Los sofistas isleños
En la antigua Grecia había un grupo de pensadores llamados “sofistas” que dominaban el arte del discurso y se dedicaban a persuadir al oyente con falacias para engañar. Son de esos tipos fabricantes de imágenes engañosas, que te dicen que todo el monte es orégano pero cuando lo compruebas por ti mismo, lo primero que encuentras es un bosque abandonado de pinos con un colchón de 2 metros de pinillo, bien protegidos por la ley de montes.
En contra de estos “queda bien” profesionales se encontraba Sócrates, un filósofo que hablaba de que todo pensamiento debía ser útil, objetivo y claro, es decir: hay que hablar claro a la gente sin adornos lingüísticos que disimulen jugadas “encapotadas”. Para los sofistas, la filosofía era el discurso de persuadir para obtener un beneficio, pero para Sócrates significaba una forma de encontrar el conocimiento y la felicidad a través del diálogo y la razón. Consideraba que muchos problemas sociales y económicos eran gestionados por “bocachanclas” que no tenían ni idea de lo que hablaban, y que los temas políticos debían ser resueltos por especialistas en la materia. En consecuencia, a veces los gobernantes toman decisiones precipitadas sin tener en cuenta la opinión de un experto o barren informes que no les interesa, para esconderlos debajo de la alfombra.
Lo que ocurría en Grecia sigue pasando actualmente cuando vemos que los ciudadanos hacen más caso al político de turno que al técnico que sabe de lo que habla. Esto provoca que una sociedad aparentemente democrática se moviese por una dictadura de intereses más tapada que unos higos pasados para que no les caiga sereno. Una gestión democrática que gobierna de forma absoluta sin nadie que le lleve la contraria, se logra dando falsas esperanzas al votante. El problema de todo esto es que se presume de realizar una buena gestión, cuando en realidad algunos tienen la medalla a captar el sufrimiento y la frustración del pueblo, canalizarlo y reflejarlo en las urnas electorales.
Tal “majadería” no se limpia ni dejándola a remojo en la pileta, porque las manchas del egoísmo siempre están presentes en cualquier forma de política, sea institucional o no. Mientras unos quieren una carretera nueva, otros quieren que se termine la que está a medio hacer, entre tanto unos ponen de moda sitios de paso para celebrar eventos multitudinarios, otros se quejan por dejarlos de lado, a la vez que unos hacen puertos sin uso, otros pueblos se quejan de no tener ni un varadero, mientras unos abren sitios con riesgo para la salud, otros entierran tuberías en un suelo virgen, túneles que no se perforan, y así vamos, cada uno remando para su lado.
Sería bonito imaginarse un debate entre políticos hablando sobre cosas serias y dejar de competir a ver quién dice las palabras más bonitas como: fomentar, potenciar, u otra que está muy de moda, dinamizar. La cuestión a debatir tiene que ser de gestión y método, que consista en no decir lo que vas a hacer sino cómo lo vas a hacer. Independientemente del color de cada partido, es más importante conocer la forma que utilizan los que ocupan cargos de gobierno para elaborar proyectos, aprobar leyes, pedir subvenciones a tiempo, proyectar obras públicas dentro de los plazos, arreglar colegios sin pasarse la pelota de las competencias, etc.
Por desgracia, la política para Sócrates no era más que la gestión de intereses contradictorios, y desde que lo dijo hasta ahora han pasado más de 2.000 años. Se debe tener humildad para reconocer cuando uno no sabe de algo, porque siempre se han oído “perlitas” como reducir el paro, ayudar a las empresas, potenciar el desarrollo sostenible, impulsar el emprendimiento, reconstruir la isla y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, pero todo suena a un “yo te aviso mañana”. Tristemente, la vida del filósofo acabó tras ser condenado a muerte por los dirigentes de la cuna de la democracia: Atenas. Nunca ha interesado apoyar a quien hace demasiadas preguntas y anima a los demás a descubrir la verdad por sí mismos, pero es cierto que últimamente la gente ya no se conforma con creerse las palabras de cualquier boniato “madriao”.
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