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Ante todo, tranquilidad…

José Miguel González Hernández

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Las burbujas se vuelven un peligro, no cuando se hinchan, sino cuando revientan. Aunque, si cuando revientan están vacías, pues, bueno, nos llevamos un susto por el ruido de la explosión, pero poco más. El principal peligro es cuando están llenas. Y llenas de material tóxico. Además, no es lo mismo que vayan perdiendo presión poco a poco, por tener una inapreciable fisura, o que se rajen de repente y vomiten todo lo del interior en poco tiempo.

En el campo de la economía, burbujas ha habido muchas y de todo tipo, con más o menos explosividad. Algunas más grandes y otras más pequeñas que terminan por afectar a más o menos personas e instituciones. ¿Las peores? Las cargadas de un endeudamiento insostenible e impagable, razón por la cual hacen que su resonancia se amplifique.

El secreto del incremento, en algunas ocasiones real, pero en otras aparente, de los valores de determinados bienes hace que las personas entren en el juego sin preocuparse de la base sobre la que se asienta dicho crecimiento. El único trabajo que hay que hacer es el de encontrar a alguien que te crea y termine por comprar lo que tú dices al precio que tú dices, hasta que llegue el momento en que el valor de los activos deja de estar fundamentado y justificado de forma razonable.

Entonces es cuando la propia economía regula el precio para ajustarlo a su verdadero valor (no sin antes recordar a Antonio Machado, que nos decía que “todo necio confunde valor y precio”), llevándolo de nuevo a su origen y desembocando en un efecto estampida del activo que provoca un abrupto derrumbe de los precios y arrasa con todas las rentas de las personas u organizaciones que habían confiado en ese activo.

En la actualidad, hay precios que están escalando en altura, razón por la cual asistimos a una cierta ralentización del consumo privado. Por el contrario, los capítulos de inversión se siguen manteniendo. Es esta la causa principal por la que la tasa de crecimiento del producto interior bruto (PIB) se ralentiza, aun siendo positiva. Sin embargo, cuando la inflación relativa con el entorno aparece, la competitividad se resiente, razón por la cual el sector exterior de la economía ha tomado nota. Los sectores con mayor valor añadido parecen pausarse en beneficio del resto.

¿Y el empleo? Bien, gracias, aunque, como crece tanto o más que la propia tasa de crecimiento económico, la productividad no termina de despegar de forma ostensible y, por lo tanto, los salarios tampoco, aunque ahí habrá de incorporarse una esencial variable adicional como son los procesos de negociación colectiva, con el fin de combinar el poder adquisitivo con las ratios de competitividad empresarial. Y aún hay más. Incorporándole la incertidumbre del entorno a la ecuación según las turbulencias políticas y económicas existentes en la actualidad, todas las prospecciones parecen indicar desaceleración en alguna de las macromagnitudes.

Criptomonedas, el mercado energético y sus fuentes, determinadas altas rentabilidades derivadas de la denominada económica colaborativa u operaciones de crédito sin el necesario respaldo son, entre otras, las próximas tendencias sobre las que hay que prestar atención sin que por ello veamos que un precio crezca de forma vertiginosa y nos entre, de repente, el pánico.

Para evitar que nos confundan, solo hay que tener una máxima muy clara, y es que nada ni nadie ofrece euros a 90 céntimos, aunque, como nos recuerda Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima”. Así de sencillo. 

*Economista

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