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Análisis

Europa, sin plan y desplazada por Trump de la mesa tras una respuesta hipócrita a la guerra de Ucrania

Un voluntario evalúa los daños causados por el impacto de un dron en un edificio de Sumy.

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Es prematuro indicar si el plan de paz de la Administración Trump para la guerra de Ucrania servirá de base para alcanzar un futuro acuerdo entre Moscú y Kiev; qué parte de las demandas de cada lado serán incluidas; si habrá “garantías de seguridad” europeas y de Estados Unidos; y si lo que se acuerde puede considerarse el principio de una paz duradera.

Previsiblemente, el acuerdo se basaría en un alto el fuego permanente, y que Ucrania pierda de facto, quizá no legalmente, una parte del este de su territorio y la península de Crimea. Asimismo, que Kiev cancele la solicitud de acceso a la OTAN; que Rusia acceda a que sea miembro de la Unión Europea (UE); se pacte un máximo número de tropas propias que Ucrania pueda tener; y que no se instalen en su territorio armas consideradas ofensivas por parte de Rusia en el marco de una declaración de neutralidad recogida en la Constitución ucraniana.

Anatol Lieven, del Quincy Institute (Washington DC), señala que un acuerdo que deje a tres cuartas partes de Ucrania independientes y con un camino hacia la adhesión a la UE sería, de hecho, una victoria, aunque sea con matices, para Ucrania. Pero sin unas consistentes garantías de seguridad, esos matices se convierten en fragilidad.

Otras cuestiones son difíciles de asumir para una u otra parte. Primero, la exigencia ucraniana de que Rusia compense económicamente a Kiev por los daños ocasionados a sus infraestructuras y personas. Segundo, que Ucrania acepte el punto 26 del plan de Trump que exige una “amnistía total” para las acciones de “todas las partes implicadas en este conflicto”, equiparando al invasor con el invadido. Ambas partes deberían comprometerse a “no presentar ninguna reclamación ni considerar ninguna queja en el futuro”.

El presidente ucraniano Volodímir Zelenski, recibe información sobre la situación en el frente por parte del Grupo Operativo y Táctico de Donetsk, el general de brigada Oleksandr Lutsenko en Pokrovsk, el 18 de noviembre de 2024.

Tercero, y fundamental, esas las garantías de seguridad que piden los gobiernos de Ucrania y Europa. Rusia se opone a que se desplieguen tropas en ese país, como propusieron hace unos meses varios gobiernos europeos. También es difícil que Londres, Berlín y otras capitales logren apoyo de sus sociedades a menos que sea una misión de paz (quizá de la ONU) simbólicamente disuasoria de un eventual ataque ruso, pero con un mandato que les impida entrar en un combate.

Por parte de Estados Unidos, pese a las súplicas europeas, Trump no está dispuesto a desplegar fuerzas en Ucrania ni a comprometerse a nada que penalice o le enfrente a Moscú. En su plan, las garantías de seguridad se transforman en un compromiso de que Ucrania no será una plataforma de la OTAN en la frontera con Rusia.

Una no-negociación

Después de la reunión el 2 de diciembre de los enviados de Trump en Moscú, la supuesta negociación es absurda porque ni Ucrania, el país invadido, ni Europa, el marco de referencia geopolítico y principal apoyo en armas a Kiev, ni Naciones Unidas, participan en los diálogos. Es una falsa negociación en la que Estados Unidos y Rusia están de acuerdo en el resultado final –que Ucrania ceda la parte oriental de su territorio y olvide ser miembro de la OTAN. Entre tanto, Putin hace como que regatea y Trump juega a que le presiona. Pero ambos coinciden en someter a Ucrania y debilitar todavía más la posición europea.

En efecto, en estas conversaciones, Europa ha quedado totalmente desplazada por la Administración Trump, que primero la castigó con aranceles, luego le impuso venderle armas si Bruselas quería seguir apoyando a Ucrania y que aumente su gasto en defensa, y ahora la condena, junto con la ONU, a la marginalidad en el orden global.

El coste de la guerra

Si un acuerdo como este o similar se concreta, resulta inevitable preguntarse si ha tenido sentido tanta destrucción, muerte y heridos para llegar casi al mismo escenario que si se hubiese negociado en 2022 o, al menos, se hubiese puesto más esfuerzo en ello. Según los analistas del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW), las fuerzas ucranianas han recuperado más del 50% del territorio que las fuerzas rusas habían ocupado desde 2022. Pero Moscú está llevando a cabo una poderosa ofensiva.

Un estudio del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), con sede en Washington D.C., calculó en junio pasado que las bajas militares rusas eran entonces de 250.000 y el total de víctimas, incluidos los heridos, más de 950.000. Ucrania, por su parte, habría sufrido entre 60 000 y 100.000 efectivos muertos y un total de 400.000 heridos. Los datos reales, sin embargo, se desconocen por la falta de transparencia de ambas partes.

Un hombre ucraniano visita un memorial improvisado en honor a los soldados ucranianos y voluntarios internacionales caídos en la Plaza de la Independencia, en el centro de Kiev.

Respecto al coste, según el Ukraine Support Tracker de la Universidad de Kiel, Kiev ha recibido 267.000 millones de euros en ayudas desde 2022. La mitad de esta cantidad se ha destinado a armas y asistencia militar, con 118.000 millones de euros en ayuda financiera y 19.000 millones de euros en ayuda humanitaria. Los países europeos han contribuido más que EEUU: 62.000 millones de euros en armas y 70.000 millones de euros en otras ayudas procedentes de Europa, frente a los 64.000 millones de euros en armas y 50.000 millones de euros en otras ayudas procedentes de Estados Unidos.

La guerra es una sangría económica para Ucrania y Rusia, pero también ha deteriorado la economía europea, y ha generado un clima de legitimidad para el aumento del gasto en defensa. Proyectando la narrativa de que con Rusia no se puede negociar, Europa se arma sin que haya un debate público sobre cómo relacionarse en el futuro con un vecino gigante, autoritario y con tendencias mesiánicas, rico en recursos minerales y con armas nucleares.

Ucrania en primera línea

Todo esto es coherente con la respuesta táctica e hipócrita de Estados Unidos y Europa a la invasión rusa de 2022. Táctica porque los aliados occidentales se limitaron a enviar armas sin una estrategia de negociación (excepto las iniciativas de Francia e Italia que fueron despreciadas por Washington, Moscú y Kiev) y sin considerar que si las sociedades estadounidenses y europeas se cansaban de financiar la guerra, podría haber un retraimiento del apoyo. Tampoco se calculó que después de Joe Biden, Trump podría regresar a la Casa Blanca.

Hipócrita porque al alertar y agitar del peligro de una Rusia expansionista, especialmente hacia Europa, entonces, la guerra no era una cuestión de solidaridad con Ucrania, sino de enfrentar un riesgo colectivo existencial y parar a Rusia en esa primera línea. Si ese era (o es) el caso, entonces el debate público sobre las opciones a seguir tendría que haber sido otro: ¿acelerar el ingreso de Ucrania en la OTAN, como se hizo con Finlandia y Suecia? ¿Desplegar fuerzas europeas en ese país? En cambio, mandar armas a Kiev “por el tiempo que sea necesario” (como afirmaban la OTAN y los gobiernos), pero no enviar tropas europeas ha sido algo así como subcontratar a los ucranianos para que nos defiendan hasta el último hombre (y mujer).

Una prueba más de la hipocresía es el actual empeño desesperado de los gobiernos europeos de que haya una garantía de seguridad potente de Estados Unidos, con esa presencia europea testimonial en Ucrania. ¿Por qué no se propuso un despliegue realmente disuasorio en ese país a finales de 2021 y principios de 2022? La respuesta que dan los gobiernos es que no se podía proteger a un país que no era miembro de la OTAN. Sin embargo, fuerzas de más de 11 países miembros de la OTAN combatieron junto con las de Estados Unidos en Afganistán, un país que no es miembro de la Alianza Atlántica. Igualmente, fuerzas áreas de la OTAN atacaron Serbia en 1999 y Libia en 2011.

Negociaciones fracasadas

La razón de la cautela, sin duda importante, de Washington y Bruselas ha sido no “provocar” a Rusia y no implicarse en una guerra que podría escalar hasta el uso de armas nucleares. Pero, entonces, surge la pregunta práctica y moral: si no había voluntad de ir a una guerra que también era para defendernos a nosotros mismos, ¿no habría entonces que haber aconsejado al Gobierno ucraniano en 2022 que negociara, en vez de armarlo y alentarlo a seguir en una confrontación desigual contra Rusia?

La 24ª Brigada Mecanizada de las Fuerzas Armadas de Ucrania muestra a un soldado custodiando en una torre de iglesia dañada en la ciudad de Kostyantynivka, en la región de Donetsk, Ucrania, el 28 de noviembre de 2025 EFE/EPA/SERVICIO DE PRENSA DE LA 24ª BRIGADA MECANIZADA

Una investigación de los académicos Samuel Charap and Sergey Radchenko publicada en Foreign Affairs, describe, basándose en entrevistas con los actores y notas de los encuentros, las razones por las que fallaron las negociaciones directas entre Moscú y Kiev entre marzo y mayo de 2022. Con la mediación de Bielorrusia, Turquía e Israel, ambas partes estuvieron muy cerca de firmar un acuerdo, según se informó entonces.

Según el estudio, el proceso falló por varias razones. Primero, Ucrania exigía unas garantías de seguridad que comprometían a los aliados occidentales a eventualmente usar la fuerza para defenderla, algo que no estaban dispuestos a asumir. El comunicado de Estambul, explican los autores, “describía un marco multilateral que requeriría la voluntad occidental de entablar relaciones diplomáticas con Rusia y considerar una garantía de seguridad genuina para Ucrania”. “Ninguna de estas dos cosas era una prioridad para Estados Unidos y sus aliados en ese momento”, añaden. Además, “los rusos intentaron socavar este artículo crucial insistiendo en que tal acción solo se llevaría a cabo 'sobre la base de una decisión acordada por todos los Estados garantes', lo que otorgaba al probable invasor, Rusia, un derecho de veto”.

El entonces primer ministro británico, Boris Johnson, lideró la respuesta occidental indicando que llegar a un acuerdo sería “una victoria para Putin”. “La afirmación de que Occidente obligó a Ucrania a retirarse de las negociaciones con Rusia carece de fundamento. Da a entender que Kiev no tuvo voz ni voto en el asunto. Es cierto que las ofertas de apoyo de Occidente debieron de reforzar la determinación de Zelenski, y la falta de entusiasmo occidental parece haber frenado su interés por la diplomacia”, señalaban los autores. Además, el descubrimiento de las matanzas rusas en Irpín y Bucha “endurecieron” la opinión pública ucraniana.

Europa trata de moderar a un presidente incontrolable en Washington que representa los intereses de Rusia, que quiere repartirse el mundo con Rusia y China y que busca reabrirle la puerta a Moscú al mercado global para que la familia Trump haga negocios

Segundo, Zelenski consideró que, ante el fracaso ruso en conquistar Ucrania en pocos días y con suficiente ayuda militar occidental, podría ganar la guerra. Tercero, presionó a Moscú pidiendo al Consejo de Seguridad de la ONU que expulsaran a Rusia y al mundo que le impusieran más sanciones. Cuarto, el plan era muy débil en cuestiones más inmediatas como el acceso humanitario. Y quinto, quizá Rusia simuló una negociación que, en realidad, no tenía interés en concretar, escriben los expertos.

Ahora el presidente de Ucrania corre de capital en capital del continente buscando apoyo de una Europa que, después de haber combatido a través de un tercero, carece de un plan que no sea responder al de Trump. Mientras, trata de moderar a un presidente incontrolable en Washington que representa los intereses de Rusia, que quiere repartirse el mundo con Rusia y China y que busca reabrirle la puerta a Moscú al mercado global para que la familia Trump haga negocios.

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