La “nueva normalidad” puede no gustarnos

Ambiente de las calles de la capital tinerfeña a primera hora de la mañana este miércoles de la séptima semana del estado de alarma

Juan Manuel Bethencourt

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El plan para el desconfinamiento ya está aquí para hacernos ver una realidad evidente: la llamada “nueva normalidad” es durísima y podría no gustarnos. Es lo que tiene la complejidad: resulta mucho más frustrante que la simplicidad por la sencilla razón de que nos obliga a enfrentarnos a ella sin ambages, tal y como es, cambiante, potencialmente conflictiva, huidiza ante toda certidumbre, propensa a poner a prueba nuestra inventiva, a veces, y nuestra capacidad de resistencia, la mayoría de las veces. Tras mes y medio de encierro la susceptibilidad está a flor de piel y se ha notado con las reacciones a la exposición realizada por Pedro Sánchez el pasado martes, porque el confinamiento era una forma de certidumbre cuya virtud psicológica era mantener acotado el agravio: todos dentro de casa, cada cual en su circunstancia -no es lo mismo el funcionario sin hijos que la autónoma madre de familia que se ha quedado sin clientes-, pero unidos en la cotidianidad.

Eso ahora cambia, tal y como pedíamos, pero nos ofrece una nueva realidad ciertamente incómoda, capaz de exasperarnos, terreno abonado para los profesionales de la crispación, esos que tampoco ofrecen alternativa alguna. La reacción de los agentes económicos, que bastante tienen con lo suyo, es un primer ejemplo de cómo de difíciles se han puesto las cosas: ya pueden abrir, pero en las condiciones fijadas resulta simplemente imposible para la mayoría. Del turismo ni hablemos, porque la limitación en el uso de los espacios comunes y la imposibilidad de cambiar de provincia o de isla es la negación misma del descanso vacacional. Pero es que el virus sigue ahí, no lo hemos derrotado ni mucho menos; es más, amenaza con cronificarse entre nosotros.

Hay mucha controversia acerca de la utilización de la provincia (y, en excepción que nos afecta de lleno, la isla) como unidad territorial de referencia en el proceso de desconfinamiento. El Gobierno central ha optado por una solución práctica, y si no ha utilizado a las autonomías como eje es porque en algunas de ellas la situación de la pandemia varía mucho entre territorios: no es lo mismo Segovia que Burgos. El criterio provincial es imperfecto pero reúne una cualidad: limita el potencial de agravio a 64 posibilidades, sumadas las 50 provincias españolas, las doce islas y las dos ciudades autónomas. Descartado el criterio autonómico por la razón antes citada, algunos analistas piden un ajuste más fino atendiendo a la propia evolución de la pandemia: que si el Corredor del Henares, que si La Garrotxa, que si el Condado de Treviño, que si esos municipios vecinos que sin embargo pertenecen a provincias e incluso autonomías distintas. Sin duda se trata de un planteamiento audaz, pero que ofrece un inconveniente severo: puede disparar la conflictividad hasta el infinito, cuestión que ahora mismo no nos podemos permitir. Imaginemos que las medidas de desconfinamiento son diferentes en La Orotava y Los Realejos, atendiendo hipotéticamente a una diferente evolución entre ambos municipios vecinos. Mejor lo dejamos estar y asumimos que en nuestro caso es la isla el territorio de referencia. Por otro lado, la cirugía menor de la desescalada por comarcas y en función de mapas epidemiológicos lleva tiempo. ¿Esperamos un mes más de encierro para ir enfocando con más precisión? En pocas situaciones se puede afirmar con mayor rotundidad que lo mejor es enemigo de lo bueno.

Luego queda la política. La “nueva normalidad” es una expresión de origen anglosajón y cuyos antecedentes más lejanos en el tiempo se sitúan en 1919, justo tras la I Guerra Mundial y, oh paradoja, la gran pandemia de gripe que mató al 2% de la población mundial. El antecedente no suena, pues, precisamente ilusionante, si bien el término ha ido evolucionando después hasta incorporarse a los manuales de gestión empresarial y tendencias diversas, y así hasta ser expropiado por Sánchez y sus gurús. Pero en la política española la nueva normalidad es una vieja normalidad: el PP culpa de todo al PSOE, el PSOE culpa de todo al PP, derecha e izquierda (Vox y Podemos) simbolizan dos visiones de España condenadas al garrotazo, los soberanistas catalanes ven todos los remedios en la independencia, los nacionalistas vascos santifican el fuero como el antiviral más eficaz y aquí en Canarias preguntamos a Madrid cuándo nos van a pagar la factura de esta dramática crisis. Ningún planteamiento original en el Congreso y el Senado, ni en los gobiernos autonómicos. La nueva normalidad, al parecer, nos obliga a todos a vivir de un modo diferente, pero no fuerza a los políticos a pensar de un modo distinto.

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