Periodistas y periódicos
“Somos nosotros los que decidimos. Escriban a los periódicos, llamen a la radio, cojan el mando y elijan”. Eso dijo el periodista Javier Ruiz en un homenaje celebrado en Sevilla a una serie de personas de la vida pública que se habían distinguido por su lucha a favor de la libertad. “La verdad cuesta dinero. Premien la calidad. No vean basura y premien al periodismo que lo es. Es su mando a distancia el que premia.” Añadía. Y finalizaba con estas palabras: “El periodismo es una profesión de riesgo. Fomentar el pluralismo, no comprar periodismo a los empresarios. Nuestro trabajo no es dar palmaditas en la espalda a los grupos editoriales que manejan el cotarro”. El público aplaudía a rabiar. Yo miraba a unos y a otros y pensaba en cuántos de los allí reunidos llegarían luego a su casa y sentados delante del televisor verían basura y más basura. Programas basura, realidades basura (los medios lo ponen en inglés que queda más fino), debates basura, periodistas vendidos a los intereses de empresas que dominan rótulos y cabezas de cartel, etc. Cuántos de aquellos que agasajaban con aplausos las palabras del condecorado pasarían luego por un quiosco de periódicos y comprarían basura, igual de basura que la de la televisión, pero mejor escrita, mejor impresa, mejor envuelta en papeles de colores.
Cuando yo era joven existían periódicos donde uno sabía lo que iba a encontrarse. El Marca daba deportes, El Caso noticias truculentas, crímenes y asesinatos que tenían ese regusto de lo morboso; el ABC y su postura, impertérrita siempre ante la sociedad con editoriales y columnas escritas por hombres y mujeres que mantenían viva la llama del orden y entretenían con sus discursos a la gente bien del barrio de Salamanca y similares a lo largo y a lo ancho de toda la geografía española; un lujo de periódico, cómodo de leer bien sentados en una hamaca del campo de golf o de las piscinas cubiertas de sociedades y clubes de buena fama. Estaba El País, tan de izquierdas, tan multicultural, tan afinado en todo, tan considerado en todo, tan perfecto para aquellos que buscaban algo de sentido común en las noticias del mundo. Algo clasista, eso sí, en el tema cultural o en las recomendaciones de visitas a tumbas y museos, pero bastante serio, racional y aventurado en muchos casos. Había buenos periodistas en su redacción. Liberales muchos, en la oposición algunos, todos con un criterio que te daba la confianza de leer a alguien y ya sabías de antemano lo que iba a opinar respecto de un acto, un libro, una película o una manifestación. Lo mismo que el ABC, pero al revés.
Era importante distinguir las cabeceras y el comprador iba derecho al periódico que lo tenía acostumbrado a sus verdades. Y no había otra. Era mucho más fácil. Hoy día las cosas se complican. Las redes informativas son más y si no sabes quién es el “jefe” de toda esa maraña de reportajes (fundamentalmente en las revistas que son más cotilleos que otra cosa) estás perdida. Te desorientan las portadas, aunque en ellas venga la misma noticia con fotos más o menos parecidas y en diferentes tamaños. Si una se casa, se casa en todas; si alguien le pone los cuernos a su santa, aparece en todas con los mismos besos robados o vendidos a los reporteros caza besos o caza cuernos; si a uno le dan una corona o se la quitan, no se preocupen los lectores, que se enterarán rápidamente por esas revistas tan llenas de corazones alegres o tristes, según venga el caso. Y si la revista es de papel satinado y tiene un nombre muy rimbombante, no se engañen, porque el juego al que te invitan es muy parecido, pero mucho más caro. Las noticias son las mismas pero recubiertas de dorados perfiles y con señoras algo más finas y delicadas que las ordinarias que aparecen en las otras revistas. Todas ellas están expuestas en un mismo escaparate.
No merece la pena dar nombres. Ustedes lo han visto igual que yo. De clase alta, “dama, dama, de alta cuna y baja cama” (a una le gustaba Cecilia, su voz y sus letras tan responsables, ¡qué le vamos a hacer!), buenos vestidos, sonrisa de silicona y gesto altivo; actriz porno de mueca feroz y dientes de conejita; futbolista campechano de carrera fulgurante y muchos dones como corredor de fondo pillado en burdeles de alta gama; actriz de medio pelo, periodista de pelo en pecho, cantante sin discos, vendedores ambulantes de cosas múltiples y variadas, etc., todos juntos en un mismo cartel enseñando sus bragas de seda, su último libro o sus casas recién diseñadas. Así las revistas. Pero no se engañen, si abren eso que llaman periódicos podrán observar en muchos de ellos la misma postura, aunque las noticias se den en un formato que parece más serio: gobernantes paseando a la orilla de Las Cortes Españolas o de una playa en Menorca mientras reparten caramelos a niños abandonados por sus madres; príncipes y reyes enseñando su último peinado, su último traje, su última corona; mafiosos, vendedores de armas, sabios de salón y bufetes con caviar y mermelada de arándanos, toreros retirados, cantantes de ópera y funambulistas premiados en Cannes, todos, absolutamente todos, aparecen en la prensa enseñando su mejor sonrisa y su mejor caradura.
Y si nos da por pensar, veremos que esas fuentes de investigación son las mismas de siempre. Los mismos creadores de fábulas trabajan para unas y para otras publicaciones. Los mismos mercenarios vendidos o pagados por empresas, capitales o gobernantes que les dictan lo que hay que decir o callar. Y, mientras tanto, nosotros nos comemos toda esa basura y, de vez en cuando, una tertulia con sentido común, una página con una entrevista que nos aporta dignidad y vergüenza; una noticia que nos aclara que somos seres inteligentes capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, la buena o la mala prensa; el buen periodista y el que no lo es ni lo será nunca porque celebra y bendice con prebendas a quienes le pagan.
Elsa López
26 de noviembre de 2020
0