Mirando al cielo por si llueve

Esperando por las lluvias y constatando que, en lo que va de otoño, Gran Canaria ha recibido más agua de lluvia que en todo el invierno pasado, uno de los peores de las seis últimas décadas, los agricultores isleños han empezado a plantar con precaución, ocupando celemines donde antes las papas reinaban por fanegadas.

En la cuenca tejedense, y en palabras de su alcalde, “Chicho” Perera, “la gente ha plantado poco, temerosa de que se repita un invierno tan malo como el pasado, que ha sido uno de los peores que se recuerdan. No sólo fue malo por la falta de lluvia, sino que la solas de calor sucesivas que se dieron acabaron con las cosechas de tunos y ciruelas, al punto que de este último producto, mediante el cual hemos creado en el municipio una pequeña industria de mermeladas y dulces, apenas pudimos recolectar unos mil kilos de fruta. Por lo que estamos viendo en lo que va de otoño, este año ha caído más agua ya que en todo el invierno pasado y las señas son de que las cosas van a cambiar y tendremos lluvia en abundancia, lo que permitirá que las presas, que están bajo mínimos, recuperen sus caudales de hace dos o tres años”.

Efectivamente, en el paisaje cumbreño , huérfano del verde que en otras fechas suele lucir, predomina el color pardo de la larga sequía y sólo en torno a las fincas con embalses se ven cultivos de papas y legumbres, mantenidas al costo y en pequeñas cantidades, estando todos los agricultores a la espera de la prodigalidad de los cielos. En muchos cercados se alternan varios cultivos, una costumbre que la crisis ha vuelto a poner de moda, de tal manera que se planta en pequeñas cantidades diferentes productos, como papas, calabacines, pimientos, habichuelas y tomateros, con el fin de tener alimentos frescos sin tener que acudir a las tiendas o al mercado. Esta costumbre se está extendiendo a las Medianías y, sorpresivamente, también a los jardines y parterres de numerosos núcleos urbanos, lo que ha disparado la venta de semilleros de los productos citados en las tiendas especializadas.

Todo, mientras se espera que los cielos se abran y el agua corra por escorrentías y caideros hacia presas y estanques, con un campesinado nuevamente esperanzado tras largo tiempo de estar con la boca abierta al calor, como lagartos. El agua que queda embalada apenas da para unos dos o tres meses, según los responsables de las mismas. A la de Los Hornos, por ejemplo, apenas le queda un buche, siendo así que tiene una capacidad máxima de 697.000 metros cúbicos, en una altura de muro de 27 metros. Otras presas, como las del Cabildo de Gran Canaria, tiene un poco más, como la de Chira, que anda en torno a un volumen almacenado de 2.466.298 metros cúbicos (un 42% de su capacidad), mientras que Ayaguares está a un 44%; Fataga a un 2% y Vaquero a un 15%.

De las otras grandes presas, Soria, que batió su récord de almacenaje el pasado año, alcanzando el agua 90,58 metros de los 120 metros que tiene su muro, está a un 22% de su capacidad, unos siete millones de metros cúbicos de los 32 que es capaz de contener, si llegara el hipotético caso de que lloviera tanto como para conseguir completar un embalse donde caben los seis más grandes de Gran Canaria. Otra gran presa, la de Cueva de las Niñas, está un 14% de su capacidad quedándole 729.000 metros cúbicos de los 5.181.000 metros cúbicos que es capaz de almacenar en los 30 metros de su muro. Finalmente, las presas de La Aldea de San Nicolás van del 71% que almacena Siberio, al 20% de Parralillo y el 8% de Caideros de la Niña.

Esta situación, que puede tornarse dramática, dado que en esta Isla, y pese a la tristes y largas experiencia que hemos padecido con las sucesivas sequías, sólo el Sureste apuesta por las energías renovables, y así les va, al punto que están vendiendo agua de su terciario al Consejo Insular del Cabildo grancanario para que surta a los agricultores isleños.

Etiquetas
stats