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Colaboracionistas

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En los campos de concentración de la Alemania nazi había un tercer personaje conviviendo junto a fascistas y prisioneros rasos. Era el judío colaboracionista del que habló Hannah Arendt, al que es fácil imaginar con su chaqueta raída por encima del uniforme de rayas, desvistiendo los cadáveres amontonados a las puertas de la cámara de gas, o ayudando a “disciplinar” a golpes a sus compañeros de infortunio. Para mantener la simpatía y el favor de sus superiores, el colaboracionista era otro lobo despiadado, un inventor de técnicas de tortura y explotación.

Hoy, salvando distancias, observamos ese mismo comportamiento servil en el jefecillo tipo al mando de personas en cualquier ámbito de poder; también en la administración autonómica canaria. Ese funcionario grisáceo que es nombrado, por ejemplo, como director general de la cosa pública, obsesionado por idear nuevas instrucciones y aplicativos informáticos para controlar al colectivo de trabajadores al que él mismo pertenece, y al que ni por asomo se le ocurre mentar medida alguna para el óptimo seguimiento de dietas, hábitos y horarios laborales de los altos cargos.

Estos personajes pisotean las tendencias más modernas sobre gestión de personal, aquellas que vinculan la felicidad, la libertad y la motivación de los trabajadores con superiores cotas de productividad, creatividad y eficiencia; menosprecian el cuidado del clima laboral, y contradicen diariamente los cursos formativos que la propia administración imparte, muchos basados en el trabajo por objetivos y el liderazgo empático y motivacional y blablabla. Viven dedicados al cultivo del presentismo, a la exhaustiva medición del minutaje que pasa cada trabajador en la oficina mediante artilugios informáticos cuyo manejo conlleva paradójicamente una infinita pérdida de tiempo; perros sabuesos acechando para descontar de la nómina las ausencias del trabajador ?otro aplicativo multimillonario más contratado a alguna empresa se encargará de tal tarea-, y da igual que la falta sea por enfermedad. Los infelices y desmotivados empleados del siglo XXI ya no podemos caer enfermos. En algún recodo de este camino de perdición, junto a días y sueldos robados, nos han exiliado también el derecho a ser humanos, gracias al colaboracionismo de supuestos progresistas de chaqueta no tan raída.

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