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La eternidad de las piedras

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“Todo pasó. Tempestades y lluvias fecundadoras? Pero la piedra quedó, armazón del mundo, recia proa de nave, misterio de los principios en el que duermen las formas como duerme la oscura melodía en la música callada del silencio”.

El otro día, escuchando al arquitecto y miembro numerario de la Real Academia Canaria de Bellas Artes, Sebastián Matías Delgado Campos, recordábamos estos versos de Celso Emilio Ferreiro. Hablaba Matías de Santa Cruz de La Palma en una de las charlas organizadas por la Sociedad Económica Amigos del País, el Foro Cívico y el Ayuntamiento capitalino, que bajo el título “El Patrimonio Cultural de Santa Cruz de La Palma: La Bajada de la Virgen”, intentan promocionar la candidatura de las Fiestas Lustrales como Patrimonio inmaterial de la Humanidad. Al hilo de sus palabras, nuestros cerebros construyeron una ciudad con embrujo: murallas, fortalezas, iglesias y conventos despertaron la imaginación hasta sentirnos reconfortados entre paredes centenarias. Cuando el prestigioso arquitecto se refirió al Castillo de Santa Catalina, nos invadió un frío pétreo al recordar los requerimientos de tantos palmeros para que, de una vez por todas, se convierta dicho inmueble en un espacio al servicio de la ciudadanía. De soslayo, observamos a Pedro Rodríguez Castaño, presente en el acto, que siempre fue partidario de recuperar el recinto y que seguro se hizo por penúltima vez la pregunta ¿cuándo será posible? Sin obtener respuesta alguna.

El castillo de Santa Catalina es una de las dos fortificaciones que se mantienen en pie, de las cinco que se construyeron en el frente marítimo de Santa Cruz de La Palma para defender a la ciudad de los ataques piráticos, después de que el francés François Leclerc, apodado “Pata de Palo”, la incendiara en 1553. La otra fortaleza, de la que quedan restos en la entrada norte, es la de Santa Cruz del Barrio. Para nuestra ciudad, que es tan poca cosa en su geografía, renunciar a un vestigio de su rica historia, nos parece una malversación de los escasos recursos que disponemos de cara a un turismo cultural, en el que se incluyen los doscientos mil cruceristas que anualmente nos visitan. Ahí tenemos el Castillo, inconmovible ante los alisios, frente al mar que surcaran viejos almirantes y capitanes con deseos de grandeza, “capitanes de la carrera de Indias”, vinculados con La Palma, como ha relacionado, Juan Carlos Díaz Lorenzo: Gaspar de Barrios, Henríquez Almeida, Fernández Rojas, Zabala Moreno, Fernández Romero y los Díaz Pimienta, en una época en la que el nombre de La Palma ocupó un lugar de privilegio en el triángulo formado con los puertos de Amberes y Sevilla.

Opinamos y, al mismo tiempo, somos creadores de opinión. Por eso, fieles a un compromiso, apelamos a la conciencia colectiva, a la eficacia de una tarea, voluntariamente común, para salvar las antiguas singularidades de las que somos depositarios. El Castillo de Santa Catalina es una de ellas. Una infraestructura arquitectónica de gran valor histórico, una referencia notable para los habitantes de la Ciudad y de la Isla, que se encuentra en manos privadas desde hace más de 60 años. En 1949, y por un precio aproximado a las trescientas mil pesetas, Manuel Rodríguez Acosta se responsabilizó de su compra, en nombre de un grupo de empresarios con la intención de derruirla para construir pisos en el frente marítimo de la ciudad. Sin embargo, dos años después, el Castillo fue declarado Monumento Histórico Artístico, circunstancia que impediría cualquier actuación que modificara su estado original. Siendo así, no se entiende cómo una vez restaurada, la fortaleza de Santa Catalina sigue en poder de particulares, aunque sabemos del interés mostrado por la presidenta insular, Guadalupe González Taño, y el anterior vicepresidente, Anselmo Pestana, para negociar la compra del inmueble por parte de la Primera Institución Insular, al entender que el lugar, con sus viejos y modestos valores arquitectónicos, es una imagen innegable de nuestra realidad histórica.

Pueden imaginar la satisfacción que nos produjo, el enterarnos días atrás que la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona había evaluado “con nota” al trabajo de fin de carrera de Gara Lorenzo Díaz. El proyecto “Puesta en valor y uso del patrimonio defensivo. Castillo de Santa Catalina. La Palma”, fue calificado por el tribunal con matrícula de honor por su sensibilidad con la obra patrimonial. La joven palmera, que reside actualmente en Berlín, acaba de finalizar sus estudios de Arquitectura y continúa la carrera de Historia del Arte. Cuando leemos noticias como ésta, sentimos colmado nuestro orgullo de palmeros, porque a nuestro alrededor, especialmente en los jóvenes, palpamos un mundo generador de inquietudes, pletórico de respetables iniciativas, a las que consideramos necesario dar cauce, porque si no es así, resultará difícil mantener activa esa “hoguera emocional” que les mantiene vivos.

Nos complace que Gara Lorenzo haya puesto especial empeño en “causar el menor impacto visual posible. De ahí, que su proyecto contemple la excavación de ”una planta por debajo del nivel actual de la terraza, de forma que al entrar en la fortificación no se pierda la forma original“. Nos agrada que las cosas se hagan con vocación de permanencia y con sentido histórico de futuro, porque la herencia de las piedras que marcan nuestro origen, es algo que pervive en el alma de los pueblos.

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