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¿Tú también, Bruto, hijo mío?

Elsa López

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Era muy joven cuando escuché por primera vez esas palabras. La profesora de historia nos hizo leer la obra de William Shakespeare Julio César en la que César pronunciaba esas palabras dirigidas a Bruto: Tu quoque, Brute, fili mi (Tú también, Bruto, hijo mío). Según algunos historiadores, dijo, en griego, «Καἱ σύ, τέκνον», Kaì sý, téknon? (¿Incluso tú, hijo mío?) aunque testigos presenciales solo lo vieron cubrirse el rostro con la toga y morir en silencio sin pronunciar una palabra, manteniendo así la dignidad. Jimena Menéndez Pidal nos contaba la historia con un sesgo de parcialidad y recuerdo siempre que a partir de aquella clase la imagen de los conspiradores y el asesinato de quien había aprobado varias leyes que concentraban el poder en sus manos y del que se decía que solo le faltaba la corona para igualarse a cualquier rey cosa que Roma odiaba después de haber pasado por todo ese horror, se convirtió en un modelo de cómo debe reaccionar un pueblo cuando se traicionan sus derechos. Aquel crimen parecía justificado ante nuestros ojos de adolescentes que empezaban a conocer las miserias de una dictadura.

Aquel día se estableció un debate en clase que para mí sigue siendo de actualidad y que continúa latente en mi conciencia de ciudadana. ¿Es lícito matar al César? Pregunta que nunca acabo de responder y que creo se debe (es sólo una ligera sospecha) a que aquellas últimas palabras del emperador tienen una gran carga afectiva que nos empuja a contemplar su muerte como un desastre moral. Esa frase que ha venido rodando hasta nuestros pies y hemos cargado con ella en nuestros bolsillos durante siglos nos indica nuestra debilidad ante los perdedores, la rabia contra los que traicionan, los que clavan puñales a la espalda de alguien que apreciamos e incluso despreciamos. Inconscientemente damos la razón al César cuando su muerte es una traición. Nos sentimos cerca de quien debería ser el enemigo. Deseamos su muerte, pero nos horroriza la deslealtad y la traición sobre todo si viene de los suyos, si llega de las manos de aquellos en quienes el Cesar confiaba.

Así las cosas, me encuentro leyendo la prensa y viendo los debates y los telediarios con total apasionamiento y es entonces cuando leo entre líneas y escucho entre las voces que me llegan la voz de ese hombre cayendo al suelo atravesado por espadas y cuchillos jamoneros clamando venganza contra la traición de los suyos. ¿Tú también, mi querido compañero de partido? ¿Tú también me abandonas en este momento cuando todos parecen ir en contra de mi candidatura al cabildo, al ayuntamiento, al gobierno? ¿Dónde están los que fueron amigos o compañeros de una causa, los que me empujaron al gobierno de mi pueblo, de la ciudad, de la comunidad y del reino? ¿Dónde están aquellos que proclamaban mis mismas ideas, mis mismos programas, mi misma decisión de hacer cambiar lo que estaba mal y mejorar lo que estaba bien y encaminado? ¿Por qué me habéis abandonado en manos del enemigo, del contrario a vuestras ideas y criterios?

Las preguntas me asaltan en este momento. Las dudas, las tristezas y las desilusiones que comparto con la mayoría de los ciudadanos de este país que claman por las calles, plazas y rincones de la ciudad de Roma: “¿tú también?” como si hubiéramos retrocedido miles de años y viéramos con estupor a senado y senadores reunirse y conspirar diseñando pactos contra natura y traiciones necesarias para poder gobernar, sentarse en el trono o destronar sin tener que perder el sillón y el mando que les otorgará el poder, el dinero y la comodidad de permanecer en el mismo lugar gobernando y dirigiendo los destinos de una ciudad y de un país que jura, visto lo visto, por todos los dioses del Olimpo no volver a votar en su vida.

NOTA INNECESARIA: “Los romanos habían sustituido la realeza por la República y los más tradicionales no deseaban un regreso a la monarquía, sistema de muy mal recuerdo para Roma. Bruto comenzó una conspiración contra César junto con su cuñado y amigo NOTA INNECESARIA:Cayo Casio Longino y otros senadores. En los idus de marzo (15 de marzo de 44 a. C.), un grupo de senadores, incluyendo a Bruto, asesinaron a César en el teatro de Pompeyo. Tras el asesinato, se demostró que la ciudad de Roma estaba contra los conspiradores, ya que la mayor parte de la población amaba a César. De hecho, la asamblea le había otorgado los poderes como después lo haría con Augusto. Marco Antonio, lugarteniente de César, decidió aprovecharse de la situación y el 20 de marzo habló airadamente de los asesinos en el elogio fúnebre de César. A partir de entonces Roma dejó de ver a los conspiradores como salvadores de la República y fueron acusados de traición. Bruto y sus compañeros huyeron a Oriente. En Atenas Bruto se dedicó a obtener fondos para financiar un ejército para la guerra que se aproximaba. Octaviano, sobrino nieto y heredero de César, y Marco Antonio marcharon con sus ejércitos contra Bruto y Casio. Ambos ejércitos se encontraron en la doble batalla de Filipos (42 a. C.). Después del primer encuentro, Casio se suicidó. Tras el segundo encuentro, ya derrotado, Bruto huyó con los restos de su ejército. A punto de ser capturado, Bruto se suicidó arrojándose sobre su espada. Marco Antonio aun así honró a su enemigo caído, declarándole el romano más noble. Mientras que otros conspiradores actuaron por envidia y ambición, Bruto creyó que actuaba por el bien de Roma”.

Elsa López

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