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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Estás vivo ¡Y eso no es poco!

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos:

Por aquí, por estas latitudes, escuchando música francesa desde primeras horas de la mañana hasta últimas de la noche. Hoy, me desperté con ‘El himno al amor’ de Edith Piaf, y ahora mismo, estoy escuchando a Bárbara, ‘El Águila Negra’, aquella mujer tan guapa que cantaba con George Moustaki. Y seguiré escuchando música francesa durante toda la semana, hasta el domingo próximo. Las películas que vea, en DVD, serán francesas también. Todas las semanas veo una película con un amigo y vecino. Esta semana íbamos a ver ‘Matar un ruiseñor’ (en París la cantidad de ruiseñores matados el viernes va por cerca de ciento treinta, es probable que lleguen a ser más de doscientos) veremos una francesa, veremos una película de Truffaut, probablemente ‘Jules et Jim’. Es mi abrazo por el lado del corazón a todo el pueblo francés.

Desde hace muchos años, cada vez que muere un cantante o músico, pongo sus canciones, o su música, durante todo el día, tres días seguidos. Cuando es un artista de cine, hago lo mismo con sus películas. Después del 10J, cuando David prendió fuego a Laura, todos los días 10 de mes, pongo muchas veces al día una canción de Luis Llach que se titula ‘Laura’. Luis la compuso para su violinista, Laura; se la dedicó, por sorpresa, en un concierto. Laura no supo, hasta el día que la tocó en público, por primera vez, que Luis se la dedicó a ella. Laura, en aquel concierto, lloró de alegría. ¡Que distinto es llorar por dolor, como nos toca hacerlo tantas veces! Ese es mi recordatorio, homenaje y repulsa al asesinato de Laura González los días 10 de mes.

En la época de mi bachiller, tenías la opción, en segundo curso, de elegir entre inglés o francés. Guiado por un mal consejo, elegí inglés. Guardo gran melancolía por no haber tomado la elección adecuada. De la misma manera que la guardo por no haber elegido en quinto curso la rama de letras, en vez de la de ciencias. En COU, elegí como optativa el francés. Madame Etoille, fue mi profesora, quien me enseñó a gatear en ese idioma. En aquel instituto de paredes tan tristes le comenté a la profesora que por qué no podíamos estudiar francés escuchando a George Moustaki, y accedió a dejarme llevar un día sus discos al aula.

En el Madrid de los años setenta regresaba de un recital de Leo Ferré al piso de Tutor, cuando pasé por delante de un restaurante de cocina francesa. Me detuve a leer la carta, se escuchaba, muy bajito, desde dentro, música francesa, a Serge Gainsburg. Lo que se percibía del restaurante, desde fuera, más la música, más el encontrarme en el menú la sopa de cebollas, hizo que ni me pensase si entrar o no, a sabiendas de que podría acabar con mi asignación para acabar el mes.

En el restaurante, donde sonaba Jane Birkín, decorado como una casa de familia media francesa, conocí a Blanche. Le pedí una sopa de cebollas, y le comenté que en el segundo y el postre me dejaba llevar por ella. Hablamos de si tomar vino francés o champagne, y me sugirió lo segundo, que tenía uno de una pequeña bodega familiar a muy buen precio. Cuando acabé de tomar la sopa, hablamos de cómo la había encontrado. Le comenté que si no le ponía apio en el caldo, y me dijo que no. Puso cara como de decir que sí, que no le sentaría mal. Hablábamos todo lo que podíamos, lo que nos permitía que ella atendiese a las otras mesas. Las demás canciones que se sucedieron eran de Brell, Bresson, Aznavour, Silvie Vartan, Francoise Hardy, Edith Piaf, Juliette Grecco, Becaud, Mirrelle Mattieu y Jacques Dutronc. Cuando estaba en el postre yo ya sabía que había abierto el restaurante recientemente, que era francesa, de padres españoles, madrileño él y de Lanzarote ella. Me quedé en el restaurante hasta que se fue el último peregrino. Me invitó a un coñac. Nos despedimos, y le dije que nos volveríamos a ver pronto, mientras yo pensaba que de dónde iba a sacar el dinero. Al día siguiente me la encontré en el Mercado de la calle Altamirano, esquina con la de Tutor. La estaba escuchando pedir al tendero apio, me eché a reír, miró hacia atrás, donde yo estaba, y rió también. Al salir del mercado la acompañé a su casa, donde me invitó a tomar el mismo champagne que me aconsejó en el restaurante la noche anterior. Me dijo que me invitaba a cenar esa noche en su casa, era su día libre.

Blanche se había casado en París con Ziar, un familiar lejano de Bassar Al Assad. De regreso a casa, de un viaje que hizo para ver a su abuela enferma en Lanzarote, se encontró con que no estaban ni Ziar ni su hijo Darío en el hogar; Ziar solo había dejado en él la cerradura de la puerta de la casa. Se tuvo que ir a vivir a casa de sus padres. Desde allí, intentó encontrar a su hijo por medio de la embajada. De la embajada solo recibía ‘nos’ a todo. De su marido, que ya le empezaba a pegar, se lo esperaba todo, así que si no lo iba a ver más, mejor; pero llevar luto por un hijo vivo era algo muy fuerte. Se volvió una planta triste, hasta que un día despertó en su cama con la idea de montar un restaurante de cocina francesa en unos bajos de una casa que tenía su padre en la calle La Palma, en Madrid, muy cerca de San Bernardo. Se sacó el luto por su hijo vivo, pero no el dolor de dentro.

Con Blanche di algunos pocos pasos en la lengua de Voltaire. Me llevó a París a conocer a sus padres, y llevamos dos guitarras españolas con cuya venta nos pagamos el viaje y los gastos. Me enseñó París, tal como se crió en él, ese París que está tan dañado desde el viernes noche y del que no he querido ver ni una imagen, ni leer nada. ¿No sé cuando voy a poder hacerlo? Regresamos una semana más tarde a Madrid. Al restaurante le iba cada vez mejor, pero ella no superaba la tristeza de su hijo secuestrado por su propio padre. Sus padres fueron un día atracados en la calle, a mano armada, y ella decidió vender el restaurante e irse a vivir a París con ellos. Ellos, a su edad, no querían alejarse de París, querían morir juntos y bajo el cielo de París. París para ellos era el París de Bogart y Bergman en Casablanca. Sus padres murieron, casi al mismo tiempo, como deseaban. Blanche vendió la casa de sus padres y se dedicó a viajar. Llevo muchos años sin saber de ella, no tengo dónde llamarla, ni dónde preguntar por ella. La última vez que hablamos, antes de salir ella de viaje, me dijo que no perdía la esperanza de encontrar a su hijo algún día.

Blanche, si el siglo veinte fue un siglo cambalache y febril, como decía Gardel en su tango, este siglo veinte y uno, tiene toda la pinta de serlo, ya lo está siendo, mucho más cambalache y febril. Blanche, hasta puede ser que tu hijo, del que no sabías nada, haya sido uno de los terroristas que azotó el viernes a París. Este siglo veinte y uno, a consecuencia del pacto de los tres ‘ideólogos’ -por no llamarlos de otra manera- de Las Azores (uno de ellos ya está pidiendo perdón, y vinculando la creación del Estado Islámico como respuesta de toda la farsa que se montaron para atacar Irak), al que se opuso en manifestaciones el mundo entero, va a ser, está siendo, en todos los sentidos, una bajada a los infiernos. Quien siembra odios no puede recoger margaritas; el odio es peor que el rabo de gato aquí en La Palma, se propaga muy rápidamente; pero lo peor de esto es que las balas y las bombas, de todos los que las hacen disparar, no llevan nombres escritos, son malos carteros, llegan a destinatarios inocentes, solo debieran de llevar el nombre bien escrito de todos los criminales sin excepción.

Abrazos por El Lado del Corazón Salud y Alegría Interior, a todas las víctimas, y afectados, de todos los terrorismos, de la violencia machista, y de todas las violencias.

Las Cosas Buenas de Miguel

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