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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Un refugio donde las mujeres con adicciones pueden sentirse a salvo de los agresores machistas

Un 60% de las personas que consumen hipnosedantes son mujeres.

Jennifer Jiménez

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Sufrir violencia de género puede llevar aparejado otros problemas; desde relacionados con la salud mental por la exposición a ese nivel de violencia hasta el uso de drogas, alcohol o psicofármacos para sobrellevar esa situación. También hay casos de mujeres con adicciones que reciben violencia de su entorno y en especial de su pareja y que lo llegan a normalizar al creer que como persona adicta “es normal que me pase eso”. Son las realidades más comunes que percibe Davinia Ramírez, directora del Área de Tratamiento, Igualdad y Recursos Socioeducativos de la Fundación Yrichen, que recuerda el fuerte estigma social que aún pesa sobre las mujeres con adicciones. Defiende la importancia de tratarlas con un enfoque integral; que en la red canaria para víctimas de violencia machista haya recursos especializados para ellas y que desde el área de adicciones también se les atienda con perspectiva de género, teniendo en cuenta que detrás de ese consumo está la desigualdad, el machismo y esas situaciones de violencia. Con ese objetivo nace la Casa Maday, en Gran Canaria, como lugar de refugio donde acompañar a estas mujeres y que se sientan a salvo de los agresores en un espacio libre de violencia. 

La consejera de Igualdad del Cabildo, Sara Ramírez, explica que uno de sus objetivos ya era avanzar hacia recursos más especializados. En 2019 se abrió en la isla el centro de atención a víctimas de violencia sexual y al año siguiente el servicio de atención psicoeducativa a menores ya que “son victimas directas de la violencia de género”. Ahora, llega Maday para canalizar la atención a esas mujeres que detectaban tanto desde la red de violencia de género de la Corporación Insular como por el área de adicciones de Yrichen. Las trabajadoras de una red y de otra llevan meses nutriéndose de ambas experiencias para diseñar el proyecto y ofrecer una mejor atención a estas mujeres y sus menores. La casa tiene 13 plazas, aunque de momento han comenzado a vivir en ella dos mujeres y el niño de una de ellas. Cuenta con cuatro integradoras sociales, una psicóloga, una trabajadora social y una médica. Cuando lleguen más niños habrá una educadora infantil. A los pequeños se les acompaña en su rutina diaria garantizando que acuden al colegio, reciben buena alimentación y crecen en un entorno libre de violencia en el que fortalecer el vínculo con la madre. La consejera explica que es el primer recurso de estas características en Canarias y el tercero en todo el país del que tenga constancia. 

La jefa de sección de violencia de género del Cabildo de Gran Canaria, Iraide Calero, señala que como establece la Ley canaria de violencia de género, hasta ahora, siempre se ha acompañado desde el Dispositivo de Emergencias para Mujeres Agredidas a todas las mujeres en el hospital o en los juzgados y aclara que una vez que se activa este dispositivo pueden dormir en el DEMA hasta 96 horas. Después, pasan al centro de atención inmediata durante 15 días hasta que son derivadas si lo requieren a la red de recursos. Sin embargo, las mujeres con problemas serios de adicciones quedaban fuera de estos espacios ya que se rigen por unas normas y en ellos se encuentran mujeres con la “mochila cargada” de situaciones de violencia y sus menores. “Tenemos normas de funcionamiento en las que hay que cumplir horarios y cuando hay un nivel de deterioro muy muy grande es muy difícil”, explica. En la Casa Maday no se les pide ahora a las mujeres abstinencia, porque “¿cómo les vas a pedir abstinencia si están en una situación de violencia y a lo mejor consumen para salir de esa situación? Lo primero que se busca es ponerlas en un sitio donde estén protegidas y a partir de ahí poder trabajar con ellas”, añade Davinia Ramírez. 

Entender la influencia del género

La responsable de Igualdad de Yrichen, que además es trabajadora social, remarca que con estas mujeres se trabajará el empoderamiento, la toma de decisiones y que entiendan la influencia del género en todo lo que les está pasando: sobrecargas, cuidados, maternidad, cómo les afecta la estructura social en esas adicciones… Socialmente, no está igual de mal visto un hombre que consume drogas que una mujer, apuntan las expertas. La clave, asegura Davinia Ramírez, no es imponer sanciones sino que se sientan cómodas, puedan crecer y tener tratamiento psicológico y médico. “Las mujeres cuando llegan a pedir ayuda, lo hacen como última opción y después de un gran deterioro. Llegan peor que los hombres, porque posiblemente detrás de ellos hay una mujer diciéndole que acuda a pedir ayuda”, añade. Además, “no es fácil definirse como víctima” cuando además se dan muchas situaciones de dependencia económica. “Negamos y normalizamos” y, por ello, es importante respetar los tiempos de cada mujer y no juzgar. La trabajadora añade que tras la campaña que puso en marcha en las guaguas la asociación en la que trabaja hace unos meses, y que llevaba por lema “si la ansiedad no te cabe en el bolso, no cargues con ella tú sola”, se multiplicó el número de mujeres que acudieron a la red de ayuda, que “siguen siendo pocas”, pero “en unos meses nos llegó lo que no habíamos visto en cuatro años”. La clave asegura que fue precisamente poner las palabras claves como “ansiedad” ya que muchas veces las mujeres no se reconocen con este problema y a raíz de esta primera toma de contacto se puede escarbar en lo que ocurre de fondo. 

Tanto ella como Iraide Calero insisten en que lo importante es haber dado el primer paso y contar con este recurso, aunque aún es pronto para hacer balance. Las propias profesionales del Cabildo y de Yrichen han recibido una formación por parte de la educadora social Patricia Martínez, que recuerda, por ejemplo, que la dependencia de mujeres a hipnosedantes no se está visibilizando. Tranquilizantes entre los que se incluyen nombres como el Lexatin, Valium, Trankimazin suelen ser recetados para momentos puntuales pero son tomados en silencio por mujeres ante la mayor penalización que reciben de la sociedad cuando sufren una adicción. De hecho, según la Estrategia Nacional sobre Adicciones, el 65% de las personas que toman estos medicamentos son mujeres. “Hay que hacer un doble trabajo, por un lado con el equipo, muchas veces por esos prejuicios de querer proteger y, por otro lado, con ellas para que se empoderen. Que haya sororidad entre todas, con unas normas”, recalca Davinia Ramírez. De esa formación Iraide Calero destaca que han aprendido herramientas sobre cómo tratar a estas mujeres y sus realidades. 

La responsable del Cabildo, por su parte, insiste en que era conveniente empezar poco a poco para aprender del proyecto en sí y ofrecer un buen tratamiento a las mujeres. Las adicciones, subraya, es un mundo muy profundo y cada caso es diferente. Es importante, insiste, mantener la confidencialidad de esta vivienda así como otras con las que cuenta la red y que son utilizadas por mujeres y sus menores tanto por problemas de independencia económica como para huir del agresor, que no siempre se encuentra en prisión o que a veces tiene orden de alejamiento pero se la salta. Recalca que Maday nace de la necesidad que existe, de la alta demanda de recursos especializados, “es un primer paso, una experiencia de acogida”, y añade que no se pueden diseccionar los problemas de las mujeres y tratarlos como realidades aisladas. Antes se les exigía adscribirse a un programa de tratamiento de drogas aparte, pero ahora es en el mismo recurso donde se tratarán ambas vertientes. 

Las trabajadoras creen que también es importante trabajar con los niños, que recuerdan que son víctimas directas de la violencia de género. El hecho de presenciar esa violencia ya les convierte como tal, porque “no han venido al mundo a vivir en un entorno de violencia, tienen derecho a tener una infancia”, remarca Iraide Calero. Destaca que siempre que una mujer sufre adicciones se pone en duda sus capacidades como madre, algo que no suele ocurrir al contrario. La culpa es otro de los elementos a trabajar. En estos espacios mujeres y niños estarán atendidos, vigilados aunque con cierta autonomía, que también se trabajará para cuando después de un año salgan de este recurso. La responsable del Cabildo advierte de que su idea es ir caminando de manera progresiva, no llenando la casa rápidamente. “La mayoría de mujeres que llegan a la red están con tal agotamiento vital y las mochilas tan cargadas que lo que necesitan los primeros días es descansar”, afirma. Se trata de un espacio donde saben que nadie las va agredir, donde llegan usuarias que han estado sometidas a violencia sexual continuada durante años. Su objetivo es que vivan una experiencia bonita que incluir en su “mochila” y que sepan que a este lugar podrán volver en otro momento de su vida en el que se encuentren en esta situación. “Debe ser un lugar de acompañamiento al que sepas que puedes volver”, concluye. 

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