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La verdad oficial de la abdicación

Nacho Martín, periodista.

Nacho Martín

Santa Cruz de Tenerife —

“Una mayoría prefiere a Felipe VI que a un presidente republicano”. Con este titular de periódico nos desayunábamos ayer por la mañana los españoles. Lo podíamos ver en papel, en el teléfono móvil, en la tableta o en el ordenador. Si se hubiera publicado hace veinte años, cualquiera lo habría situado sin ningún problema: es la portada del Abc, qué duda cabría. Pero la sorpresa habría sido mayúscula al comprobar que su procedencia real es El País. Y esto es grave.

¿Tiene algo de malo que un diario de información general tome posición en un asunto de máxima actualidad? En absoluto. Es algo completamente habitual y respetable. La anomalía está en que procede del medio del que procede, el oráculo de la progresía. Lo es porque se produce apenas unos meses después de que los directores de los dos principales periódicos de España hayan sido relevados, al parecer por presiones del Gobierno, sin demasiado ruido. Lo es por la uniformidad de posiciones que mantienen. Porque coincide con la autocensura practicada por el semanario El Jueves en su portada sobre la sucesión del rey Juan Carlos I en su hijo.

Lo es porque Rubalcaba prolonga su dimisión como secretario general de los socialistas para atajar lo que la prensa ha llegado a denominar “brote de republicanismo” en las filas del PSOE. Porque parece un apaño que se ha cocinado entre dos de forma rápida, para no dejar lugar a la respuesta de quienes se oponen a la gestión del proceso posterior a la abdicación. Porque saben que esa oposición existe y es amplia.

Personalmente yo nunca había asistido en este país a algo parecido. A un cierre de filas similar, a un intento tan evidente y aparentemente exitoso de imponer una versión oficial. Admito que me siento inquieto e incómodo. ¿De verdad se quiere construir un proceso de tanta trascendencia dejando de lado a varios millones de españoles? ¿Alguien ha meditado sobre la gravedad de todo ello? La última vez que se hizo algo así en un periodo aparentemente democrático el sistema fue llamado el de la Restauración. Y terminó en una república. La II.

Al igual que la trampa sobre el juego de portadas al inicio de este artículo, alguien dirá: “El que escribe esto es un republicano recalcitrante”. Y se equivoca. El que lo firma cree que, efectivamente, no es el momento de abrir el melón del cambio de régimen en España. Que no debe ser ahora.

Pero ha pasado a engrosar la fila de los indignados. De quienes consideran grosera esta forma de gestionar los asuntos públicos, de mangonear la democracia. Molesto por la manipulación, por la verdad única, por la falta de pluralismo, por la censura. Enfadado, en definitiva, por la falta de respeto a millones de personas que no piensan como yo.

Y, sobre todo, sorprendido por la torpeza. Por la enorme torpeza de creer que censurando el papel has acabado con el debate. Con un debate que no hace más que crecer y que fluye por mil canales que no puedes controlar.

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