Defensa de la piratería

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Érase una vez

un lobito bueno

al que maltrataban

todos los corderos.

Y había también

un príncipe malo,

una bruja hermosa

y un pirata honrado.

Todas estas cosas

había una vez.

Cuando yo soñaba

un mundo al revés.

Así decía la letra y así la cantaba yo. La letra era de José Agustín Goytisolo, la cantaba Paco Ibáñez y la tarareábamos todos en las puertas de la universidad como si fuera una contestación al mundo lleno de tópicos y miserias que nos había tocado vivir. La tarareaba, luego, cuando nacieron mis hijos y yo quería dormirlos. Ahora ellos se la cantan a mis nietos y, de alguna manera, esa letra sigue siendo un canto irrespetuoso contra lo establecido; contra las obligaciones y las creencias impuestas; una forma de reivindicar lo contrario a lo que nos había tocado heredar a la fuerza. Ahora el príncipe era malo, la bruja hermosa y el pirata honrado. Ciertamente. Y la pregunta que revoloteaba en nuestras cabezas era la siguiente ¿Y si nos engañaron en esto como nos han engañado en otras muchas cosas? ¿Y si las brujas no eran tan malvadas ni los príncipes tan perfectos y azules? ¿Y si los piratas eran unos hombres valientes, alegres, cínicos y divertidos que no tenían miedo al mar ni a los tiburones y que se ponían el mundo por montera; que tenían la gracia de los que se rebelaban contra lo establecido; que robaban a quienes robaban y saqueaban a quienes saqueaban? ¿Y si eran hombres valerosos? ¿Y si…? Siempre me hacía esas preguntas y siempre tuve por ellos una rara predilección. En enero del año 2010 escribí un artículo que titulé 'Elogio de la piratería' y en él expuse algunas de las teorías que me han llevado a defender la profesión de piratas:

“Yo soy pirata de nacimiento por parte de madre. Comerciante, discutidora, regateadora hasta dejar al vendedor exhausto, mi madre era un prodigio. Regateaba con los hausas, grandes comerciantes y una de las etnias más importantes del África occidental. Habitaban principalmente en el Sahel y en el norte y centro de Nigeria aunque a Bata llegaban de Camerún, Ghana, Costa de Marfil y Chad para regatear con mi madre. Enfrente de la casa donde vivíamos extendían sus mantas de colores y en ellas colocaban cabezas de marfil, colmillos afilados, bolsos de cuero, zapatos de serpiente y collares y platos de bronce. Era una fiesta en casa. Ella bajaba y subía las escaleras, feliz con las mercancías y las iba colocando en el aparador o en la mesa del comedor. Yo miraba su ir y venir y me llegaban sus risas desde la calle como un repique por alegrías. Era un genio mi madre y manejaba la ley del comercio como nadie. Mercadillos, casetas de feria, traperas en las aceras… me transportan a aquellos días de la libre voluntad de ser o pertenecer a la venta y la compra ambulante. Ahora los grandes de la música protestan, gimen y se retuercen al ver sus rostros por el suelo y llaman ”mafias“ a quienes comercian con sus voces o el ritmo de sus caderas. Pero se engañan. Las casas de discos, los agentes y los comerciantes son los verdaderos piratas. Los que venden por la calle, los que se copian canciones o películas porque no tienen otro medio de verlas o escucharlas, son unos desgraciados que no tienen los euros que necesitan para poder ser felices durante unos minutos. Los piratas de la calle, como los del mar o los del interior de Castilla La Mancha, son unos genios que conocen el arte del trapicheo y viven gracias a él. A los únicos piratas de nuestro alrededor que hay que tenerles miedo son a los que nos matan a trabajar por dos duros, a los que nos secan la sangre para comprarse ellos un buen yate que los lleve a alta mar a quitarles la comida a los pescadores de ribera. De esos hay que huir siempre y robarles cuanto se pueda y cuanto esté en nuestras manos”.

Con estas palabras expresaba mis sentimientos sobre un asunto que aquellos días conmocionaban al país: el secuestro del Alakrana. Había visto un reportaje donde la población de Somalia explicaba por activa y por pasiva que ellos apoyaban las acciones de los llamados piratas según los medios y las voces de las instituciones del mundo occidental y que para ellos no eran más que amigos que defendían sus costas de los saqueos de las flotas pesqueras de los países ricos que con sus enormes barcos de pesca y sus avanzadas técnicas dejaban a la población de ribera sin medios de vida. Era un ejemplo más de la falsa denuncia de piratería por parte de las sociedades civilizadas. Es lo mismo que hacen algunas instituciones cuando devoran las ganancias de la pobre gente que medio vive de las canciones o las obras literarias. ¿Quién piratea a quién? Esa es la pregunta. Y la respuesta habrá que buscarla en las versiones auténticas de la historia. ¿Quién ha escrito en contra de la piratería?: escritores y cronistas al servicio de empresas y negociantes a quienes se les robó la mercancía que transportaban. ¿Quiénes pusieron en boca de canciones populares y relatos para no dormir la historia de que los piratas eran mala gente, criminales y ladrones?: Los mismos que usaban de su poder para humillar, robar, expoliar a los pobres y débiles de su reino o su ciudad.

La invención de los cuentos infantiles con piratas de pata de palo y garfios por manos, con un parche en los ojos y banderas en lo alto de su bajel, es una leyenda negra creada en torno a hombres pendencieros, sin ley ni obediencia que navegan en solitario por todos los mares del mundo sin someterse a dueños o reyes. Esa desobediencia es una de las razones de su desprestigio. La fama que les precede como hombres desarraigados, pendencieros, borrachos y asesinos, es la que, a veces, a lo largo de la historia les ha acompañado y la que la imaginación popular y los cronistas de la época se han encargado de aumentar y distorsionar para cumplir las órdenes de quienes sufrían los ataques de esos vagabundos del mar. ¿Quién no ha temblado en la butaca de un cine viendo al capitán Garfio intentando acabar con Peter Pan y los niños perdidos? ¿Quién no ha sufrido viendo a Campanilla gimotear dentro de una urna de cristal mientras el malvado pirata intenta llevar a cabo su venganza? Todos. ¿Quién no recuerda La isla del tesoro de Stevenson y la historia acerca de la búsqueda de un tesoro enterrado, en la que Jim, el muchacho, descubre la maldad personificada en los piratas Pew y Long John Silver? ¿Quién no ha leído las crónicas de invasiones con robos, incendios y matanzas en nuestras islas donde actuaron piratas de todas las nacionalidades, pero principalmente ingleses, franceses, berberiscos y de los Países Bajos? ¿Quién no se ha creído lo que cronistas e historiadores describen como terribles invasiones de piratas de nombre internacional como Francois Le Clerc o Pata de palo que saqueó e incendió Santa Cruz de La Palma en 1553, Durand de Villegaingnong que también atacó Santa Cruz de La Palma en 1554, Jacques de Sores que atacó La Palma en 1570 y los famosos piratas ingleses Francis Drake que fracasó en su ataque a la ciudad de Santa Cruz de La Palma en 1585 o Charles Windon que la atacó en 1744? Es una larga historia de saqueos, muertes y expolios que esconden una verdad y muchas mentiras en torno a estos personajes que llenaron de leyendas una época de oscuridad y miseria para muchos.

Nadie desmiente esos ataques. Solo que hay que matizar mucho en esa generalización que se hace de que los piratas arrasaban las costas de Canarias y pintar esos ataques como algo aleatorio y sin un fin determinado excepto el saqueo y las matanzas. Nada más lejos de la verdad. Aunque los piratas, en teoría, estaban fuera del control y del amparo de cualquier nación, éstas se aprovechaban e incluso llegaban a apoyarlos siempre que las víctimas fueran sus más acérrimos enemigos, por lo que a veces se puede confundir la diferencia entre un pirata y un corsario. Una consecuencia inmediata de la incorporación de Canarias a la Corona de Castilla, fue que sufrió los efectos de los conflictos internacionales en los que ésta se vio involucrada. Las islas sufrieron ataques de los corsarios a sueldo de determinados imperios y otros organizados y planificados como parte de las guerras que libraba la Corona de Castilla con sus rivales. En Canarias la piratería va asociada al descubrimiento y la posterior explotación de América y a los conflictos entre las grandes potencias. Canarias constituye una base fundamental en las comunicaciones de la Corona con América de donde procedían el oro y la plata que permitían a la Corona mantener su política de hegemonía europea durante todo el siglo XVI y buena parte del siglo XVII. Por otro lado, su lejanía la convierte en un territorio vulnerable y expuesto a los ataques de aquellas potencias rivales de la corona: ingleses, franceses, holandeses y turcos. Las consecuencias de aquellos ataques fueron, por un lado, la construcción de una amplia red de fortines y castillos defensivos en las costas de Canarias y, por otra, la localización de los principales núcleos de población en el interior de las islas, lejos de la costa donde eran presas fáciles de los ataques.

Hasta aquí la historia simplificada de ataques y tropelías. Pero detrás de esas huellas nos queda, hoy más que nunca, la idea de que los piratas de verdad se quedaban en los libros y en las mentes calenturientas de la población expuesta a la avaricia de mercaderes y políticos ambiciosos. Los piratas de verdad estaban buscando tesoros hundidos en el mar o enterrados en las islas y la mayoría de ellos huyendo, como nosotros, de otra clase de piratas que pasean por palacios, conventos y escuderías.

Elsa López

La Palma, 31 de julio 2025

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