La credibilidad no cuelga de los árboles

La credibilidad no se gana en las últimas semanas. No es un artilugio que cuelga de cualquier cartel electoral y que tiene un color concreto. Es un depósito de confianza que se va acumulando con el tiempo y del que puede sacar agua cuando se necesita. Es un como un pozo. O, mejor, como una piscina, que tiene agua o no. Un político o un partido responsables atesoran ante la sociedad ese depósito. Disponen o no de crédito cuando las cosas vienen mal dadas.

La política es un bien necesario. Es el diálogo, la negociación, la resolución pacífica de los conflictos. Es, incluso, su escenificación. Con sus formas y protocolos. Y todo eso cuenta. La política hace retroceder al autoritarismo y gana espacios de libertad y de elección para la sociedad. Una sociedad sin política es menos sociedad.

Por eso es importante la credibilidad de la política. Porque una política sin credibilidad hace daño a la sociedad, al diálogo, a la libre elección de cosas y causas. Cuando los usos políticos se ensucian, una parte del ámbito común de convivencia se envilece. La corrupción, que es una forma de autoritarismo, gana espacio. Y perdemos todos. Es por eso mismo que las opciones reaccionarias, que no creen en la democracia, o que creen menos, crecen al ritmo del descrédito de la política.

Cuando esto sucede, cuando esas alianzas y partidos ganan votos, o cuando ganan los no votos, la abstención, deberíamos apenarnos todos. Significa que hemos dejado de creer en aquello que afecta de lleno a nuestra vida y a nuestro entorno. A nuestros ámbitos de diálogo y de libertad.

Pero, sobre todo, debería preocuparle a quien no se ocupa de cuidar de su credibilidad. A quien cree que todo vale hasta llegar a pocas semanas de ir a las urnas. Es su negligencia la que hace avanzar al autoritarismo y quien permite que la sociedad en la que vive sea menos sociedad. La credibilidad se gana. No cuelga ni de los árboles ni de los carteles electorales.