Del retrato de Stalin a 'El lobo estepario' (II)
El desplome del mito soviético, con las experiencias de la Revolución de Mayo francesa o la Primavera de Praga, y los sucesos de Sardina del Norte esculpieron los recuerdos de Emilio Díaz Miranda en aquel 1968. Pero no fueron los únicos. En esa fecha, el comunista, que rozaba la treintena, obtuvo su título de Magisterio, carrera que había estudiado por libre, después de un tortuoso recorrido para cumplir con las estrictas diligencias que imponía el régimen franquista.
Emilió echó mano de los contactos que aún mantenía entre los sectores conservadores con los que había crecido para obtener los certificados. Entre otros, el de buena conducta religiosa y moral y el de adhesión al régimen. “El del cura fue el más difícil. Fue Francisco Caballero, el que me había dicho que la Inquisición no existió, el que me lo dio. Buena conducta religiosa no me podía poner, porque no iba a misa, pero no me podía decir que yo era amoral. Y así coló”. El de adhesión al régimen se lo facilitó Antonio Guerra, uno de sus entrenadores de natación en el Club Las Alcaravaneras. “Si llego a esperar un año más, no me lo hubieran dado, porque ya estaba detenido”.
En 1969, Emilio se vio obligado a trasladarse a Madrid tras permanecer unos meses en la más absoluta clandestinidad, después de que la policía cercara la manzana en la que se ubicaba su vivienda, en las inmediaciones de la playa de Las Canteras, y descubriera sobre su cama propaganda que le habían devuelto tras un Primero de Mayo. “Yo estaba en la playa. Mi madre avisó a mi padre y mi padre a Augusto Hidalgo, que era abogado (compartía despacho con Fernando Sagaseta y Carlos Suárez), pero la policía no le dejó entrar”. Hidalgo, sin embargo, entendió los gestos que la madre de Emilio le hacía desde la escalera y acudió a avisar al entonces responsable de propaganda del partido, que tenía un brazo en cabestrillo tras haberse dislocado el hombro. “Cuando vi aparecer a Augusto, pensé que habían detenido a Fernando Sagaseta, a Carlos Suárez...Pero no iban detrás del despacho de abogados, iban detrás de mí”.
Emilio inició entonces un periplo por las viviendas de camaradas para refugiarse del asedio al que le sometía la policía. Desde Las Canteras, Augusto Hidalgo le trasladó a casa de José Carlos Mauricio, en la plaza de Santa Ana, donde permaneció unas horas hasta que lo llevaron al domicilio de Adolfo Santana, en Tafira. Y de ahí, al de Salvador Sánchez, 'Borito', donde estuvo varios meses escondido. La situación se había vuelto insostenible y decidieron que lo mejor sería que viajara a Madrid. “Estaba más aislado que en la cárcel. Cogí un carnet de identidad falso y me marché”.
En el barco que lo trasladó a Cádiz junto a Alfredo Santana y su mujer, se topó con la presencia de numerosos Guardias Civiles que custodiaban a un grupo de presos. “Por suerte, a ninguno se le ocurrió escapar”. Cuando llegó a Madrid, Emilio trató de ponerse en contacto con miembros del partido a través de un despacho de abogados con el que mantenían conexión, y, empezando por la base, alcanzó la dirección política de la parte este de la capital, donde también fundó un periódico clandestino, Adelante, “muy leído no sólo en la zona este, sino también fuera”. El comunista canario publicaba artículos teóricos de la política del partido. “Había muchos grupúsculos y fracciones que se habían separado, como los maoístas, que defendían la lucha armada. Yo siempre manifesté que no tenía fundamento”, asevera.
En 1970, aprovechando el denominado indulto Matesa, Emilio se presentó ante el juez para conseguir rebajar la pena que le habían impuesto tras el decomiso de la propaganda en su vivienda de Las Canteras. “El indulto Matesa surgió de una estafa al Estado por parte de esta empresa. Montaban unos telares en Jerez de la Frontera, los enviaban a Francia, donde los desmantelaban, cobraban la subvención que el gobierno daba a las exportaciones y volvían a repetir la operación. Se descubre por el enfrentamiento entre Fraga, la Falange y el Opus Dei. Franco era amigo del empresario de Matesa y, por eso, le indulta”.
Acogiéndose a este indulto, “o insulto”, ironiza, Emilio consiguió que el magistrado le condonara la multa de 10.000 pesetas que le habían impuesto y le redujera la pena. Saldría de prisión en un año por buena conducta. En Carabanchel entabló contacto, entre otros, con Marcelino Camacho, que sería fundador y primer secretario general de CCOO. “No era igual que el primer franquismo, estábamos en el tardo-franquismo y el régimen ya estaba declinando. Los directores de las cárceles eran otros e, incluso, me nombraron delegado para negociar con el de Carabanchel, porque unos miembros de ETA se habían declarado en huelga de hambre”.
“Franco murió matando”
La noticia de la muerte del dictador sorprendió a Emilio todavía en Madrid. “Franco me daba hasta pena. No dejaban que se muriera, lo mantenían en vida artificialmente. Era un cuerpo que sufría, pero murió matando. Muchos periodistas fallecieron de ataques cardiacos, de la tensión que habian tenido que soportar durante esos días”. El comunista recuerda que ya en los meses anteriores “centenares de miles de personas” se manifestaban por las calles de Madrid.
Un año después de la caída del régimen, con el partido aún en la ilegalidad, Emilio regresaría a Gran Canaria, donde volvió a asumir la dirección de propaganda del partido y del periódico Tierra Canaria. El 9 de abril de 1977 llegaría, por fin, la explosión de júbilo. “Estaba viendo la televisión en la casa de mi novia por aquel entonces, Cristina Rodríguez, y escuchamos la noticia: el Partido Comunista había sido legalizado. Salimos corriendo como locos por la playa de Las Canteras hacia el local del partido (en la Isleta), gritando ¡Viva el Partido Comunista! Todo el mundo iba llegando, la euforia era tremenda”.
Para Emilio, sin embargo, la legalización del partido comenzó a fraguarse con la detención de Santiago Carrillo en 1976. “Nosotros sacamos octavillas, fuimos a la escuela de Magisterio y los estudiantes aclamaban nuestras consignas. También repartíamos en los cines, antes de empezar las películas, y algunos aplaudían”.
El lobo estepario y unos ojos azulesEl lobo estepario
Como una paradoja del destino, Emilio emigró a Alemania pocos días después de la aprobación de la Constitución. Tras una lucha de veinte años contra el régimen dictatorial, se marchó del país justo cuando se acababa de firmar el documento que sentaba las bases de la democracia y en el que habían participado, representados por Ramón Tamames y Jordi Solé, “con un párrafo sobre la distancia y la autonomía de Canarias”.
El lobo estepario, de Hermann Hesse, y “unos ojos azules” fueron los principales culpables de su exilio. Una alemana con la que compartía la pasión por la novela del autor germano se convirtió en su compañera y, juntos, decidieron trasladarse a Hamburgo, donde Emilio vive desde hace más de treinta años. En la decisión, también influyó un cierto descontento con algunos sectores del partido. “En la clandestinidad hay una gran solidaridad, porque todos estábamos en el mismo bote, pero en la democracia ya era otra cosa. La gente no siempre sabe cómo actuar”.
A pesar de haber abandonado el partido a raíz de la salida de Santiago Carrillo, por divergencias con la nueva línea y “porque me marginaron”, Emilio Díaz sigue mostrando con firmeza sus convicciones marxistas, “eurocomunistas”. En Alemania, fue secretario de la zona norte del país y tenía cierta influencia, pero prefirió “mantenerse al margen”.
Actualmente ejerce como formador de formadores en terapia y desarrollo personal e, incluso, ha desarrollado un sistema propio -psiconauta-. Sigue la actualidad de las Islas desde la distancia. “Los últimos desarrollos son producto de los cambalaches y de un sistema de elección injusto. Una formación con la décima parte de votos es elegida y otra que tiene cien mil votos más no es elegida, depende de la Isla en que esté. Nunca fui nacionalista. Si hubiera nacionalismo no nos encontraríamos con un nacionalismo, sino con siete. Las luchas entre Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas siguen y es propio de los intereses de los partidos, que no los del pueblo”.