Relojes de arena

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El funcionalismo es una corriente de pensamiento que afirma que la existencia de algo debe entenderse no por lo que es, sino por la función que tiene, como por ejemplo un machete, lo único que interesa saber es si corta o no. El señor Durkheim y don Malinowski entre otros puntales que se “ajuntan” para poner un techo en donde haga falta, consideraron que la sociedad es como un reloj compuesto por distintas piezas casi microscópicas que funcionan para lograr algo en común. Para ellos la Historia de una sociedad no es importante, sino solo el análisis del presente, porque es mejor saber el papel que desempeña cada individuo, teniendo en cuenta su nivel económico, procedencia, estatus social, formación, etc. A fin de cuentas, esta conjetura es como comprar un motor de labrar de segunda mano, porque te pueden contar mil “batallitas” pero lo que importa es si al arrancarlo larga humo azul o negro.

Filosofías hay muchas y ninguna está por encima de la otra. Sin embargo, si la noción de funcionalismo fuera cierta y absoluta, habría que preguntarse sobre qué función cumplen las personas ideológicamente enfadadas con la sociedad, y también cuestionarse sobre si el objetivo es mostrar lo “tronco de mocho” que se puede llegar a ser. Perteneciendo a unas islas africanas pobladas desde el principio por aborígenes, portugueses, castellanos, andaluces, vascos, holandeses, genoveses e irlandeses entre otros, y sabiendo que también ha sido un pueblo emigrante hacia América y Europa, cómo es posible que algunos se empeñen en despreciar al que viene de fuera.

Las ideas mueven el mundo, pero el estado de ánimo influye también en la forma de pensar de todos y cada uno de nosotros. Personas que creen que todos los problemas de bajos sueldos, imposibilidad para conseguir vivienda, poca oferta laboral, elevado gasto público, explotación laboral y altos impuestos, son por culpa de alguien que acaba de llegar, arriesgando su vida cruzando una frontera para tener un futuro incierto. Si se conociera la historia, también se podría pensar que la culpa es del sistema y que si la vida está difícil para alguien que haya nacido aquí, imagínense el panorama que se encuentra alguien que venga de otro país, porque para ellos la realidad es como empezar un juego con desventaja.

Quizá algunas piezas de relojes atrofiados no entienden lo que es despedirse de su familia sin saber si los volverán a ver, emprender un viaje debiendo dinero sin siquiera haber puesto un pie en tu nuevo hogar, vender una casa para poder pagar un pasaje de ida, huir de la violencia callejera, subirse en una patera o incluso sabiendo que no hay vuelta atrás posible. La función del buen inmigrante podría ser recordar a los acomodados que todo en la vida puede cambiar, que muchas cosas que pasan nadie las puede controlar, y que lo que hoy les tocó a ellos mañana les puede tocar a otros.

El verdadero valor de una persona radica en sus acciones y no en su procedencia, con lo cual, dentro de la ley cualquiera que luche por salir adelante merece el mismo trato de respeto. No hay ninguna norma que apruebe la violencia, ni aquí ni allá. El miedo y el odio impiden el progreso social y señalar a los demás para acusarles de tus propios problemas, es fácil, igual que también es sencillo esconderse en el bolsillo de “papi” mientras se vive a la “papita suave” criticando a los de fuera, pero actualizarse para ser más competitivo en el mercado laboral es algo que no todo el mundo está dispuesto a hacer.

Cualquier reloj debería entender que los tiempos cambian y no siempre de la manera en que uno quisiera. Por esa razón no vendría mal un poco de empatía para ponerse en el lugar de los que se han marchado de sus hogares para buscarse la vida en sitios desconocidos, sobre todo hoy en día, que cualquier normalidad podría acabar en cuestión de minutos con simplemente pulsar un botón nuclear que nos pare el cronómetro a todos.

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