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Concertinas

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Y vuelven, afiladas y desafiantes, mezcladas entre los grisáceos y sangrientos alambres, las concertinas, que lejos de ese instrumento musical de la familia de lengüeta libre, de esos acordeones con botones en ambos lados que van en la misma dirección que el fuelle, y que pudiera parecerle o encauzar como única y sublime y sofisticada y plausible definición a la palabra, si esta quedara en la divagación curiosa y expectante de cualquier niño en un proceso de aprendizaje sobre música, y asomara por su infante, honesta y enternecida percepción la noticia en cualquier telediario: Concertinas en Melilla. Y sin embargo, de nada de eso se trata, ¡pobrecito!, alguien tendrá que explicarle, con toda seguridad, y con rostro serio y compungido, manera de insinuarle la tristeza, la rabia, el desatino, el horror que traen “esas concertinas”. Desahuciado entonces de su pensamiento o elucubración cualquier atuendo y hábitat o hilo musical, y asentir de como el evolutivo proceder del ser humano, en el fondo, parece solo una máscara carnavalesca e infernal, que dura a lo sumo una o dos semanas, un par de meses quizás, dos o tres años como mucho, y luego, el rostro, la efigie, el semblante, la conducta, el proceder, devuelva la desconsolada y desgarradora certeza, la pausa evolutiva en la sociedad, la imposibilidad de proseguir, la inhumanidad del Poder, de quién por otro lado, debiera conformar, dictar y ejecutar la humanidad, el noble carácter social, el intento y la probabilidad para la resolución del problema, y no la venda en los ojos, el esparadrapo improvisado, la álgida y desconcertante empalizada que obstaculice el caudal, nada, ¡mejor así!, ¡donde va a parar!, concertinas y alambres en las verjas para interrumpir las feroces hordas de la miseria y el hambre que embarrará las pulcras y coloreadas alfombras al otro lado, y publicitarán e intentarán convencernos de que traerán la peste y la suciedad y el vagabundeo y el delito y la violación y el desorden, como si estos no fueran comportamientos y actitudes instalados a este lado, al igual que la empalagosa palabrería e hipocresía y la malversación de fondos, y los fajos de billetes bajo la mesa, y la incesante decoloración y restricción de derechos, y sin embargo, excusarán a las concertinas como única y preferente opción.

¡Única opción! ¿Para quién? Para los niños que se cortarán sus manos, sus cuerpecitos hambrientos, y mientras, sus madres en su socorrido y apresurado auxilio intentarán curarles y taparles la múltiples heridas, socorrer las innumerables grietas por donde emana la sangre, y al tiempo, con la otra mano aprisionan con sucios e infectados trapos sus propios estómagos, sus piernas, sus rostros, sus pechos también desgarrados por las afiladas y tenebrosas concertinas, entre los rígidos y grisáceos alambres.

Nos equivocamos tantas veces, y tantas veces la equivocación regresa a nuestras bocas, y a nuestros actos, y a nuestras decisiones, y tantas veces el Poder o quién configura y ejecuta la ley, estructura y edifica murallas y aparta y cierra la puerta al problema, y es que lo extraño o anormal o impensado e irregular en esta sociedad de humanos es: el intento humanitario de resolución del problema, el acercamiento, la configuración del Ágora que posibilite la probabilidad de dicha resolución.

www.andresexposito.es

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