Espacio de opinión de La Palma Ahora
'Huellas del Carnaval'
Algunos historiadores remontan los orígenes del carnaval, al tiempo de los egipcios y sumerios hace unos 5000 años. Aquellas celebraciones muy bien pudieron influir en las fiestas romanas en honor al dios Baco, la divinidad del vino, festejos que compartían como iguales, las clases pudientes (patricios) y la plebe, abarcando incluso a los esclavos. La dimensión festiva del carnaval ha sido siempre universal, común a casi todas las razas, aunque, al influjo de culturas dispares, adquiera formas y perfiles diferentes. En La Palma, como en otros lugares de España, el carnaval se ha perpetuado contra viento y marea, superando los grandes eclipses de la historia. Los palmeros no dejaron de “correrlos” ni durante la Dictadura, aunque estos festejos fueron perseguidos como si se tratara de bicho incómodo, al que acabaron por normalizar como “Fiestas de Invierno” ante la imposibilidad de extinguirlo. “Cuando yo era un chiquillo/ (felices tiempos aquellos)/, vivía los carnavales/ (entonces Fiestas de Invierno)/, con el brillo de unos días/ que, entre polvos y entre huevos/ eran de grandes bullicios/ y algunos atropellos/, cuando salían de juerga/ las gentes de muy mal genio/. Carnavales, carnavales? Fiestas nacidas del pueblo/.”
Recuerdo que, en carnavales, las puertas de las casas estaban siempre abiertas, las emanaciones aromáticas de canela, miel y matalahúva, eran una insinuación de la calidad repostera oculta en aquellas cocinas. Además de los almendrados, el bienmesabe o el príncipe Alberto, aparecían todo tipo de pasteles, nos invitaban a unas torrijas de carnaval, de cuaresma y de todo el año, no se olvidaban las roscas, el pan dulce y, como colofón, degustábamos el postre tradicional por antonomasia: las sopas de miel. Un complemento esencial para alegrar la convivencia y, con un buen licor o mistela, recuperar fuerzas en medio de la fiesta. La animación nos sacaba de la monotonía. La rutina nunca fue cosa de niños y los carnavales se prestaban al esparcimiento de los críos, cual si se tratara de “un gran recreo” que interrumpía los días de clase. Los paquetes de polvo talco (empolvarse era una prueba de confianza entre los amigos), las pistolas de agua que a más de uno importunaban, los petardos de “triqui traque” que llevaban al viandante primero al sobresalto y después al “mosqueo”, y huevos rellenos de confeti. Sigo creyendo que el carnaval de mi infancia era de las pocas fiestas en que mayores y niños jugaban y reían juntos. Luego asumí, ya de joven, que lo que era fiesta de alegría, de asueto y divertimento para unos, otros la catalogaban como una fiesta pagana y anticlerical: “Si hay alguna irreverencia/ que la perdonen espero./ No se concibe esta fiesta/ sin que le ponga algún pero,/ quien sintiéndose beato,/ creyente o cristiano viejo,/ no vea en los Carnavales,/ la fiesta que pide el pueblo!/.
Viví el Carnaval de “Los Indianos” en la segunda mitad de la década de los sesenta; cuando formé parte de la Agrupación Teatral Candilejas, contribuí con mi presencia al “Desfile de las Naciones”; como un espectador más, disfruté del “Circo”; y nunca olvidaré las pinceladas de color de la ultima “Boda” con Antonio Méndez y Manolo Cabrera, novios ya en la eternidad, cuando entraron con su cortejo en la Plaza de España, entre el cachondeo de los palmeros, con las gárgolas impasibles observando desde lo alto. Eran otros tiempos. De todas formas, hoy me satisface que, además de “Los Indianos” y dentro de la peculiaridad que caracteriza a nuestras fiestas se programen otros números que empiezan a tomar auge dentro de la liturgia del carnaval. “El día de las pelucas” o “La llegada de los Embajadores”, son ejemplo de ello. Ahora, tenemos que recuperar el peso que antaño tuvieron en la fiesta “las mascaritas” de voces fingidas, y el prestigio alcanzado por “los bailes de disfraces”.
Termino con un rastro particular de nuestro carnaval, publicado por uno de tantos periódicos de nuestra Isla, en la segunda mitad del siglo XIX, concretamente en LA PALMA el 9 de febrero de 1877. Me refiero al suelto titulado “Danza de zancos”. “?El domingo 4 del corriente, tuvo lugar en el Circo de Marte, la danza y baile de máscaras (...). Doce niños, adecuadamente vestidos y con zancos, ejecutaron, con la mayor limpieza, la difícil danza a que nos referimos, formando preciosas figuras, que terminaron en una que consistió en caer todos, formando un círculo en torno al director, al mismo tiempo que el local se iba iluminando con luces de bengala. El director, que llevaba zancos de más de dos metros, era el Sr. Domingo Perdomo, ya conocido por estas danzas.” No me negarán que se trata de una curiosa referencia a nuestro carnaval, siempre divertido, asombroso y singular.
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