El último vuelo de 'Zupermán'

Miguel Zerolo ha sido condenado a ocho años de inhabilitación.

Noé Ramón

Santa Cruz de Tenerife —

Ahora que contemplamos como se cae a pedazos el edificio conocido como el zerolismo, resulta difícil hacerse una idea de las dimensiones que durante años adquirió esta particular forma de gobernar. Y es que hubo un tiempo en el que Miguel Zerolo –exalcalde de Santa Cruz, aún senador por la Comunidad Autónoma, antigua esperanza blanca del insularismo, reciclado en independestista desde que comenzaron sus batallas judiciales– era todopoderoso. Lo dijo Odalys Padrón después de conocer la sentencia que lo inhabilita durante ocho años, resultado de la denuncia que en su día presentó la que es uno de los personajes más profundamente detestados por Zerolo. “Se consideraba intocable. Mucha gente me decía que cómo me atrevía a meterme con él y con los suyos”. Con la perspectiva que da el tiempo, Zerolo parece ser un superhombre con truco que sobrevoló durante 16 años el cielo de Santa Cruz. Un Zupermán (con falta ortográfica incluida). Un Ícaro embebido de sí mismo hasta el punto de presentarse a unas elecciones con su apellido como reclamo. Las palabras pronunciadas estos días por Padrón hacen que quienes vivieron aquellos años regresen a una Santa Cruz un tanto diferente a la actual.

Zerolo llegó a la Alcaldía en 1995 después de haber realizado una labor al menos llamativa en la Consejería de Turismo, donde fue el autor de campañas como aquella que quería convertir a Canarias en el destino de las bodas de miel o la colocación de una valla publicitaria en la Rusia postcomunista. Parecía el candidato idóneo para darle un toque de modernidad a Santa Cruz. Pero, curiosamente, el nuevo alcalde resultó bastante más conservador y carca de lo que parecía.

Al poco tiempo de llegar al poder se saca de la manga la policía Unipol, cuyo único fin era meterle miedo en el cuerpo a los vecinos de los barrios. Durante años, la presencia de furgonetas de esta policía con los perros rabiosos ladrando como símbolo fue la única prueba que tuvieron en el extraradio de que existía un Ayuntamiento al que supuestamente pertenecían. Justo cuando es nombrado alcalde –ciertamente de rebote, porque en primer lugar iba Manuel Hermoso, y Guillermo Guigou por el PP se quedó a las puertas de igualarlo–, Zerolo se encontró con el Parque Marítimo como tarta de bienvenida. El nuevo alcalde con sus napias al aire atisbó rápidamente las posibilidades que le deparaba el nuevo espacio. Y por cierto que las explotó. Aún siguen flotando en el aire todo tipo de sospechas sobre la manera en la que funcionó el Parque durante años.

Peor fue cuando Zerolo quiso convertirse de golpe y porrazo en el nuevo García Sanabria y puso sus ojos en Las Teresitas. Tres años después de ser nombrado alcalde, el Supremo dicta la sentencia en la que se decide que es posible construir en este espacio aunque de una forma más moderada que en los primeros planes que querían convertir la playa en algo parecido a Benidorm. Aquí comenzó su alianza con los empresarios Antonio Plasencia e Ignacio González, de los que se convertiría en una especie de protegido. No es para menos. Una decisión de Zerolo, anulada por los tribunales, hizo que ambos ganaran de golpe y porrazo nada menos que 150 millones de euros en el plazo de apenas siete años. Primero, 54,2, que les entregó el Ayuntamiento por el frente de la playa, y luego, 95 por los terrenos de Las Huertas. Por el camino quedaron vecinos expoliados o a los que se les ha amargado la vida durante más de una década, montañas de dinero tiradas a la basura y principios morales, si es que alguna vez existieron. Aquí aparece en escena una de las constantes en el carácter del exalcalde: pisotear al más débil y hacerle la pelota a los poderosos.

No es extraño que, durante años, jueces, fiscales y policías hayan indagado los pormenores de esa operación. Porque en realidad casi toda la gestión de Zerolo permanece en la actualidad bajo sospecha y con la coletilla de presunto al lado. Los intentos del exalcalde de poner orden en Las Teresitas se saldaron con el fracaso más rotundo. En la actualidad, la situación jurídica, e incluso física, de la playa es peor que en 1998. No solo por suciedad o por los destrozos que causaron las obras que tuvieron que paralizarse bruscamente en 2008, sino por el embrollo judicial y saqueo a las arcas municipales que supuso la aventura zeroliana. El caso Mamotreto, con la sentencia condenatoria incluida, ha sido interpretada por los nacionalistas como una intolerable injerencia de la Justicia en los negocios familiares.

El caso Teresitas representa un quebranto tan importante que ha acabado infectando a toda la ciudad. Para compensar el desastre se privatizó la gestión de Emmasa por una cantidad casi idéntica de dinero. Años después, la nueva mayoría en la que figura el PSOE y sus supuestos compañeros de partido, han iniciado una campaña, seguramente más aparente que real, para recuperar el control de Emmasa. Una comedia para consumo de los medios de comunicación afines, porque ellos saben muy bien que Sacyr solo se irá cuando lo decidan sus directivos.

La operación de Las Teresitas, no obstante, tuvo algo de positivo. Para algunos supuso descubrir la verdadera cara de Zerolo. Detrás de su sonrisa comenzaron a perfilarse los gestos del Joker, el personaje de Batman en el que se mezcla lo cómico con lo siniestro. Los antisistema, como él los denominaba, que a principios de la década de los años dos mil se organizaban en torno al movimiento contra el puerto de Granadilla, fueron los primeros en ver y denunciar el auténtico rostro del alcalde. Inmediatamente el senador comenzó a descubrir rojos y antisistema por todos lados.

En el Ayuntamiento tan solo Guillermo Guigou, Ángel Isidro Guimerá y Odalys Padrón suponían la verdadera oposición. El PP siempre ha actuado con un total entreguismo a Zerolo y el PSOE permanece dividido desde los tiempos de Las Teresitas. Guigou conocía la verdadera cara del alcalde porque la había sufrido en carne propia cuando gobernó con él al principio de sus mandatos y fue expulsado a las alturas del Gobierno canario por una perreta de Zerolo.

El esfuerzo de Guigou resultaba inútil si se comparaba con los teóricos logros del zerolismo. Eran los tiempos de desarrollo del nuevo Santa Cruz en los que se hablaba de la construcción de rascacielos en Cabo Llanos; la ciudad iba a convertirse en una especie de museo de los grandes arquitectos internacionales; Zerolo representaba a la gente guapa con su vida lujosa, a todo tren y situada por encima del bien y de mal. Nada ni nadie podía hacerle daño a él y a su círculo de elegidos.

Apenas cinco años después de ser nombrado alcalde comenzaron los trabajos del Plan General de Santa Cruz, que con el tiempo acabarían también en los tribunales y provocarían manifestaciones multitudinarias en las calles. De nuevo parece repetirse una constante zeroliana: las sospechas de que cuidó más el interés de unos pocos que el general. El resultado es que, transcurridos catorce años, Santa Cruz sigue sin poder revisar su PGO.

Nada más conocerse la sentencia que lo inhabilita, el silencio en la sección de opinión de los periódicos ha resultado muy esclarecedora sobre la herencia e influencia que nos deja el zerolismo. Muchos o callan o, en el colmo de los despropósitos, lo justifican y alaban comparándolo con García Sanabria. Algunos reivindican que Zerolo es el autor de la plaza de España y del túnel de Tres de Mayo, cuando en realidad son obras del Cabildo y del Gobierno de Canarias. O del nuevo Barranco de Santos. Una sangría de dinero imposible de detener para una carretera prácticamente inútil ideada por los redactores del Plan General. Como si se el objetivo hubiese sido hinchar sus egos y mantenerlos contentos.

Zerolo puede pasar a la historia como un político astuto –que no inteligente– y retorcido en sus maniobras. Un ejemplo es cuando se inventó el gobierno de concentración para luchar contra la crisis. En realidad, el objetivo era doble: echar de manera disimulada al entonces hombre fuerte del PP en Santa Cruz, Ángel Llanos, y blindarse contra las críticas por su delicada situación judicial comprando a precio de oro a todos los concejales que fuera posible. Casi le salió bien.

Una vez que Zerolo aceptó abandonar el Ayuntamiento ha querido manejar los hilos del poder. A veces lo ha conseguido y a veces, no. Entre los triunfos está arrinconar a su enemigo, el socialista José Ángel Martín Bethencourt, para que firmara un escrito retractándose de lo denunciado como si de una especie de Galileo se tratara. Por lo pronto parece que el futuro del exalcalde es oscuro tirando a negro. A la condena por inhabilitación en el caso García Cabrera –una obra de siete millones que se ejecutó sin cumplir los trámites de contratación y en contra de los informes técnicos, que lo deja en KO político– se unen en el futuro los juicios por el caso Las Teresitas y Fórum Filatélico. Este último por la recalificación mágica, y supuestamente a cambio de cantidades millonarias, de unos terrenos en Valle Tahodio, en el Parque de Anaga.

Dicen que ha tirado de la manta y que por eso en las filas de CC reina el silencio. O que va abandonar el puesto de senador; el único gesto de mínima integridad que demuestra en años. Ahora sus esfuerzos se centran en eludir la cárcel. Y la verdad es que cualquier chorizo demuestra más valor a la hora de aceptar su destino entre rejas que el exalcalde. Zerolo lleva desde 2006 reaccionando como un lobo herido. A sus momentos de profundo sopor felino le siguen períodos de rabia para volver de nuevo a la abulia. En estos años se ha dedicado a ganar tiempo. Como sea. Ha movido hilos en la oscuridad, callado bocas, recurrido a antiguos favores; se ha blindado contra la Justicia... Cualquier cosa con tal de rascar un minuto más de la prórroga. Pero el momento de la verdad inevitablemente ha llegado y ya los trucos y gracias sobran. Ante los ojos del público que ayer lo aplaudía, sus desesperadas maniobras solo parecen atracciones de una feria estropeada.

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