albertos.

Sin ánimo de caer en la falacia ad hóminem, la deriva política de Octavio Hernández y su especial interés en dirigir el debate político del cual hacía tiempo se había ya marchado con bastante ruido, debió habernos llevado a coger con pinzas su análisis, sin menospreciar aquellos elementos en los que resultó acertado. Años más tarde, prosiguió una línea similar, aunque poco acorde con su militancia política, lanzando un par de besos envenenados al FSOC (ensalzado como ejemplo de sindicato obrero frente a una Intersindical Canaria del funcionariado) tratando de influir en el conflicto interno que atravesaba ese sindicato.

En un momento de destrucción del Estado del Bienestar, las clases medias vinculadas al sector público pueden ser una de las fuerzas de cambio, más cuando ante la ofensiva neoliberal hasta las posiciones que defendía la socialdemocracia antes de los años 80 han sido satanizadas como extremistas o radicales (incluso los procesos de cambio en América Latina deberían ubicarse dentro de la socialdemocracia, salvo por el matiz de que en países periféricos o sometidos a la dependencia o el neocolonialismo una opción nacional-democrática puede llegar a ser hasta revolucionaria). Hay que tener en cuenta, por otro lado, que el Estado del Bienestar sólo pudo desarrollarse gracias al contrapeso que hacía la URSS a los países del capitalismo occidental, por lo que resulta muy difícil regresar a la situación previa a la caída del bloque soviético. Pero estas clases medias vinculadas al sector público no son precisamente las más afectadas por la destrucción del Estado del Bienestar, sobre todo si hablamos del funcionariado, pues éste, pese a los recortes, tiene más o menos un puesto de trabajo asegurado (salvo que las medidas de austeridad lleguen a nuevos extremos). Es el conjunto de las clases populares quienes eran beneficiarias de un sistema de sanidad y educación públicas, seguro de desempleo y otros servicios esenciales para el día a día. Lo que ocurre es que la función pública exige unos determinados niveles formativos, y aquí entra el factos subjetivo, que dota a las personas de una serie de instrumentos conceptuales que permiten HACER SIGNIFICATIVA la situación de deterioro del sector público. En cambio, para la pequeña burguesía, los maestros, enfermeros, desempleados que perciben prestación, personas que dependen de ayudas sociales, migrantes, etc. serían “parásitos”, por eso el peligro de que las ideas fascistas se extiendan de nuevo entre el sector más propenso a las mismas. Las meras condiciones materiales no suponen la aparición espontánea de un determinado nivel de conciencia, y esto no es para nada un debate nuevo, aunque algunas personas desde el postmodernismo crean estar descubriendo la pólvora. ¿Qué ocurre en la actual situación? Pues que un determinado nivel de estudios ya no asegura el acceso a un puesto de trabajo digno. Más allá del cierto cariz elitista de “persona joven licenciada con dos másteres y en paro”, estas personas tienen una serie de instrumentos que permiten hacer significativa la situación actual y, además, ya no pertenecen a la clase media Ahora bien, ello no debe llevarnos a la conclusión de que éste es el sector revolucionario por antonomasia, puesto que detrás de eso hay una reivindicación por lograr un puesto de trabajo “acorde con el nivel de estudios”, es decir, el ingreso en una clase media que mira por encima del hombro a trabajadores y trabajadoras sin estudios, que asume ese discurso criminalizador y de rechazo hacia el “poligonero” que ya denunció Owen Jones en su libro “Chavs”. Ese es el problema de una izquierda que se divide entre la izquierda elitista, “culta” y “mesocrática”, y la izquierda “obrerista” que, siendo su militancia de la misma extracción social que la primera, mantiene una visión idealizada de la clase obrera a la cual le atribuyen una serie de valores morales y un determinado nivel de conciencia que no se corresponde con la realidad. Por no hablar del hecho de que, aún hoy, cuando se habla de clase obrera, siga viniéndonos a la mente la imagen del obrero industrial y no, en una sociedad terciarizada, la de trabajadores y trabajadoras de un supermercado.

Un movimiento de cambio social revolucionario no puede centrarse en unos sectores instruidos que constituyen un sector minoritario de la sociedad; empero sí pueden tales sectores aportar cuadros y un marco teórico para el mismo. Recordemos que, aún en el marco de la destrucción del Estado del Bienestar, el horizonte reivindicativo de las clases medias vinculadas al sector público es limitado, pero sí resulta interesante forzar la contradicción por medio de la práctica de cómo hoy la vía reformista, es decir, una vuelta al Estado del Bienestar y al keynesiansmo, no es asumible de ningún modo por el capitalismo neoliberal. He ahí por qué resulta más inteligente la vía emprendida por Syriza que la palabrería del KKE, y cómo puede darse la paradoja de que sea Syriza quien único pueda llevar a la práctica alguna de las reivindicaciones centrales del KKE no por medio de la autoafirmación, sino creando las contradicciones con una Unión Europea que no da más de sí. El problema del debate entre movimientos de izquierda de clase media y movimientos de izquierda obrerista es que los segundos, en la actualidad, están formados también por personas de la clase media. Como comentaba al inicio de este artículo, una parte obrerismo terminó centrándose en todo un folclore simbólico que no resulta comprensible para la mayoría de la clase obrera, con lo que, finalmente, terminamos teniendo una tribu urbana más que un movimiento social. El diagnóstico de la situación actual por parte de buena parte de la izquierda revolucionaria puede resultar acertado, y el análisis es imprescindible, pero no basta con coger esos análisis y “traducirlos” al lenguaje llano para que sean comprendidos por la mayoría social. De ahí lo pertinente de una estrategia populista, aún corriendo el riesgo de que, en la búsqueda de “significantes vacíos”, terminemos creando de nuevo folclore político por una parte y, por la otra, un movimiento de masas con poca estructura con la ausencia de una vanguardia y unos cuadros que surjan de la propia base.

Soy consciente que la mera utilización del concepto “clase media” puede levantar muchas suspicacias. En muchas ocasiones se ha utilizado como cajón de sastre para incluir realidades muy diversas e, incluso, para evitar el surgimiento de una conciencia de clase por parte de la clase trabajadora. Así pareciera que todas las personas somos de clase media, sean desempleadas, trabajen en un supermercado o de camareras en un bar, sean dueñas de una tienda, o formen parte del profesorado. La pertenencia a la clase trabajadora se ha estigmatizado. El economista Vicenç Navarro ya ha demostrado en varias ocasiones la falsedad del mito de que la mayor parte de la población es de clase media[4]. Sin embargo, aquí no utilizo el concepto de “clase media” para definir a las personas que tienen un determinado nivel de ingresos. La triada “baja-media-alta”, con sus fases intermedias, no nos dice nada de la estructura de clase de la sociedad. Para hablar de clases sociales debemos tener en cuenta las relaciones sociales de producción, y el concepto de “clases medias vinculadas al sector público” que he utilizado a lo largo del artículo parte de ahí, incluyéndose tanto a quienes forman parte del funcionariado como quienes no. Con respecto a las “clases medias vinculadas al sector privado”, ya existe desde hace muchísimo tiempo un concepto: pequeña burguesía.

El interclasismo no puede ser la salida de un movimiento político que pretenda la transformación real de la sociedad, pues los intereses objetivos de las distintas clases sociales entran en contradicción. Sin embargo, sí que es plausible y necesaria una alianza entre sectores de distintas clases sociales, llamémoslas “subalternas”, “las de abajo”, “clases populares” o el concepto que quiera utilizarse, no nos enzarcemos ahora en un debate postmoderno que obvie las condiciones materiales de existencia. Cuando cada vez más personas tienen serias dificultades para cubrir sus necesidades básicas, cuando cada vez se pierden más derechos laborales en una lucha de clases donde sólo la burguesía, clase alta o los ricos atacan, mientras que a la clase trabajadora le han robado incluso la capacidad de reacción, esto se hace imprescindible.

[1] Octavio Hernández: “Pacto colonial, sector públicos y clases medias en la estrategia del MLNC”. Los medios digitales donde fue publicado original mente el artículo han sido reestructurados, por lo que no he podido encontrarlo en los mismos. Sin embargo, si hay una copia del artículo en un foro de debate de la organización Inekaren: http://www.inekaren.com/foro/viewtopic.php?t=68

[2] José Fernández-Albertos: “Sí, a Podemos lo votan los desfavorecidos. Una respuesta a Pau Marí-Klose” http://www.eldiario.es/piedrasdepapel/Podemos-desfavorecidos-contestacion-Pau-Mari-Klose_6_402869710.html

[3]Pau Marí-Klose: “Descontentos, pero no excluidos. Los votantes de Podemos sus infelices circunstancias” http://www.eldiario.es/agendapublica/blog/Descontentos-excluidos-Podemos-infelices-circunstancias_6_401119902.html

[4]Vicenç Navarro: “¿Existen clases sociales? Y ¿Hay conflicto entre ellas?” http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2013/09/17/existen-clases-socialeshay-conflicto-entre-ellas ; “El mito de las clases medias” http://www.vnavarro.org/?p=11175; “Ni Estados Unidos ni España son países de clases medias” http://www.vnavarro.org/?p=10159&lang=CA; “El sesgo ideológico del lenguaje, incluido el económico” http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2015/03/31/el-sesgo-ideologico-del-lenguaje-incluido-el-economico/

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