El proyecto de salud mental que nació en un barrio empobrecido de Canarias y aspira a que nadie se quede sin atención

Valle de Jinámar.

Iván Suárez

Las Palmas de Gran Canaria —

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Para llegar al instituto, Elisa (nombre ficticio, para preservar su identidad) solo tenía que cruzar unas canchas. Aunque entraba a las ocho de la mañana, salía de su casa minutos después de las siete para ser la primera en acceder al centro y no encontrarse con la multitud de alumnas y alumnos agolpados a sus puertas. En la hora del recreo, no quería salir al patio, sino quedarse en clase. Y a la hora de la salida, esperaba a que todos abandonaran el edificio y a que su madre, la persona que cuenta esta historia, la viniera a recoger en coche. 

Luego “empezó a ir para atrás y me dijo que no quería ir al instituto porque la insultaban. Se quedó seis años encerrada, sin salir de casa”, relata su madre, vecina de Jinámar, uno de los barrios más empobrecidos de Canarias. En algunas zonas de este territorio situado en la isla de Gran Canaria (una parte en el municipio de Telde y otra, en Las Palmas de Gran Canaria),  la renta media por persona no alcanza los 6.000 euros anuales y la de las familias apenas supera los 18.000 euros, según los últimos datos (correspondientes a 2019) del Atlas de Distribución de Renta de los Hogares que ha elaborado el Instituto Nacional de Estadística (INE).  

En el centro de salud de este barrio se desarrolla desde hace siete años una experiencia pionera en el ámbito de la salud mental en atención primaria que, entre otras, ha ayudado a Elisa. Gracias a este proyecto consiguió entrar en la red de asistencia, contar con un seguimiento más exhaustivo, con visitas domiciliarias periódicas y recibir un tratamiento que le ha permitido obtener notables avances. “Mis padres viven en el mismo bloque que nosotros. Ellos en la planta 10 y nosotros, en la 6. Antes, para subir tenía que ir yo con ella en el ascensor. Ahora no está bien del todo, pero ya por lo menos sale con nosotros a la casa de mi hermana, de una amiga nuestra, de gente que conoce”, narra su madre.  

El impulsor del proyecto es un enfermero, Ricardo Santana Perera, que llegó a Jinámar en 2013 con un amplio bagaje en salud mental. Dos años después, se propuso ejecutar una idea que, según explica, no era nueva, sino una vieja aspiración enfermera que, por unas razones u otras, aún no se había materializado. Y comenzó a implantar de forma paulatina el método de gestión de casos. No se trata, recalca con insistencia, de reemplazar el trabajo de los psicólogos clínicos, una figura que considera esencial en este ámbito asistencial y que espera que, tal y como ha anunciado la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, se asiente en próximas fechas en los centros de salud del Archipiélago. Su labor consiste en “identificar problemas de salud mental, diseñar un plan de intervención enfemera, coordinado siempre con el resto del equipo, y alcanzar unos objetivos utilizando los recursos” con los que cuenta el sistema. 

La finalidad es que “ningún usuario se quede sin atención” por la sobrecarga laboral en atención primaria y en las unidades especializadas en salud mental. Santana explica que los médicos de familia se ven “impotentes”. Por un lado, porque no disponen del tiempo suficiente para poder atender en condiciones a los pacientes. Y, por otro, porque cuando derivan a unidades especializadas, a través de interconsultas, a personas que presentan trastornos menos graves, esas peticiones son, por lo general, rechazadas ante la imposibilidad del sistema de asumir ese caudal de casos con sus limitados medios. Hay que recordar que el Servicio Canario de Salud (SCS) apenas cuenta con un psicólogo por cada 17.000 personas. 

La lista de espera para una primera valoración de salud mental en Telde era, hasta hace poco, de cinco meses, destaca el enfermero. Los datos que le transmiten desde el área de coordinación apuntan a que, gracias a esta experiencia de control, seguimiento y derivación de casos a distintos recursos (en ocasiones, a asociaciones), esa espera se ha reducido un 15% en toda la zona básica de salud. Es decir, a los cuatro meses y una semana. “Hay un porcentaje importante de pacientes de la unidad de salud mental de Telde que residen en Jinámar. Hay que tener en cuenta que es una población muy empobrecida, que sufre mucha depresión”.  

Santana afirma que el rol que ejerce en este barrio no existe en ningún otro centro de salud del Archipiélago. En atención primaria de Gran Canaria solo hay otras tres enfermeras especialistas en salud mental (una categoría que, por otra parte, aún no es reconocida 'de facto' por el SCS), pero no trabajan en la rama en la que se han formado. Cuando arrancó el proyecto, este profesional dedicaba tres horas a la semana (los viernes) a atender específicamente a pacientes de esta área. Entonces, veía una media de dos al mes. Siete años después, lo han liberado del resto de sus funciones los viernes (siete horas) y, después de un pequeño parón en 2019 y 2020, esa cifra ha aumentado a las 62 personas de media al mes. Su pretensión es que un enfermero o enfermera quede completamente liberado para asumir esta función de manera exclusiva y, con el tiempo, extender esta figura a otros centros. 

Seguimiento, derivaciones y asociaciones

La gestión de casos comienza con un exhaustivo y estructurado informe que recoge los antecedentes personales, los antecedentes familiares, los datos socioeconómicos, la clínica que presenta en ese momento y otros datos de interés, como la posible existencia de enfermedades crónicas o de hábitos tóxicos. A partir de ahí, se diseña el plan. En los casos más graves, se hace una interconsulta urgente a unidades de salud mental. En algunos casos, más leves, la intervención se limita a “un seguimiento semanal” para controlar la evolución y derivar a los recursos necesarios si el estado de salud se agrava. Santana señala que hay casos “intermedios” en los que busca otras opciones, como el Centro de Orientación Familiar (COF), una fundación que atiende a los miembros de hogares con bajos recursos y alta conflictividad, o asociaciones como Pulseras Blancas, un grupo terapéutico de acompañamiento en procesos de duelo, y otras dedicadas a trastornos concretos. 

También se deriva a los y las profesionales de trabajo social en aquellos supuestos en que los problemas estén causados por el desempleo o una complicada situación laboral. Manuel Rodríguez, coordinador de la Red de Solidaridad Popular de Jinámar, recuerda que en el barrio la tasa de paro “real” supera el 40% y hay un elevado porcentaje de “subempleos”, con ingresos que proceden de la economía sumergida y de servicios de cuidados. “En Jinámar hay mucha gente en situación de pobreza, en el paro, hay mucho trastorno de ansiedad, depresión... No es lo mismo que en Ciudad Jardín (la zona con mayor poder adquisitivo de Las Palmas de Gran Canaria), donde la gente tiene mucho dinero y, si le pasa algo, lo primero que hace es pagarse un psicólogo o un psiquiatra inmediatamente. Si estoy en Jinámar y me pasa algo, la lista de espera para que me atiendan es de cinco meses”, lamenta Santana. 

El enfermero sostiene que, debido a que “muchas veces” las interconsultas con el especialista son rechazadas y en otras se demoran, los médicos de familia instan a los pacientes a pedir cita directamente con él. Calcula que en torno al 90% de los usuarios que acudieron en el primer cuatrimestre al centro de salud reportando síntomas mentales acabaron pasando por su consulta de los viernes. Una de las ventajas de este sistema es que permite un control mucho más exhaustivo. “Para una segunda valoración en salud mental, el paciente puede esperar, perfectamente, otros tres meses. Aquí podemos llegar a verlos, en algunos casos, hasta cada semana. Incluso aunque la interconsulta esté aceptada”. 

A la casa de Elisa acudía periódicamente para hablar con ella y comprobar su evolución. También para hacerle análisis. Su intervención permitió que una primera psiquiatra acudiera al domicilio a valorarla. “Según ella, no tenía nada, pero Ricardo no estaba conforme, sabía que había algo más. Gracias a su insistencia, vino una segunda psiquiatra. No suelen hacer domicilios, pero el caso de mi hija era especial, porque no salía para nada. Y ahí ya empezaron a tratarla”, cuenta su madre. Desde esta segunda visita, Elisa recibe tratamiento psicológico (una vez al mes o cada mes y medio) y farmacológico. “Ella (la segunda psiquiatra) vio síntomas de agorafobia con un trastorno obsesivo por su físico, no se gustaba, pero, a día de hoy, no hay un diagnóstico claro. Mi hija ya puede salir a algunos sitos, pero no a lugares donde haya mucha gente”, precisa esta vecina de Jinámar, que recuerda varios episodios especialmente complicados, incluso con autoagresiones, que obligaron a trasladar en ambulancia a la joven, que ahora tiene 24 años, a un hospital de la capital grancanaria. 

“La psicóloga le ha dicho que si ella, de una cita a otra, siente que necesita hablar, que la llame. Y si no la localiza, que deje el recado en la central y, desde que ella pueda, la llama. Y así ha pasado. Ha habido días en los que ha querido tomar más pastillas de la cuenta y ha hablado un rato con la psicóloga y se ha calmado”, afirma la madre de Elisa. 

La pandemia agrava los problemas de salud mental 

La pandemia ha agravado los problemas de salud mental en la población. Según la Asociación Española de Pediatría, durante esta crisis sanitaria han aumentado hasta un 47% los trastornos de este tipo en los menores. Los casos de ansiedad y depresión y los diagnósticos por Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) se han multiplicado por tres o por cuatro desde 2019 y los comportamientos suicidas se han incrementado en un 59%. En los adultos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) cifró en un 25% el aumento de la prevalencia de la ansiedad y la depresión durante el primer año de la pandemia. 

El Gobierno de Canarias anunció hace unas semanas la próxima incorporación de 18 psicólogos clínicos para desarrollar una experiencia piloto en el abordaje y la detección de los trastornos mentales comunes presentes en la población del Archipiélago. El plan, que forma parte de la Estrategia Integral de Atención Primaria y Comunitaria 2022-2023, incide en la necesidad de realizar una intervención temprana eficaz “sobre la sintomatología de los trastornos mentales comunes evitando su cronificación, empeoramiento o derivación al especialista”. También busca “mejorar la capacidad de afrontamiento de trastornos físicos crónicos que cursan típicamente con sintomatología ansioso-depresiva”, y promocionar la salud y la prevención de la enfermedad “con la que ayudar a hacer frente a los problemas cotidianos y disminuir la medicalización de procesos emocionales funcionales”.

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