La cestería en La Palma

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La cestería es la actividad artesana-industrial más primitiva, anterior incluso a la alfarería o loza. El modo de “subir” una pieza de barro se hace con los llamados “churros” entrelazándolos, de igual manera un cesto. En los yacimientos arqueológicos de La Palma aparecen vestigios de materiales vegetales entrelazados o tejidos.   

Afollado -especie propia de la laurisilva-, castaño, moral, tagasaste -planta forrajera endémica-, colmo -centeno-, trigo, palma, zarza, mimbre, caña y pírgano -nervio de la hoja de la palmera- son las fibras vegetales utilizadas en la cestería de la isla canaria de Palma. En esa enorme y diversa riqueza vegetal es la que le proporciona, amén del buen hacer de los artesanos, su sello peculiar y un magnifico acabado que la hace única en la cestería tradicional de Canarias.

El oficio de cestero -históricamente en manos masculinas, aunque poco a poco se ido incorporando la mujer- se ha transmiti­do de padres a hijos, dedicándose a él familias enteras que incluso llevan por varias generaciones el apodo o alias de “cestero”.

Para recolectar los materiales y lograr una vara adecuada se tiene en cuenta el estado de la roza -la plantación donde crece- y el menguante de la luna. De ese origen, roza, procede muchos de los topónimos de La Palma, aunque hoy gramáticamente se emplea con s.

En verano se recoge el colmo. La zarza, por el contrario, hay que recolectarla en el menguante de abril, mayo y junio, para que sea más resistente; tiene una sección poligonal de cinco caras, de cada una de las cuales se obtiene una cinta, que a su vez se puede dividir en dos.

La pieza palmera más característica de la cestería es el balayo, que da nombre genérico a toda la producción elaborada con colmo y zarza, de fondo redondo, y urdido en espiral; para ello se emplean rollos de colmo cosidos con cintas de zarza. Sus paredes son cóncavas, con una abertura mayor o menor en su parte superior.

El palmero José Pérez Vidal, primer Premio Canarias (1984), decía, en su trabajo titulado La Cestería Canaria, (notas para su estudio), que “La técnica de espiral de paja cosida, dada su gran antigüedad y su enorme difusión, requiere un estudio más minucioso y detenido de los que hasta ahora se han hecho...”. El eminente etnógrafo e investigador apuntaba en su estudio, publicado en 1967, la conveniencia del estudio de la cestería africana donde la técnica en espiral tiene orígenes remotos, pero afirma rotundamente el “indiscutible parentesco entre la balaya y el balayo de Canarias y cestos análogos de Portugal”.

La cestería de colmo se basa exclusivamente en el uso del centeno convenientemente tratado para la elaboración de objetos delicados, frágiles y elegantes. Los más comunes son los costureros, canastillas, cestos decorativos y pequeños recipien­tes de auténtica filigrana; se hacen a partir de escudos, bichos -trenzas-, fondos y tapas. Sobre un armazón de pírgano se unen las pajas en paralelo -constituyendo una especie de tapa de forma poligonal-, que van conformando el cesto. A estas uniones se superponen los rollos, que son los que proporcionan el acabado. Los trabajos de empleita de colmo -cinta trenzada- se destinan preferentemente a la confección del sombrero de la indumentaria tradicional.

La voz colmo fue estudiada por el palmero José Pérez Vidal (1907-1990) y la define claramente como de procedencia gallego-portuguesa, por lo que nos es de extrañar, como ya decíamos en los balayos, que el origen de algunos de los elementos y voces de la cestería palmera proceda de Portugal. Es conocido el estableciendo de colonos lusos en el siglo XVI y sucesivos en La Palma, acreditado por numerosas monografías.

El afollado -especie de la laurisilva- es la vara más usada; se corta en cualquier menguante, y su flexibilidad permite que se pueda trabajar fácilmente. Tras el corte, se abre en cuatro lascas para que se oreen. El cesto empieza a levantarse por el fondo, empleando para ello costras -vara más cortas labradas por los dos lados-, cuyo número debe ser impar, dependiendo de las dimensiones de la pieza. Cuando se llega a la altura deseada, se procede al encorreado, o rematado, con tiras de castaño.

Algunas de las piezas tradicionales que se realizan en la actualidad con palma son las seretas -especie de bolso-, la cesta gallera -para transportar los gallos de pelea-, empleita para moldear el queso artesano, sombreros-pamelas y abanadores, elaborados todos ellos con palmito -la parte tierna del cogollo de la palmera-, cuya calidad supera la de las hojas verdes. El proceso exige que el palmito se abra en dos y se ponga a secar; a continuación, se blanquea con la quema de azufre dentro de una caja de tea. Después, con una aguja, se va rasgando para obtener el ancho deseado, y se comienza a tejer la empleita.

Las piezas de mimbre, en su variante natural o pelado, se trabajan con un urdido de forma radial, destinándose a igual que la cestería de vara; es decir, para hacer cestos de pedreros, espuertas, angarillas y cestos de muy distinto uso. Con el mimbre pelado, sin embargo, se elaboran productos más delicados como canastillas y costureros.

Con caña y mimbre entrelazado, y con un urdido de forma radial -método peculiar de este apartado de la cestería insular-, se trabajan cestos destinados a las tareas que requieren mayor resistencia: para cargar piedras, papas, uvas..., así como otras piezas más delicadas, como cestas de dulceras con cuatro asas. Finalmente, con cañas se siguen confeccionando jaulas para pájaros de muy diferentes formas y tamaños, alcanzando algunas de ellas la categoría de verdaderas y artísticas mansiones.

La más antigua manifestación de la existencia de trabajos en fibra vegetal en La Palma la aporta los benahoritas, primeros pobladores de La Palma. En Museo Arqueológico Benahorita (mab), en Los Llanos de Aridane, se conservan fragmentos de cuerdas de junco. Se encontraron en yacimientos funerarios donde los cuerpos aparecían atados con cuerdas vegetales trenzadas o torcidas, como es el caso del yacimiento del El Espigón en Puntallana.

A falta de fuentes históricas documentales por muchos años la ciencia arqueológica dudó de la existencia de cestería en la isla. Sin embargo, una carta dirigida al que fuera eminente científico, médico y músico aridanense Elías Santos Abreu (1856-1937), por esos años presidente de la sociedad La Cosmológica, se daba cuenta del descubrimiento en 1894 de un yacimiento funerario en Barlovento y cambió todos los planteamientos iniciales.

En esa carta se dice: “El 30 de abril de 1894 en Los Pedregales de Barlovento y en una de las cuevas que llaman de la Mondina se han hallado los huesos de tres seres humanos con sus sombreros de palma al parecer encajados en cada calavera, con sus bastones de diferentes clases de madera junto a cada esqueleto y una bolsa de cuero”. Por esos años el corresponsal de La Cosmológica apuntaba que los sombreros eran de palmera, sin embargo, están elaborados con fibra de junco y levantada la pieza en espiral que se unen entre sí por la trama que va envolviendo el haz. Estuvieron conserva­dos en la Sociedad hoy se encuentran en el Museo Arqueológico Benahorita (mab) en Los Llanos de Aridane, dependiente del Cabildo Insular. Se observa que las cartelas de estas piezas, en el museo aridanense, han pasado de ser “sombreros de palma”, tal y como manifiesta la comunicación de 1894, a ser cestos sin más explicación académica.

Las fibras vegetales tal y como los ofrece la rica naturaleza palmera se doblegan, no faltos de belleza y perfección, ante las sabias manos de los artesanos cesteros. El plástico ha venido a sustituir parte de estos viejos útiles, aunque los más viejos del lugar prefieren recoger uvas y papas en un cesto de vara. Según la sabiduría popular el plástico sancocha los frutos, al contrario que un cesto que les proporciona traspirar y conservar sus cualidades naturales.

El catálogo o inventario de piezas de cestería es tan abundante y variado que se podría decir que cada generación de cesteros palmeros ha aportado a la cultura popular un nuevo diseño y uso que significó, en su momento, un aporte y respuesta a una necesidad concreta de las familias.

Los viejos cestos de campesinos y labradores duermen el sueño cruel del olvido, abandonados a su destino. El trascurso de los años, lluvias, humedades, sol, insectos y roedores están terminado con ellos y se demanda una urgente catalogación etnográfica de los diferentes diseños y usos de cada unos de ellos, antes que sea tarde y se pierda el rico y variado legado de la cestería de La Palma.

* María Victoria Hernández es cronista oficial de la ciudad de Los Llanos de Aridane (2002), miembro de la Academia Canaria de la Lengua (2009) y de la Real Academia Canaria de Bellas Artes San Miguel Arcángel (2009).

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