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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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El diseño de un sueño

José Miguel González Hernández

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Es cierto que no solo nos formamos para alcanzar un determinado puesto de trabajo. También existe el aprendizaje con origen y destino vocacional. No obstante, al final debemos disminuir el afán romántico de nuestras aspiraciones para poder llenar el plato varias veces al día, a la vez que disponer de un lecho donde descansar de forma más o menos permanente. Por ello, la pregunta en qué voy a terminar trabajando el día de mañana tiene una complicada respuesta porque el futuro no está escrito y sus necesidades tampoco, aunque lo podemos condicionar según nuestro comportamiento presente.

Cualquier unidad de negocio tiene como finalidad satisfacer una necesidad. Pero en una sociedad con perpetuos cambios hay dificultad para vislumbrar lo que sucederá en el cruce entre la oferta y la demanda del empleo, y más cuando están emergiendo profesiones nada convencionales, mientras que en otras se asiste a una permanente incertidumbre en lo que a su continuidad funcional se refiere.

Sin embargo, pese a que los tiempos cambian, hay tendencias establecidas. Entre las más determinantes está la dinámica de la evolución de la población, donde transitamos hacia una pirámide invertida en los países desarrollados, lo que nos da posibilidades de nuevos nichos productivos. O los continuos y ya cotidianos avances tecnológicos, donde ya la realidad va más allá de la imaginación contenida en cualquier película de ciencia ficción.

En este sentido, si tuviéramos que ejercer de orientadores laborales, parece una tendencia segura la ingeniería y la informática, al ser disciplinas transversales que permiten una reorientación, en un relativo corto periodo, hacia un mayor número de sectores porque las ocupaciones se centrarán en proyectos concretos que, una vez estos culminados, obligan a reposicionarse hacia el próximo reto accesible.

Por otro lado, los servicios hacia las personas parecen ser otro de los denominados yacimientos donde aún queda un enorme recorrido. No obstante, sea como fuere, una condición imprescindible será la del trabajo en equipo, e incluso la de la existencia de personas multidisciplinares que puedan adaptarse a las diferentes condiciones que la realidad incorpora en tiempo real, porque tener mucha información individual tendrá valor, pero esta incrementará su cotización si sabemos dónde se encuentra y, a su vez, cómo se conecta y se pone al servicio del resto, lo que abre un campo de inmensas posibilidades a la formación profesional aplicada a la ocupación.

Para ello habrá de disponer de mejores y mayores competencias y habilidades, para poder incorporarlas en la resolución de problemas complejos, no tanto por su dificultad objetiva, sino por los diferentes prismas de actuación que estas requerirán dado que la complejización de las relaciones solo aporta complejización a las funciones de producción.

Ante este panorama, aquellas regiones que muestren déficit en el talento se colocarán al rebufo de aquellos lugares generadores netos en ese valor, originando una brecha abismal donde la velocidad de los acontecimientos no hará sino polarizarla. De ahí que, cuando se dice que se debe aplicar razón, intelecto, entendimiento, ingenio, inteligencia, agudeza, perspicacia, juicio, capacidad o clarividencia a nuestra vida diaria, no se diga por grandilocuencia. Se dice por mera supervivencia, porque la vida sigue y no espera por nadie.

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