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De ‘padre’ y ‘madre’ a ‘papá’ y ‘mamá’: revolución familiar en Canarias

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Como en el resto del mundo hispánico, las relaciones entre padres e hijos han pasado en Canarias por dos etapas radicalmente distintas: una etapa tradicional o vertical, rígidamente patriarcal, y otra moderna u horizontal, más fraternal y democrática; y, como no podía ser de otra manera, ambas se encuentran determinadas tanto por cambios sociales más o menos drásticos como por cambios lingüísticos no menos profundos.

En la sociedad tradicional, para los hijos de las clases populares, los progenitores eran siempre “padre” y “madre” y los padres de estos, “abuelo” y “abuela”, con palabras íntegras o primitivas, que son las que significan las cosas de forma objetiva, sin contaminación de la subjetividad del hablante. Sólo en contextos muy íntimos y en etapas más bien tempranas de la vida de los niños podían oírse en el seno de las familias canarias del pueblo llano las expresiones subjetivas o hipocorísticas “papa” y “mama” (con acentuación grave o llana, que es la tradicional en español), para el padre y la madre, respectivamente, y “abuelito” y “abuelita”, para los abuelos, con mayor o menor carga afectiva. Tan distantes o reverenciales eran entonces las relaciones de los hijos con los padres y los abuelos, que aquellos trataban siempre de “usted” o de “su merced” (fórmula de tratamiento predominante hasta principios del XX) a estos (y a veces, estos a aquellos); un tratamiento que, cuando la ocasión lo requería, iba acompañado de actos formales de sumisión u obediencia, como “petición de la bendición”, por ejemplo: “Écheme la bendición, madre, que me voy a dormir”, “Écheme la bendición, abuelo, que voy para la escuela”, se oía decir constantemente en las casas canarias de entonces. En la sociedad tradicional, los padres, más que padres, eran patronos de sus hijos. Y no sólo en sentido figurado, sino también en sentido recto, pues, en muchos casos, estos tenían que trabajar desde muy temprana edad para contribuir a la economía doméstica, sea en la empresa familiar, sea en empresas extrafamiliares. Este modelo patriarcal se extendía a veces a otras esferas de la vida social cerradas y rígidamente jerarquizadas, como las laborales. Así, en muchos de los barcos canarios que iban a pescar a la costa de África, los pescadores, que trataban a la autoridad suprema de la embarcación, que era el patrón, como padre, le pedían la bendición cuando se despedían de él. 

Por el contrario, en la sociedad moderna, los hijos designan a los padres con los hipocorísticos “papá” y “mamá” (ahora, con acentuación aguda, por influencia del francés, a partir del siglo XVIII), que, precisamente porque invaden la soberanía nominal de las personas designadas, permiten que el hablante penetre en la intimidad del oyente. Este cambio designativo debió de afectar en principio sólo a la madre, que es el progenitor que ha estado siempre más en contacto con los chicos, para extenderse más tarde a la esfera del padre. En esta situación de proximidad a los padres o de intimidad o confianza con ellos, el tratamiento pasa por dos fases distintas en la dirección hijo-padre y, a veces, también en la de padre-hijo: a) Fase de usteo, en las primeras etapas del cambio, siguiendo la inercia de la situación anterior; y b) Fase de tuteo, una vez consolidada la aproximación al hablante que implican los hipocorísticos papá y mamá. La invasión de la soberanía nominal que implica el hipocorístico es, pues, la clave del radical cambio familiar que nos ocupa. Una de sus consecuencias lingüísticas más llamativas es que, como en la nueva situación las voces “padre” y “madre” quedaron sin función referencial dentro de la familia del hablante, pasaron a designar en muchos lugares de Canarias a los abuelos, que, al menos lingüísticamente, se veían, por tanto, promocionados con ello a la condición de padres de los chicos, lo que implicaba un evidente estrechamiento de los lazos entre unos y otros. En muchas familias canarias de hoy, los nombres “abuelo” y “abuela” son términos que sólo se emplean para designar a los padres de progenitores de familias distintas de la propia, no a los de uno. De esta manera quedaban las familias tradicionales isleñas convertidas en familias modernas, donde la relación entre descendientes y ascendientes es horizontal, de proximidad, familiaridad o afecto, ganando así la partida a las relaciones verticales o de jerarquía propias de la familia tradicional. Con ello, desaparece gran parte de las prohibiciones y tabúes que implicaban los viejos vínculos entre padres e hijos. Las relaciones de los canarios de hoy con sus padres y abuelos son mucho más íntimas y cercanas que las de los canarios de antaño con los suyos. Los padres no son ahora patronos de sus hijos, sino tutores y los hijos dejan de ser mano de obra barata para convertirse en seres humanos en formación que hay que instruir y proteger de la explotación de aquellos que tienen más poder. Los cambios han sido, pues, radicales: las relaciones fraternales han ganado la partida a las patriarcales. Los hipocorísticos papá y mamá, con asimilación progresiva, y los hiperhipocorísticos mami y papi, con asimilación progresiva y modificación morfológica mediante el morfema -i , derribaron definitivamente las barreras de separación que existían entre padres e hijos.

Obviamente, transformaciones familiares, sociales y lingüísticas tan drásticas como las que nos ocupan no podían imponerse de la noche a la mañana, sino que fueron surgiendo de forma paulatina. Por lo que sabemos, la nueva moda designativa, que probablemente llegó a las Islas desde la Península, prende tal vez desde principios del siglo XIX en la burguesía de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, que, como es lógico, por su carácter urbano son las más innovadoras del Archipiélago, y desde aquí irradia de forma gradual al resto del territorio insular. Testigo soy de que todavía en los años sesenta del pasado siglo lo que predominaba en el pueblo llano (no en la burguesía) de Fuerteventura (incluida la gente de su capital, Puerto del Rosario) era el sistema tradicional: es decir, los hijos llamaban por lo general a sus progenitores “padre” y “madre” y a los padres de estos, “abuelo” y “abuela” y trataban de “usted” a los unos y a los otros. Por el contrario, la gente nacida por la época va a empezar a usar ya el sistema moderno de “papá” y “mamá” y el tratamiento de “tú”, dándose la circunstancia de que, en una misma familia, mientras que los hijos mayores usteaban a padres y abuelos, los más jóvenes los tuteaban. Y, en relación con los padres de los progenitores, designáranse con el nombre de “padre”/“madre” o con el de “abuelo”/“abuela”, la solución era más o menos heterogénea: mientras que en unas familias los niños los usteaban, en otras los tuteaban, hasta que el cambio terminó consolidándose en favor del tuteo, en consonancia con las tendencias de los nuevos tiempos. Se trata, por tanto, de un cambio absolutamente natural, que ha seguido la evolución de los cambios históricos más normales, que es el desarrollo gradual o paulatino.

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