La paz de Las Calmas
Llevamos días crispados
por este incendio inclemente
que nos altera la mente
y nos tiene alborotados.
Estamos necesitados
de nuestra calma encontrar,
de nuevo mirar al mar
sereno al atardecer
y pensar que nuestro ser
vuelve el ánimo a templar.
Jócamo, 23.VIII.2023
NOTA: No quedan muchos lugares en Canarias como la visión que nos ofrece el arco del mar de Las Calmas, en la isla de El Hierro.
Presidido por las áridas laderas del Julán, salpicadas de pinos y sabinas, que agonizan con la pertinaz sequía, es un paisaje despoblado, solitario, que invita a reflexionar y a contemplar las fuerzas de la naturaleza sin la huella perceptible de la intervención humana.
Los lejanos destellos del faro de La Orchilla, otrora finisterre del mundo conocido, acrecienta la magia del lugar y arrastra nuestra mente a soñar con las joyas perdidas del paisaje canario, que hemos convertido en bisutería barata por mor de un desarrollo mal entendido.
Bajo el pretexto de que nuestros antepasados tuvieron una vida peor, estamos vendiendo nuestra alma al diablo de la masificación turística, con sus consecuencias, y que desde hace tiempo nos quita más de lo que nos aporta. No se trata de querer recuperar el zurrón del gofio y el barrilote de vino azufrado; simplemente admitir que la capacidad de carga de nuestro territorio es limitada y no por más crecer va a mejorar nuestro poder adquisitivo ni nuestra calidad de vida. Todo lo contrario y así lo acreditan los datos estadísticos o perceptivos de las tres últimas décadas. Los tiburones del capital son insaciables y cuando esquilman un lugar, hacen las maletas y emigran sigilosamente a otro sitio con mejores perspectivas.
No entenderlo así, es dar la espalda a la historia y al obsesivo comportamiento egoísta de nuestra especie, que por mucho que lo disimulemos, nunca ha dejado de ser una especie animal voraz. Omnívora y cosmopolita, para más INRI.
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