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Héroes y villanos de la política

Nacho Martín, periodista.

Nacho Martín

Santa Cruz de Tenerife —

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La mayoría de quienes siguen determinados medios de comunicación no lo hace para informarse. Ya sé que sonará chocante, pero es así. Salvo que nos dediquemos a la información política, a los asuntos públicos o por obligación profesional, tendemos a percibir todo eso como una narración, como un drama: con sus héroes y villanos, sus hitos, sus momentos de alegría, sorpresa y decepción. Con emociones y desenlace. Nos cae mal o bien gente a la que ni siquiera conocemos. Porque tendemos a simplificar la realidad para entenderla. La política es, al menos para la mayoría, una historia. Y cuando participamos en una historia, cuando tenemos héroes y villanos, no buscamos información, sino argumentos. De lo contrario, sería habitual que un ciudadano de tendencias progresistas paseara ufano con el ABC bajo el brazo. Y no es así.

La historia debe ser coherente y atractiva. Coherente con el personaje y con la identidad de una formación política. Si no es coherente, no es creíble. Por eso son más habituales las críticas a un político de izquierdas que se sienta en un consejo de administración que a otro de derechas. Porque, aunque sea lo mismo, en esa historia que es la política la narración resulta chocante.

Y la historia debe también ser atractiva. Porque los argumentos complejos no llegan de forma eficiente, en toda su extensión. Son necesarias las metáforas, las asociaciones de ideas, los mensajes sencillos que conectan con las emociones de aquellos a quienes nos dirigimos. Los discursos se enmarcan, se utilizan unas palabras y se desechan otras. Porque sabemos, y hay estudios que lo demuestran, que el uso de un término u otro cambia radicalmente la percepción de la mayoría de los ciudadanos sobre un asunto.

Hace apenas unos días me sorprendía una noticia sobre Barack Obama, un hombre que, como Bill Clinton en su momento, controla como nadie el arte de la narración de lo público. El presidente de Estados Unidos detenía su comitiva para acudir a un popular establecimiento en Washington a tomar un café, ante la sorpresa del resto de clientes. Ni siquiera convocó a la prensa. En el lugar de los hechos no había un solo fotógrafo.

Obama es una buena historia. Un político que sabe que son esas decisiones las que impactan en la mente de los votantes. Que un simple gesto dice mucho de quién eres. Un gesto con el que busca situarse como héroe popular de su propia narración, una historia en la que ya no necesita, ni siquiera, intermediarios. ¿Para qué precisaba de un fotógrafo en aquel lugar, si había decenas de ellos dispuestos a captar el mensaje a través de sus teléfonos y a compartir la historia en las redes sociales? Pues eso. Un auténtico genio de la comunicación política que conoce como nadie dónde se han trasladado las audiencias.

Lo peor que le puede pasar a una historia, por tanto, es que sea incoherente, carente de atractivo y basada en una mala estrategia. Y, quizá, ese es mal del que sufre la política española. Que no genera emoción. Pero esa es una narración para otro día.

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