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El gran spoiler
Con frecuencia me acuerdo de uno de mis enfados desproporcionados en la adolescencia (tan dada esa etapa a lo desproporcionado) cuando, en clase, mi amigo J. contó el final de una película que había visto. Como yo no la había visto y por entonces le daba demasiada importancia a las tramas, monté en cólera de un modo desorbitado, afeándole con gritos su asombrosa inconsciencia. A menudo lo recuerdo y siempre me arrepiento de ello. No sé por qué le he otorgado tanta importancia a esta injusta actitud de aquel yo del pasado cuando he cometido faltas mucho peores. Me viene a la cabeza esta tonta anécdota a propósito del último libro de Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo, que se articula de principio a fin en torno a una pregunta cuya respuesta sólo llega al final del mismo, como debe ser, y sobre la que no se debe hacer spoiler. No sólo porque se desvelaría el final; porque atentaría contra una regla no escrita de carácter ético (como el consenso de los medios informativos en época de Reyes Magos), sino porque hacer un destripe del final de este libro, a diferencia de aquel que hizo mi amigo en la adolescencia, significaría hacer un spoiler sobre el sentido de la existencia.
El leitmotiv del libro es la pregunta que Cercas pretende hacerle, en persona y en privado, al papa Francisco, y la posibilidad de poder formulársela es la principal motivación del escritor ateo y anticlerical para aceptar la escritura de esta crónica sobre el viaje del papa a Mongolia en 2023. Un encargo literario que proviene del mismo Vaticano, sin ninguna condición por su parte, ofreciéndole ayuda y total libertad creativa. La pregunta en cuestión es sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Cercas pretendía preguntarle por esto al papa para llevarle la respuesta a su madre, de noventa y dos años, firme católica que espera ver a su gran amor, el difunto padre del escritor, cuando haya muerto. Cercas quería que el papa le dijera si su madre realmente se iba a encontrar con su padre en otra vida. Y consiguió hacerle la pregunta. Y obtuvo su respuesta.
El loco de Dios en el fin del mundo es muchos libros en uno, pues tiene algo de crónica de viaje, de ensayo, de novela de autoficción y de libro de aventuras. Sin embargo, para mí es sobre todo un documental. Un documental en forma de libro, pues así como una novela nos la representamos en imágenes cinematográficas y de ficción en nuestra cabeza a medida que la leemos, en el caso del libro de Cercas yo he visto un documental a través de sus palabras. Un libro-documental con un enorme interés para mí, fascinado como estoy por el misterio de la existencia, que es un bonito eufemismo para no decir que le tengo terror a la muerte. Por eso lo devoré con tanto interés, para saber qué narices le iba a responder el papa al escritor supuestamente ateo. Perdón, permítaseme una apreciación especialmente subjetiva: creo que los ateos absolutos no existimos, es una pose intelectual. Podríamos decir que somos “casi ateos” pero es verdad que decir eso sonaría raro y poco categórico. Y necesitamos definirnos categóricamente para no sentir que no somos sólidos, que somos figuras brumosas. Perdón por la relativa digresión. Continúo.
Cuando leí a Javier Cercas en una entrevista hablar del libro y de la pregunta que quería hacerle al papa, me provocó, como pocas veces me ocurre, un interés desproporcionado (porque yo sigo siendo un desproporcionado) y leí el libro con avidez; y vi pasar en este documental literario a personajes fascinantes y poco conocidos, la mayoría de gran interés intelectual, con los que el escritor se encontraba y a los que interrogaba a conciencia sobre asuntos teológicos, personales y políticos. De entre todos estos protagonistas del libro-novela-documental los más destacados son, sin lugar a dudas, los misioneros. Estos merecen, y así se les otorga en el texto, una atención especial, casi diría que un homenaje. El homenaje de un ateo que es, por tanto, un homenaje especialmente honesto.
Desde una perspectiva más estrictamente literaria, quizá uno echaba en falta, en ciertos pasajes del texto, una inmersión más profunda en el terreno del misterio, un acercamiento a éste con las herramientas propias de la ficción y menos con las propias de la investigación, para hacer honor a la propia declaración de intenciones del autor cuando habla del carácter heterogéneo del libro, de esa suerte de cajón de sastre, de ese experimento literario que quiere abordar. Para apoyar esta extravagante teoría mía quiero recordar una reflexión del escritor Junot Díaz cuando decía que el fantástico es el mejor género para hablar de la realidad. Algo así, una suerte de camino literario más alejado del rigor documental del libro creo que lo habría hecho crecer y habría ayudado a penetrar en el misterio que lo atraviesa de un modo más cautivador. Pero Javier Cercas sabe lo que se hace y maneja con gran conciencia los resortes de la narrativa, haciendo que el tramo final del libro, desde que se reúne con Víctor Manuel Tucho Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, y hasta el final del mismo, donde se responde a la pregunta planteada desde el comienzo, alcance una intensidad que va en aumento hasta dejarlo finalmente a uno muy tocado por la emoción cuando el escritor se reúne con su anciana madre para trasladarle la respuesta que le dio el papa.
Y cuando parece que la emoción, manejada con sensibilidad y no con sensiblería, alcanza su cenit, entonces aparece otro giro en la historia de este documental con forma de libro. Como una escena post-créditos. Un nuevo giro de guión, completamente inesperado, que conduce a un final perfecto.
Y que nos muestra a un Bergoglio, el papa Francisco recientemente fallecido, como un ser humano ordinario y un papa extraordinario.
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