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Trafalgar y el apocalipsis

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Hay una pregunta que siempre falla: cuál es el “episodio nacional” de Pérez Galdós que más te gusta, o que mejor define esa quisicosa que llamamos España, o que todavía se ajusta a los tiempos actuales… solo era una pregunta y ya van tres. Siempre me quedo con Trafalgar porque es el relato de un niño y también, no sé, porque es el primero. Y porque me gusta la plaza en Londres. Y porque adoro las derrotas patrias.

Pero estos días tales lecturas no valen si no es como nostalgia, la cual detesto. Por eso estoy envalentonado, frente al ambiente crepuscular de la política y horrendo del panorama musical, con la reciente edición de la Poesía completa de Julio Cortázar en Alfaguara, qué cosa puede haber mejor. Es un Cortázar sombrío, cuándo no lo es, pero con la alegría que dejan siempre sus escritos por incomparecencia del triste: “El sueño, esa nieve dulce/ que besa el rostro, lo roe hasta encontrar/ debajo, sostenido por hilos musicales,/ el otro que despierta”. Es un poema parisino y de principios de los cincuentas, breve como una mirada en el metro, adusto como una bocanada de humo, cortazariano en fin. Nada me impide decir, mirando al respecto este libro de ochocientas páginas de versos, que quiero seguir viviendo en un país donde gobierne una coalición de progreso, o de izquierdas, o de Trafalgar, porque, como decía Nietzsche, “todo lo decisivo surge a pesar de” y lo escribía en el Ecce homo –cito de memoria- muy a punto de abandonar el mundo consciente comunicable. ¡Qué mal estamos! Puede, pero podíamos estar peor, también puede. La lista de beneficios de estos siete años para los más débiles es larga. Los agravios para los poderosos, muy pocos, y fíjense cómo se ponen. Hasta han conseguido concitar a la jerarquía católica a la opinión pública política, ¿alguna vez no han estado?

Por suerte, Lauren Bacall de diecinueve años me guiña un ojo: “¿Te acuerdas de la razón de mi existencia como actriz?”.

“Sí, flaca”, le respondo, “por lo visto Howard Hawks retó a Ernest Hemingway para que le diera el peor de sus relatos del que él haría la mejor de sus películas”. Y así fue, pensamos algunos. “Hawks puso a trabajar a Faulkner con suficiente güisqui como tumbar una catedral, y así escribió el guion”, me dice mi profesora de arte favorita que ya está de vacaciones. También, apostillo, contrataron al piano a Hoagy Carmichael para que cantara Hong Kong Blues y un pase final con la flaca para dar por terminada To have and have not, que así se llamaba la película. Vaya escena. Pensemos en ella, en la escena y en Lauren, cuando nos abrumen los horizontes de la nada.

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