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El virus republicano

Juan Manuel Bethencourt

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El discurso, anoche, del Rey Felipe VI ha contribuido a alimentar un virus, el del republicanismo, que ha utilizado como reservorio a las revelaciones que vinculan a su padre y predecesor, Juan Carlos I, con las comisiones millonarias por el contrato del AVE en Arabia Saudí. Unas comisiones peculiares, sin duda, porque son abonadas por el adjudicador de la obra y no al revés. Algún día sabremos por qué el reino de Arabia Saudí decidió pagar un sobreprecio de 100 millones de dólares a los 6.300 millones de euros ya fijados por el contrato de la alta velocidad con destino a la capital religiosa del Islam, La Meca. Desde el punto de vista de la ortodoxia de la corrupción es incomprensible, y aquí deben entrar en juego otra clase de razones, sean relaciones entre monarquías, planes geopolíticos financiados con petróleo o estrategias diplomáticas. Lo cierto es que el ciudadano no común no lo entiende y menos aún lo aprueba.

A situaciones excepcionales, respuestas excepcionales. Probablemente esta máxima era la única y empinada vereda a través de la cual el Rey Felipe VI podía salir bien librado de una comparecencia como la de ayer. El monarca se veía acosado por una temible tesitura: permanecer callado y ser criticado por ello o salir a la palestra y ser criticado aún más, porque pocos españoles iban a entender una comparecencia constreñida por los márgenes del Gobierno y el propio estilo dialéctico del Palacio de la Zarzuela. Lo que hizo el Rey en esta temible situación fue perpetrar un discurso corto y desvaído, que parecía un refrito de todas las intervenciones solemnes ya pronunciadas por Pedro Sánchez en los días precedentes. Este papel, ejercer de karaoke para la voz solista, que en estos momentos es el presidente del Gobierno, es indefendible por la Casa Real, porque convierte al monarca en un portavoz inútil, y la inutilidad de cualquier institución es el paso previo al cuestionamiento de la misma, que es la gran amenaza que afecta ahora a la monarquía. Anoche recibí mensajes muy críticos por boca de ciudadanos, amigos y colegas, que jamás habían expresado cuestionamiento alguno a la institución monárquica como tal. Resulta extraño que la Zarzuela, y de la paso la Moncloa, haya obviado algo tan evidente: que en circunstancias dramáticas cualquier cosa deviene en posible. Algo entre la Casa Real y los españoles se quebró anoche. Quizá sin remedio.

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