Que me perdonen el titular los creyentes, entre los que yo me cuento, al menos en un alto porcentaje de mi tiempo, el juego de palabras sobre uno de los grandes episodios bíblicos y creyente a tiempo completo sí que soy de la Biblia, el libro de los libros, una obra seminal y fundacional de la literatura, como lo es el Quijote de la novela moderna. Pero esto va por que en la madrugada del domingo al lunes pasado llegué a creer que sonaban en Santa Cruz las trompetas de Jericó, esas trompetas que derribaron las murallas de dicha ciudad, de la que sólo se salvó una prostituta, lo digo como aviso de navegantes para los que quieren acabar con el oficio más antiguo y es que a medianoche de dicha madrugada comenzó a sonar una alarma, me imagino que de un coche, y ahí siguió sonando y sonando, destruyendo si no murallas miles de sueños de sufridos ciudadanos, que se preguntaban, asombrados por el fenómeno, cómo nadie apagaba la susodicha alarma y los que somos cagones por naturaleza pensamos incluso que si era una versión postmoderna de las trompetas bíblicas, hechas de cuernos, y ya sabemos que hoy en día cuernos no faltan o ángeles con espadas flamígeras anunciando el Apocalipsis que el acojone a que nos están sometiendo los líderes mundiales no es para menos. Me imagino que dentro de la cabeza de mis sufridos conciudadanos sonaba la misma frase que sonaba en la mía: ¡Qué alguien apague esa alarma de una puñetera vez! Bueno, como dice el gran Leo Harlem, alegría, que estamos en Navidad, y de ahí sólo nos puede sacar enero.