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La teoría de las inteligencias múltiples

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Howard Gardner es un psicólogo formado en la prestigiosa Universidad de Harvard, de donde salen personas súper cualificadas para unas cosas, pero para otras no, porque no saben lo que es salir de fiesta en El Cuadrilátero, que el “segurita” de la biblioteca te vea más que tu madre, ni ir a la “chuletada” de la facultad. Todo esto demuestra que el desarrollo del intelecto no depende de los sitios en los que se forma, sino de la actitud y mente abierta de la persona que absorbe la información, porque hasta en la barra de un bar se pueden aprender cosas, comportamientos, ideas o valores que no aparecen ni en los diccionarios.

Para Gardner, no se puede hablar de inteligencia como una cosa única, sino que existen diferentes tipos: inteligencia “lingüística” para aquellos con facilidad para comunicarse, la “lógico-matemática” que te hace terminar sudokus nivel experto en tiempo récord incluso antes de que suba la marea, “espacial y geográfica” para orientarse hasta de noche con luna nueva, la “musical” para mostrar sensibilidad al escuchar melodías, la “corporal” que muestra coordinación y equilibrio para llevar una cesta de “tunos” en la cabeza, “interpersonal” para saber de qué palo va la gente que te rodea, “intrapersonal” que sirve para conocerse a sí mismo y la “naturalista” para comprender el frágil equilibrio de nuestro ecosistema, como no arrancar todo el perejil de la huerta para que vuelva a salir en donde mismo estaba.

Estas inteligencias se desarrollan con más o menos facilidad, dependiendo de cada persona. El cerebro humano es objeto de análisis médicos de la neurociencia, para realizar diagnósticos como síndromes, trastornos, dificultades y necesidades especiales, con la intención de facilitarle la vida a la gente. Afortunadamente se ha descubierto que lo que antes se llamaban discapacidades, hoy en día se llama diversidad funcional, porque cada uno es como es y no hay que ser como la mayoría. La peor discapacidad que se pueda padecer es la de tener el alma podrida como la de los nísperos en el suelo, un vacío existencial como el de una pileta cuarteada por el sol o la herrumbre mental de todo aquel que se crea más inteligente por tener un suéter amarrado al cogote. Esto demuestra que nadie es nadie para juzgar, ni siquiera la ciencia, porque varas de medir hay muchas pero la idea es comprender y no diferenciar.

¿Para qué empeñarse en comprender el funcionamiento de la mente?, pues para percatarse de que la discapacidad de los “sobrecapacitados” solo se cura metiéndoles un “fonil” en la boca y echándoles un chorro de valores por el “buche” para dentro, porque nadie diagnostica mejor que el tiempo que nos pone a todos en nuestro sitio, y que el hervor, agüita o sereno que posiblemente les falta a algunos, al igual es mejor que la “ralera” mental que sufren quienes confunden a “sanazos” con bobos.

Si se usa la inteligencia “lógico-matemática”, se podría entender que si una carretera peligrosa pagó por tener tres “mantitas” de “piche” porque le daba frío y solo recibió una, es que las otras dos se perdieron por el camino. Hechos así hacen que a uno le huela a “chamusquina” el desarrollo de nuevas obras, porque hasta los faraones, a pesar de querer sus propias pirámides, intentaban asegurarse de que por lo menos estuvieran bien hechas. Por eso sería conveniente contar las capas de la cebolla, no vaya a ser que se pueda repetir la misma operación en carreteras más “calentitas” donde el frío no sea tanto, porque al igual con las prisas, uno es humano y se puede olvidar de alguna. Por último, cabría destacar que la inteligencia “espacial y geográfica” tendría la habilidad de enseñar que por más que se empeñe el faraón en construir su templo de adoración, hay factores como la temperatura y la inestabilidad del terreno que no entienden de prisas, porque a veces las cosas no son cuando uno diga, sino cuando se pueda, una vez que remitan los factores de riesgo.

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