Madre Coraje

11 de septiembre de 2025 13:53 h

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Durante años la he visto cargar con esa niña de un lado a otro, llevarla a la plaza a jugar y que su padre pudiera verla, aunque fuera de lejos, y luego pasear a una adolescente, y luego ingresarla muy a su pesar y combatir porque tuviera los mejores cuidados, las mejores atenciones. Y he visto cómo luchó por que no pudieran herirla ni a ella ni a los demás ingresados en un horrible lugar donde eran maltratados y humillados. Yo la he visto cuidar y amar con toda su alma a una mujer ya hecha y derecha que no podía ni sabía cómo valerse por sí misma. Y en la lucha apostó por una mejora de condiciones para ella y para aquellos que no pueden seguir solos adelante. En suma, una madre llena de coraje en la que prevalecían el amor y la ternura hacia una hija totalmente desvalida a quien la sociedad parecía cerrarle las puertas.

Ando leyendo en la prensa y por esas redes cosas abominables para hablar de una madre que decidió acabar con el sufrimiento de ella y de su hija. ¿Qué pasó por su corazón? ¿Qué ráfaga de malos vientos cruzaron por su cabeza? ¿Qué dolor pudo causarle el llevar a cabo tal acción? No lo sabremos nunca ni ella tampoco. ¿Qué sabe nadie? ¿Qué impulsa a la mala gente a declarar sin vergüenza alguna que ha sido un crimen, que ha sido un acto malvado? ¿Quiénes se creen que son para hacer declaraciones de ese tipo? No lo sé. Quienes así juzgan no saben nada de esa madre y de esa hija. Yo sí lo sé. Y creo que el dolor de la una y el dolor de la otra supera a todos los posibles imaginarios.

Durante años y años y más años (¡qué largos se hacen los días enfrentados a un hijo que padece algún daño en su alma o en su cuerpo!) la madre ha levantado empalizadas, muros, defensas de amor y de piedra para salvaguardar a su hija. Durante años ha reunido las fuerzas necesarias para enfrentarse a la opinión pública, a la familia, al desatino de una sociedad enferma de hipocresía que rehúye a sus heridos y enfermos. Durante años ella acogió a su hija con el cuidado, el amor y el desespero que un hijo disminuido, debilitado, discapacitado para casi todo lo que la vida y la sociedad ofrece como normal o saludable, podía darle. Da igual cómo la sociedad llame a nuestros hijos que tienen poca salud mental o física y poco importan los adjetivos que sanidad imponga a esas criaturas tan nuestras, el problema no es el nombre, es lo que se hace por ellos o, mejor dicho, lo que no se hace por ellos.

No. No es hora de juzgar a nadie. Es hora de entender, de comprender las razones por las que una madre decide acabar con el sufrimiento de una hija y con el suyo propio. Nadie puede pronunciar un veredicto. Ni la calle, ni las leyes ni quienes las aplican. No hay leyes para dictaminar dónde está el mal y quién o cómo lo realiza. La vida no es un acta con definiciones concretas, y el amor que profesamos a alguien nadie sabe hasta dónde puede llevarnos. Ella, la madre, quiso acabar con el sufrimiento de su hija. Ella, la hija, nadie sabe qué pidió o qué quiso para ella y le rogó a su madre que se lo concediera. En ese abrazo de las dos esperando un final compartido que por desgracia no llegó a cumplirse, está la clave. Y digo no llegó a cumplirse con pena y dolor por mi parte, que no hay en el mundo quién sepa lo que se siente cuando vuelves a la vida (por llamarlo de alguna manera) y saber que no pudiste acabar contigo misma cuando era esa la razón fundamental de una solución mortal.

Sólo cabe reflexionar sobre qué hemos hecho mal; qué no hemos hecho bien para que estos hechos sucedan; qué debemos reparar en nuestra sociedad para que no se repitan pesares semejantes con soluciones tan terribles. Y no me vengan con llantos fariseos y alarmas cargadas de falsedad; no me vengan con que yo no lo haría ni tú tampoco; no declaren inocencias que no son tales ni culpables que tampoco lo son. Sólo la hija podría culparla y ya no estará para hacerlo. Los demás debemos respetar el dolor en silencio.

Elsa López

11 de septiembre de 2025

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