Podemos juega a todo o nada

Junio continúa. Cargado de un calor imprevisto, de acontecimientos asombrosos, de pies que caminan sobre el asfalto, casi a la carrera. Es un mes que no se molesta en hacer un parón, en detenerse ni un minuto, como si tuviera prisa en resolver. Porque después llegará el verano de verdad, la anemia de acontecimientos. Un periodo propicio para la exageración, las crisis y la astucia de las noticias que aprovechan para hacerse un hueco.

Este junio ha vivido de la resaca de unas elecciones europeas, de una izquierda que se fragmenta, que se va quedando sin su principal referente. Porque los tiempos han cambiado, las generaciones son otras, las prioridades no son las mismas y hasta las formas evolucionan. Y esa izquierda grande quiso quedarse a vivir en los ochenta. El siglo XXI la cogió con el pie cambiado y el electorado equivocado. Pero quizá, y solo quizá, España no pueda permitirse el lujo de vivir sin una izquierda inclusiva y amplia.

Pablo Iglesias lo ha entendido bien y se matiza en las entrevistas, hablando de patriotismo, de una Cataluña que no debe marcharse, y tomando distancia de Venezuela y de Ecuador. Renegando del asamblearismo duro, evolucionando de tal forma que reclama toda clase de triunfos para La Roja en el Mundial. Mudando la piel hasta que un día se presente como un socioliberal de toda la vida. “No hemos nacido para ser una fuerza testimonial”, asegura. Y dice bien. Aspira a más. Aspira a todo, ahora que el PSOE sufre de identidad. La situación de los socialistas no es buena para los socialistas, pero quizá, y solo quizá, no lo es para el país.

Mientras tanto, junio continúa con sus calores imprevistos, con un nuevo rey, con mil problemas sin resolver, con una sociedad que mira y espera. Y una izquierda fragmentada que no sabe qué hacer de sí misma.