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La salud mental en el entorno laboral: “Creí que no valía”

Cynthia de La Paz, durante la entrevista concedida a Canarias Ahora

Andrea Domínguez Torres

6 de febrero de 2022 12:37 h

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Si tienes menos de 24 años y vives en Canarias no te sorprenderá saber que la mitad de la gente de tu edad no tiene empleo. Has acabado la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), y has seguido estudiando guiado por los sueños de tu familia. “Estudia hoy y tendrás un buen trabajo mañana” era una de las frases célebres en casa. Al final te decantas por una carrera universitaria o un grado de Formación Profesional. Quizá fuiste el primero de tu entorno en obtener un título, pero ahora ese papel oficial adorna la pared y no terminas de hacerte un hueco en el mercado laboral. Este caso podría ser el tuyo o el de algún conocido, porque la realidad es que en las Islas Afortunadas se sufre un 52% de desempleo juvenil, según los datos de la Encuesta de la Población Activa (EPA) en el último trimestre de 2021.

A pesar de que durante 2021 el paro juvenil descendió diez puntos entre enero y diciembre, Canarias lidera las listas de desempleo en jóvenes de todo el país. Al rascar un poco bajo estas cifras salen a la luz historias de ansiedad y frustración por no alcanzar las metas laborales, por no llegar a fin de mes o por no cumplir los objetivos. Es aquí donde nos encontramos en uno de los territorios en los que se balancea la salud mental.

El trabajo en tiempos de salud mental 

Cynthia De la Paz tiene 24 años, es la menor de cuatro hermanos y vivió durante su adolescencia episodios traumáticos. “No logré pedir ayuda hasta que me vi colapsada”, comienza. Cuando estaba en el instituto empezó a darse cuenta de que no estaba bien, pasaba muchas horas durmiendo, reaccionaba con violencia y llanto ante los momentos de estrés o tristeza. En ese entonces su madre no veía necesario acudir a un psicólogo porque Cynthia continuaba su rutina yendo a clase. 

Su hermano fue diagnosticado con esquizofrenia cuando Cynthia acababa su etapa en el instituto. “Para mí y mi familia fue tranquilizador el diagnóstico, pudimos saber qué era realmente lo que él tenía”. Sin embargo, a su madre le costó más aceptar la situación. El proceso de adaptación fue difícil porque no tenían un guion al que ceñirse para tratar con él y ayudarle. 

“Antes lo que achacaba a la ira ahora sé que es un problema en mi salud mental”. No fue hasta varios años más tarde, con la llegada de la maternidad y el nacimiento de su segunda hija, que Cynthia decidió pedir ayuda. “Al ser mujer te ves obligada a hacer más cosas. Las niñas no van a estar mejor que con las mamás”, se repite. Con las responsabilidades de la maternidad, Cynthia volvió a sentir ese peso en el pecho que la acompañó durante la adolescencia. No fue hasta hace unos meses que pudo por fin ponerle nombre: ansiedad. 

El culmen de su situación vino con los problemas laborales. Cynthia comenzó a trabajar de cocinera en uno de los chiringuitos de playa de Tenerife. Sin embargo, con el paso de los meses y la irrupción del coronavirus, la empresa despidió a algunos trabajadores. “Trabajaba más horas de las que debía, me quedaba para ayudar pero me dejaron de pagar el sueldo, las horas extras no las pagaban ni antes de eso”, se lamenta. Cynthia comenzó un proceso legal contra su empresa a causa de los presuntos impagos. En ese periodo la joven tinerfeña ya estaba embarazada de su segunda hija y tenía miedo de tener un aborto a causa de la ansiedad que estaba sintiendo.

Desde septiembre de 2021 afirma que no ha recibido ninguna de sus nóminas completas. “No podía poner gasolina para ir a trabajar”, narra ahora. Su pareja también estaba en una situación complicada en ese momento en su trabajo. Con 39 semanas de embarazo, Cynthia dio positivo en coronavirus y tuvo que dar a luz aislada. “No podía tocar nada, me sentía excluida y responsable de lo malo que pudiera sucederle a mi bebé”, confiesa. 

Los ambientes tóxicos en el trabajo

“He notado un aumento en los pacientes que vienen a consulta por problemas en el trabajo”, refleja la psicóloga general sanitaria Elena Martín. Ella se dedica al campo privado de la atención a la salud mental y revela que muchas de las personas que atiende, al tener un ambiente laboral tóxico, desarrollan problemas de ansiedad a la larga.

Por el parto y la maternidad, Cynthia pudo mantenerse de baja durante un tiempo. Sin embargo,  tuvo que renunciar a la lactancia de su hija por falta de respuesta de sus jefes, volvió al trabajo y se repitió su infierno. Tras ello, una nueva baja, esta vez por depresión, la ha mantenido alejada del entorno laboral. La situación con su empresa sigue el cauce legal y toda esa tensión ha incrementado aún más su estrés. “Al amor propio le di una patada para permitir que una persona me tratase así”, confiesa Cynthia con respecto a sus jefes. “Mover el papeleo para poder denunciar, hacer responsable a otras personas de mis hijas para acudir a las jornadas de conciliación ha sido algo muy duro”.

Para Elena Martín el entorno laboral es cada vez más demandante y la sociedad más competitiva. “Estamos viendo también más casos de mobbing en el ámbito laboral”. En ese sentido, Elena Martín narra un patrón habitual en el entorno laboral. “Una persona tóxica puede sentirse más insegura y tiende a ejercer esa competitividad cuando ve a alguien que está formado y que le puede hacer sombra”. En el contexto de una crisis económica donde es más complicado acceder al mercado laboral, esa situación se incrementa. 

En esta misma línea se posiciona la psiquiatra Marian Rojas en su libro Encuentra Tu Persona Vitamina. A lo largo de la pandemia de coronavirus la población se ha visto obligada a restringir sus salidas y sus actividades incluso en el entorno laboral. “El teletrabajo ha ayudado en un momento complejo, pero también ha perjudicado a las relaciones sociales”, narra en uno de sus capítulos. 

Si has llegado hasta aquí te preguntarás cuál es la respuesta para generar una buena situación en el entorno laboral. En el entorno laboral es fundamental generar buenos niveles de confianza: cuanto más confianza, más oxitocina libera nuestro cerebro y mejor funcionará el equipo. La oxitocina es la hormona que está presente durante el parto, la lactancia, pero también durante el orgasmo en las relaciones sexuales y en otros espacios de socialización. A grandes rasgos, esta hormona conocida como la hormona del amor, ayuda a regular los altos niveles de estrés en el organismo y produce sensación de bienestar. Sin embargo, en entornos tóxicos donde hay mayor competitividad y un peor contexto social, es más frecuente que el cerebro libere altas dosis de cortisol, la hormona del estrés.

“Tuve que rogarle bastante a la doctora para que me asignase un psicólogo”, fue entonces la matrona que trabajaba como sustituta la que la derivó a Cynthia al área de salud mental. Durante ese periodo de tiempo, Cynthia comenzó a tomar los antidepresivos que le recetó su médico de cabecera. Al principio las citas con el psicólogo eran mensuales, pero luego pasaron a ser cada 60 días. “En una sesión de 30 minutos hay muchas cosas que se pasan por alto, tienes que tener dinero para poder costearse una consulta privada”. 

En 2020, con los datos ofrecidos por la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, había un total de 127 psicólogos disponibles en el servicio público. Lo que implica una ratio de 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes en las Islas, la misma que en el conjunto del Estado. Este dato es mucho peor que en la Unión Europea, donde cuentan con 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes. “Para que te atienda el psiquiatra o el psicólogo del área de Salud Mental pueden pasar meses”, explica Elena Martín. En esta línea se posiciona Felipe Lagarejo, coordinador del Grupo de Suicidios del Colegio Oficial de Psicología, durante una entrevista anterior concedida a Canarias Ahora: “Debería haber psicólogos en los centros de Atención Primaria como una especie de psicólogos de cabecera a los que el médico pueda acudir”.

La inseguridad en el entorno laboral

“Debería sentirme mejor porque mi vida no es tan mala”, se repite Cynthia como un mantra, pero no es la única. María (nombre ficticio) nació en Gran Canaria y tiene 36 años. Durante la adolescencia desarrolló fagofobia, un miedo irracional a atragantarse mientras comía. En ese periodo necesitaba de la supervisión de otras personas para poder alimentarse y no salía a cafeterías con sus compañeros del instituto por temor a no poder compartir su situación. “Cortaba muy pequeños los trozos de carne por miedo a ahogarme, sentía un miedo constante a morir atragantada”, relata.

María confiesa que fue una niña muy dependiente de sus padres, también de sus abuelos, y que salir al “mundo de verdad” fue costoso para ella. En la adultez, después de mudarse al extranjero, resolvió su fobia con la comida, pero la inseguridad y la ansiedad seguían presente en su vida. “Pensé que no hacía bien mi trabajo, que no era válida”, recuerda. “No sé cuál es el motivo, mis padres nos han educado a mi hermano y a mí de la misma forma, pero tenemos personalidades completamente diferentes. Supongo que serán historias de vida”, analiza. En ese entonces se encontró por segunda vez con un psicólogo privado.

El síndrome del impostor es frecuente en este modelo de sociedad. El miedo y  la inseguridad no vienen solo con la incorporación al mundo laboral, sino también en el ámbito académico. La psicóloga Elena Martín advierte que las nuevas generaciones viven en un ambiente más competitivo que antes. “Cada vez se va exigiendo más laboralmente, cada vez los jóvenes están más formados, tienen más especialización pero la demanda y exigencia también crece y producen situaciones de inseguridad”. 

Con 30 años, María sintió que había perdido el rumbo de su vida. “A partir de ahí me sentí en un callejón sin salida, no había alcanzado mis objetivos y pensé que no había esperanza ninguna”, confiesa. De esta nueva recaída salió reforzada con el apoyo familiar y también de su psicólogo. En ese período decidió marcharse a Escocia y encontrar un nuevo punto de inflexión en su vida. Un nuevo trabajo como comunicadora en el campo del turismo le dio estabilidad durante cuatro años.

Desde entonces, la Sertralina, un medicamento que se utiliza como inhibidor en los trastornos de ansiedad y depresión, la acompaña en su día a día. Con la llegada de la pandemia volvió a casa. “Ahora no tengo mi situación estable, en Canarias no he podido desarrollar mi profesión. Encontrar un trabajo aquí me ha costado sufrimiento”, explica María, que ahora empieza a ver la luz. La grancanaria piensa en volver al psicólogo de nuevo, pero baraja la opción privada pues, aunque confiesa que en la profesión los sueldos no son boyantes, siempre tiene como prioridad cuidar su salud.

¿Por qué los jóvenes?

El suicidio es la principal causa de muerte no natural entre los jóvenes que viven en Canarias. Conforme se ha ido destapando el tabú de la salud mental y el suicidio, han surgido también conceptos para describir a las nuevas generaciones. En este punto se le atribuye a la filósofa catalana Montserrat Nebrera el término “generación de cristal” para hacer referencia a las personas nacidas a partir de los 2000. A raíz de este concepto se habla de baja tolerancia a la frustración, dificultad para gestionar las emociones y la necesidad de obtener las recompensas de forma inmediata. Pero, ¿por qué ocurre esto? 

La psicóloga Elena Martín trata trastornos ansiosos depresivos o de ansiedad en un 90% de los pacientes que atiende. Allí repite los conceptos más frecuentes en las generaciones jóvenes, pero también ofrece una explicación. “La dinámica familiar ha cambiado mucho, muchas familias, que no todas, han entrado en la sobreprotección”. Allí se une la baja tolerancia a la frustración por no tener costumbre a enfrentar situaciones de estrés con la salida a un mundo que es cada vez más competitivo. “Es una generación que cada vez se exige y se demanda más, no es que sea una generación de cristal sino que le ha tocado vivir situaciones muy duras”, reflexiona. 

Los problemas de Víctor Arrocha con la ansiedad surgieron durante la adolescencia, en el instituto. “En Bachiller tuve una crisis para poder aprobar determinadas asignaturas, hice un segundo año y solo suspendía”. El estrés por las notas invadía su cuerpo, “cómo puede una persona con 16, 17 años coger tantos nervios por una calificación”, se cuestiona. En ese entonces, el ahora tatuador tenía cierto estigma a la hora de pensar en la ayuda psicológica.  “Hoy en día me vendría bien acudir al psicólogo para aprender a gestionar determinadas cosas que me siguen costando”, confiesa.

Víctor Arrocha es tatuador y artista gráfico. Tiene 35 años y en los últimos cinco se ha dedicado al mundo del tatuaje. Es autónomo después de tropezarse con malas experiencias en el mundo laboral. “Cuando eres jefe y no líder algo falla, cuando tienes que someterte bajo el yugo de alguien que te ve como un número en una cuenta bancaria y no como una persona ahí está el problema”. Víctor Arrocha vive al día, “trabajas pero nunca sabes si lo que haces te va a dar de comer y eso no se da tanto”, explica. 

En un principio, “te sientes un poco esclavo de tu trabajo, antes trabajaba una semana a tope y estaba de adrenalina hasta las orejas, te volvías loco porque no salía un trabajo para la semana siguiente”. Víctor aprendió en la cuarentena a cambiar su rutina. “Todo no es generar y estar trabajando, y ahí descubrí que es muy importante cuidarse”. Así lo explica también la psicóloga Martín. En ese periodo conectamos más con nuestra parte emocional, “vamos con el piloto automático y cuando paramos es cuando aparecen todos los síntomas, la sensación de alerta o la ansiedad”. 

“Cuando no sabes si mañana vas a tener trabajo, aprendes a ahorrar y a vivir con un perfil bastante bajo”. Su padre murió en 2018 después de diez años padeciendo un cáncer. En el último año y medio de vida la quimioterapia no surtió efecto y la enfermedad acabó con él. “De noche en el hospital mientras mi padre se estaba muriendo, yo estaba dando vueltas en el pasillo pensando que iba a perder mi trabajo porque quería estar con él”.

Las autolesiones y la medicalización del dolor

La ideación suicida se produce cuando una persona muestra deseos, planes o pensamientos de quitarse la vida. Un 10,8% de la población canaria ha tenido pensamientos suicidas, según la Encuesta de Salud de Canarias publicadas en 2016 Entre los grupos de población activa ocupada, estos pensamientos afectaron particularmente a los trabajadores y trabajadoras no cualificados. Los datos se recabaron antes de la irrupción de la pandemia y de la crisis económica derivada de la COVID, por lo que las cifras no tienen en cuenta las consecuencias de esta enfermedad.

En la actualidad, Elena Martín ve más frecuentes las autolesiones en adolescentes y adultos en edad temprana. En el rango de edad entre los 15 a los 25 años es donde más se están dando estas situaciones. La autolisis y el intento de suicidio no siempre van de la mano, lo que quiere decir que no todas las personas que se autolesionan intentan quitarse la vida. La especialista explica que en ocasiones hacerse daño es una forma de canalizar el dolor, “a través del daño físico el dolor se canaliza y deja a un lado el sufrimiento mental”, relata. “Un sufrimiento psicológico tan fuerte para el que nadie te ha preparado hace creer que en la autolesión puedes canalizar ese dolor”, explica. Sin embargo, Martín apunta a otras direcciones para conseguir aliviar el sufrimiento psicológico, “técnicas más beneficiosas” como trabajar en la salud mental para apaciguar el dolor, utilizar elementos de distracción o hacer ejercicio físico, entre otras.

La falta de especialistas en el área pública de Salud Mental se relaciona directamente con el uso de psicofármacos para paliar los síntomas de algunos trastornos. Sin embargo, no todos los médicos están de acuerdo con la medicalización. Desde el punto de vista de la especialista Elena Martín, en España no funciona bien la medicalización de la salud mental. El médico de cabecera tiende a sobremedicar con mucha facilidad debido a la falta de especialistas en salud mental. “¿Hasta qué punto es positivo tener a la persona medicada sin que pueda cerrar su propio proceso?” Sin embargo, en otros casos ve necesaria la medicación. Los psicofármacos pueden tener efectos adictivos si no tienen el seguimiento necesario, las personas dejan de ir a las visitas o dejan la medicación por su cuenta pueden generar ideación suicida.

La pobreza

Comprar un bote de champú en una zona metropolitana de Fuerteventura cuesta tres euros, el mismo champú en uno de los supermercados localizados en las zonas turísticas cuesta seis. El sociólogo especialista en Educación Saturnino Martínez explica que  “Canarias, por la situación geográfica que tiene, depende mucho de la importación así como de la tensión en el mercado de la vivienda. El poder adquisitivo con 1.000 euros en Canarias es más bajo que lo que aparece en las estadísticas, por eso la gente tiene más dificultades para poder llegar a final de mes”, narra el especialista.

La democratización de la educación ha supuesto un avance para las clases menos pudientes. “La educación no es gratis totalmente, pero hay algunas ayudas que permiten a las familias más pobres estudiar”. La prohibición del trabajo infantil en España, en conjunto con las ayudas y becas al estudio son fundamentales para entender la tasa de abandono educativo. Este medidor ha alcanzado el nivel más bajo en la historia del Archipiélago durante 2021, con un 11,8% de abandono educativo. 

Sin embargo, los problemas de clase siguen siendo significativos en el Archipiélago. “Si la gente necesita trabajar en lugar de estar estudiando, tiene un problema”, narra Saturnino Martínez. Para los sectores populares acceder a clases particulares o disfrutar de actividades culturales es más complicado. Además, el sociólogo añade un elemento psicológico más. Cuando se vive en la pobreza existe una inestabilidad económica y esa inestabilidad genera un estrés para concentrarse en los estudios. “Vivir en una familia que tiene muchas dificultades para llegar a fin de mes es más complicado que vivir en una familia con garantías económicas”, narra Saturnino Martínez.

Según el especialista, el problema en la educación se da entre la ESO y la universidad, donde hay un mayor agujero que depende de la posibilidad económica, el estrés por llegar a fin de mes y el nivel educativo de la madre. Muchas veces, según el tipo de trabajo que se organiza en la escuela, es importante estar familiarizado con cómo funciona el sistema educativo, saber interpretar la información que se envía a las familias. “El nivel educativo tiene más importancia en la madre. Las madres siguen teniendo más responsabilidad en la crianza y en el día a día del hogar”, narra Martínez.

La cara b de las redes sociales

El mundo de las redes sociales y las apps como Instagram, Tik Tok o Facebook basan su utilidad en la interacción. En el mundo digital es frecuente ver imágenes de paisajes idílicos, vidas perfectas que se basan en viajes, comidas y ropa de diversas marcas, pero allí solo se cuelga una parte de la realidad. “Las redes sociales no dejan de ser un punto en el que compararse, se proyecta una felicidad que no es real. Si veo a la gente que es feliz, que disfruta, entonces mi problema a lo mejor parece más grande”. La incursión en el mundo digital ha creado ya el concepto metaverso, en el que la inmersión del ser humano en las redes sociales es total.

Lucir en las plataformas digitales incluso cuando hay  problemas económicos es habitual y tiene una explicación psicológica. “Cuando hay carencias económicas en la sociedad se puede dar más importancia a lo que uno no puede tener, al no poder tenerlo percibo estas cosas como lo importante”. Elena Martín explica que esta concepción de la felicidad y el materialismo depende del contexto social, económico y educativo. Tendemos a querer lo que no se puede tener en ese momento. Por eso en algunos países azotados por las crisis, los conceptos de la felicidad a veces vienen de la mano de vestir una marca o conducir un coche determinado.

Las nuevas generaciones nacieron con el auge del mundo digital, pero sin formación para sumergirse en él. “Para dar acceso a estas aplicaciones a los menores esperaría a que tuvieran un cierto grado de madurez, también les ofrecería formación previa y control por parte de las familias”, aconseja Martín. Por otra parte, la educación emocional es una herramienta por la que abogan los especialistas en salud mental. En Canarias ya existen algunos proyectos que tratan de fomentar este valor emocional.

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