Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

NIGHT VISIONS BACK TO BASICS 2016. TODO EL MAL QUE HACEN LOS HOMBRES.

Volviendo al tema que nos ocupa, el festival de cine Night Visions -celebrado hace unas semanas en la ciudad de Helsinki- estuvo marcado por este tipo de propuestas, aquéllas en las que los verdaderos monstruos eran seres humanos, como cualquiera de nosotros, aunque carentes de cualquier catadura moral al uso, y en mundo donde la ética ha perdido todo el significado que antaño pudiera tener.

Quizás, la película que mejor resume el estado al que está llegando la raza humana es El mal que hacen los hombres, magnífica realización del director español Ramón Térmens. Desarrollada en la difusa línea que separa el mundo civilizado y la jungla -Estados Unidos y Méjico, según el candidato presidencial republicano en las elecciones presidenciales norteamericanas del próximo noviembre- Térmens nos cuenta la historia de dos sicarios quien, junto con un médico “gringo” caído en desgracia, Benny, trabajan a las órdenes del capo de turno, Lucho, tan desmedido como patético y grotesco.

Su vida gira alrededor de la muerte, los cadáveres, las cajas llenas de cabezas cortadas -un “souvenir” más famoso en aquella parte del mundo que el típico sombrero de Charro- y ese punto en el que la pérdida de valores te lleva a matar a una persona, sin tan siquiera mover una ceja. En un mundo así, el más mínimo fallo se paga con la vida y Santiago, “perro viejo”, no da ninguna concesión a la galería y, de un modo u otro, trata de aleccionar a Benny para que aprenda y olvide su humanidad, antes de que ésta le pase factura.

Tal y como suele ser habitual, la vida te sorpresas y, dentro de un saco, se esconde -no el ya mencionado Boggie Man- sino el detonante que llevará a los protagonistas a buscar una redención, la cual, por baladí que ésta pueda resultar, ayuda a que nuestro mundo no se cuele por el desagüe, ni se pierda la esperanza en la raza humana.

La virtud del director y responsable de la historia que luego se transformó en el guión escrito por Daniel Faraldo –que pone, también, cara a Santiago- estriba en contar una historia realmente brutal, pero sin teñirla de excesos, salvo los absolutamente necesarios. Nadie, salvo un personaje, está libre de pecado, pero si perdemos la esperanza, mejor que “apaguemos la luz y nos vayamos”, nos viene a decir el director.

Más civilizados, pero igualmente desmedidos, a pesar de la pátina de respetabilidad que ambos desprenden, son los protagonistas de la película holandesa Schneider vs. Bax, dirigida por Alex van Warmerdam. Mezcla de comedia, drama y surrealismo delirante, la película muestra el enfrentamiento entre dos asesinos profesionales, choque orquestado por quien actúa de intermediario, y que acabará enredado en la tela de araña que él mismo tejió.

Rodada en medio de ninguna parte -un paraje tan hostil como indeterminado- con personajes sacados de una película de Luis Buñuel, y con situaciones que rozan el delirio más absoluto, la trama esconde ese solapado nivel de desquiciamiento que rodea al ser humano, capaz de lo mejor y lo peor, en tan sólo doce horas. Puede que, en apariencia, aquellos dos antagonistas tengan mejor aspecto o lleven una vida mucho más respetable que Santiago o Benny, pero en el fondo son dos asesinos profesionales, dos monstruos de carne y hueso que sobreviven secuestrando y matando a otros semejantes, aunque, cuando todo termina, aparentan ser ciudadanos respetables, con familia y compromisos sociales.

Al final, el sol se pone y quien antes fue un monstruo, regresa a su casa tras una jornada de trabajo, momento en el que los otros monstruos, los de ficción, empieza su baile nocturno.

Y fue precisamente en un baile, décadas atrás, donde todo comenzó para Rebekka y para su hermana, ya desaparecida. Lo que en teoría era sólo una fiesta se transformó en una pesadilla que acabó con la vida de una niña y, de paso, cercenó buena parte de la humanidad de quien, ahora, es una mujer adulta, Rebekka, empeñada en vengarse por la afrenta recibida.

El monstruo de esta historia es un respetable empresario hotelero, padre de familia, pilar de la comunidad -y todas esas zarandajas que se dicen- y responde al nombre de Morten. El individuo en cuestión es, por decirlo de una forma “educada”, uno de esos varones que no aprendió, cuando era un niño, a subirse la cremallera del pantalón o, en su defecto, a abrocharse los botones, lo mismo da que me da lo mismo. Si a ello le suman ese hecho incontestable que rodea a quienes se creen “el macho alfa de la manada”, el combinado está servido. Sólo queda que una jovencita se cruce en su camino, estimule su miembro viril y luego, ¡aquí no ha pasado nada!

Contada con esa distancia que marca las relaciones interpersonales en el mundo nórdico, Hevn (VenganzaVenganzae en lengua noruega) es otra magnífica muestra del cine de género que se produce en esta parte del mundo, pero que, por causas ya comentadas en esta misma sección, continúa sin ser reconocido en otras partes del mundo, en especial, en España. La ambigüedad de sus personajes y el contraste entre el idílico paisaje de fondo y la oscuridad que rodea a los antagonistas del relato, ambos marcados por un acto -el abuso del fuerte sobre el débil, una de las mayores lacras de este esperpento de sociedad en que vivimos- termina por ser mucho más desasosegante que ver a un asesino en serie cercenando yugulares.

Igual de desasosegante es el deterioro de un país, Los Estados Unidos de América, en su día considerado el referente del mundo libre. En época de zozobra, sin embargo, son los degenerados los que terminan por obtener réditos.

Lost River, debut del actor Ryan Gosling en el doble papel de director y guionista, bien pudiera haber estado firmada por el director David Linch, realizador que ha cimentado su carrera colocando a personajes esperpénticos en situaciones y lugares no menos delirantes.

En el caso de la película de Gosling, el mundo real es la peor de las pesadillas, poblado de seres amorales, desmedidos y destructivos en el sentido más peyorativo de la palabra. Encontrar la lógica en un escenario en donde la miseria, la podredumbre y los excesos de unos pocos han terminado por dilapidar toda esperanza, resulta casi más difícil que entender la razón que lleva a una panda de degenerados a divertirse con el dolor y la sangre de sus semejantes. Cuando se ha perdido cualquier anclaje con la realidad, la sangre, el fuego, la muerte y la destrucción se antojan los mejores pilares sobre los que reconstruir los cimientos de una nueva sociedad. Ni siquiera el empeño del personaje principal, Bones (Iain De Caesteckerpor) por descubrir el secreto hay detrás de aquella tierra yerma, termina por lograr que el espectador encuentre ningún anclaje emocional con la panda de tarados que pululan ante sus ojos, aunque, tarados o no, son seres humanos como cualquiera de nosotros.

Y también son seres humanos, miembros de una macabra y sanguinaria tribu india americana, los protagonistas que dan pie a la película Bone Tomahawk, atípico western dirigido por S. Craig Zahler. La historia, camuflada tras una misión de rescate -la doctora del típico pueblo del oeste americano, secuestrada por un grupo de indígenas- esconde un relato que lo emparenta más con El Guerrero Nº13 de John McTiernan que con cualquier relato de las mismas características.

Rodada con un ritmo extremadamente lento -en parte por su largo metraje, 132 minutos- lo que empezó siendo una misión de salvamento, se transforma, en palabras del escritor Joseph Conrad, en un verdadero viaje hasta el “corazón de las tinieblas” de la raza humana. La crudeza y el realismo con el que el director muestra la violencia, el sadismo y la innata capacidad del ser humano por hacerle daño a sus semejantes nos hace por olvidar que, en su comienzo, la película era un western, y nos retrotrae a las producciones de género rodadas en la Italia de los años sesenta y setenta por directores tales como Umberto Lenzi y el sin par Ruggero Deodato, invitado de excepción durante el festival.

Lo sorprendente del caso es que la unión entre los géneros, lejos de chirriar, funciona, aunque la película esté lejos de ser un producto comercial, aun contando con Kurt Russel y Matthew Fox en el reparto. No obstante, si quieren ver una película de monstruos de carne hueso, rodada en medio del salvaje oeste americano, Bone Tomahawk debe estar en su lista de prioridades.

Al igual que lo debe estar la nueva adaptación de la inmortal novela de Mary Shelley, Frankenstein, película escrita y rodada por el director británico Bernard Rose, también responsable de la siempre inquietante Candy Man, la cual se incluyó dentro de la programación del festival.

Rose, en su doble papel de creador, es muy respetuoso con el texto original, pero, partiendo de tan sólida base, lleva la dicotomía que rodea la creación de la vida humana por parte de otro ser humano un paso más allá, más si se tiene en cuenta los avances tecnológicos que se han experimentado en las últimas décadas. Sin embargo, lo que le importa al realizador no son las consideraciones éticas, sino la responsabilidad -y falta de ella, en este caso- de quienes, luego de crear un ser vivo, lo abandonan a su triste suerte cual cobaya de laboratorio.

Es, entonces, cuando Adam, el hijo repudiado de Víctor y Marie, comienza a buscar respuestas, pero éstas son tan esquivas como sus vanos intentos por ser aceptado dentro de una sociedad que, ni siquiera, se molesta en entenderlo. Su camino está teñido de sangre, de dolor y de una desesperación mucho más humana que la que pudiera albergar cualquier ser natural, fiel reflejo del texto escrito por Mary Wollstonecraft Shelley hace casi dos siglos.

Mucho más fallida y, a ratos, imprecisa es Francesca, un intento por perpetuar el Giallo cinematográfico, pero que no logra capturar la atmósfera necesaria que requieren este tipo de producciones. La base argumental es muy buena, la Divina Comedia de Dante Alighieri y todo el imaginario que rodea la obra literaria, sin embargo, la puesta en escena -y unos protagonistas que no logran demostrar la tridimensionalidad necesaria para ser creíbles- termina por vaciar de contenido los recursos visuales que desarrolla el director. Y es una lástima, porque estética y visualmente la película no sólo homenajea, sino que va un paso más de las bases estructurales del Giallo, aunque lo haga de una forma inconexa y, a ratos, aburrida. Es más, cuando llega el final, lo que menos importa es conocer el secreto que se esconde tras la sucesión de muertes, porque, en el trayecto, el espectador ha ido perdiendo buena parte del interés.

Algo de esto mismo se puede argumentar de InfiniInfini, una de las pocas producciones de ciencia ficción que se pudieron ver durante el festival. La mezcla de una misión de rescate -tras declararse una emergencia biológica dentro de una colonia minera situada en el espacio exterior- junto con tintes más propios de una película de zombies y una cucharada de filosofía sobre la esencia del ser humano, resulta difícil de digerir, de primeras dadas. Luego, y a medida que se va desarrollando la película -escrita y dirigida por Shane Abbess- las piezas van encajando y el escenario de pesadilla en el que se desarrolla la acción, exportado de la nave Nostromo, resulta mucho más digerible,

Ayuda el hecho de ir conociendo las motivaciones, los excesos y los delirios de cada uno de los personajes y tener la sensación de que el director hace suya una película que, al principio, le costaba dominar. Una vez pasado el ecuador de la narración, uno está dentro de aquella claustrofóbica mina y siente y padece lo mismo que el resto de los personajes, sobre todo, Whit Carmichael (Daniel MacPherson), eje sobre el que pivota toda la acción.

Infini no es una película fácil. No pretende serlo y, como en todos los casos anteriores, los monstruos, los verdaderos monstruos, son nuestros semejantes. No hace falta crear ninguna raza de alienígenas sanguinarios y desmedidos para asustar al personal. Con dejar solos a un grupo de seres humanos, hay más que suficiente.

Y por extraño que pueda parecer, esta edición de Night Visions terminó su andadura proyectando la película The Human Tornado, producción de 1976 dirigida por Cliff Roquemore y protagonizada por el desmedido, contestatario e inigualable Rudy Ray Moore -actor, guionista, productor y uno de los símbolos del “Blaxploitation” cinematográfico, género que reivindicaba el papel de los afroamericanos dentro de la industria del séptimo arte, a finales del siglo XX.

Ray Moore, creador del personaje Dolomite -para la película del mismo nombre, estrenada en 1975- reunió todos aquellos elementos que encontró por el camino y, sin cortarse lo más mínimo, los enfrentó a la todavía intolerante sociedad de su tiempo, sobre todo, a nivel racial. Dolomite lo mismo ridiculiza a un corrupto sheriff de pueblo, que destapa la corrupción de un mafioso del tres al cuarto, mientras no duda en seducir a una hermosa hembra caucásica, una circunstancia que, en aquellos años, estaba penada en muchos estados norteamericanos.

Desmedida y deslenguada, como su creador, The Human Tornado es de esas películas que, además de ser tremendamente divertidas de ver -a pesar de que la programaron a las 08:15, de una mañana de domingo- demuestra que hemos avanzado muy poco en muchos aspectos.

Su proyección también demuestra la ENORME amplitud de miras de quienes programan las películas de este festival, razón de peso que explica la fidelidad de una audiencia que, año tras año, no deja de aumentar. Una amplitud de miras que muchos debieran copiar cuando se plantean llevar a buen puerto un festival de cine, del género que sea.

Dentro de siete meses, Night Visions Maximum Halloween 3016.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

© Segarra Films, 2016

© 2016 Den Siste Skilling, Alcina Pictures, Garnet Girl, Vigilante Films & Vigilante Productions

© 2016 Bold Films, Marc Platt Productions & Phantasma

© 2016 Caliber Media Company

© 2016 Bad Badger, Eclectic Pictures & Summerstorm Entertainment

© 2016 Storm Vision Entertainment, Eclectik Vision & Storm Alley Entertainment

© 2016 Comedian International

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