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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

Algo bueno

César Martín

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Hice algo bueno y eso lo cambió todo. Solo fue un detalle, algo pequeño, insignificante. Tal es así que nadie sabrá jamás lo que fue. Ocupó el espacio de un caracter, el tiempo de un suspiro. Breve se deshizo el entuerto, rápidamente pasó inadvertido. De la hazaña, que para quien versa lo es, no daré cuenta, que no hay necesidad de ganar medallas, ni de obtener condecoraciones. El recuerdo, basado en cariños de antaño, fue el motor que removió lo necesario para obrar el milagro de la transformación. Ya no es igual que antes, aunque lo pareciera, ahora está el matiz, el punto que lo hace diferente, auténtico, único. Seguramente a nadie molestaría, bien es cierto que no dependían vidas de ello, pero reconforta saber que se pueden hacer las cosas de otra manera. Quizás lo veas y de pronto algo cambie en tu mirada. Puede que sonrías, cómplice del guiño, quién sabe, ¿acaso lo leerás?

Hice algo bueno y quizás no sea suficiente. Porque puede que no haya sido capaz de entender lo que necesitabas. En la bondad no reside el acierto. Cumplir a gusto del consumidor es tarea harto complicada. Adapté el discurso y aún así no logré convencer a la audiencia, triste condena para el mensajero. La bondad del acto no hizo justicia. Traté de alcanzar la quimera y me quedé en la incomprensión. La apuesta fue al doble y se quedó corta. Nada podía hacer para remediar el daño ocasionado, de eso me di cuenta después, y aún con todo lo volvería a repetir. Actos con vocación de fracaso pero nacidos del amor que sueña nuevas cotas, triste dicotomía. Y al final dolor… a quien no le vale el intento como recompensa se retuerce amargamente. No todo vale, ¿verdad?

Hice algo bueno y aun ando pagando el precio. Partí de la premisa de hacer el bien sin mirar a quién. Asumí el rol del buen samaritano sin tener en cuenta los límites de la enseñanza. Desbordé el ser y me llené de intenciones. Exploté en un mar de sensaciones incontroladas, fui yo mismo sin serlo. Luego, los créditos concedidos no fueron suficientes para salvar la empresa. Hipotequé un corazón sin saldo y cada mes hago frente a las letras que asumo con consumada abdicación. No me quejo. Conocía perfectamente el campo en el que invertía, lo que no supe fue calibrar el tamaño de las consecuencias. Imprudente, lo sé, arriesgado, también, lo admito, pero no supe ser de otra manera, aprehendí la norma como algo propio, como si me fuera la vida en ello, como cordero llevado al matadero. Sin camino de vuelta acepté la condena. ¿Saldaremos la cuenta algún día?

Hice algo bueno y sentí que valía la pena. Vacío de continente abrí una ventana que solo podía ofrecer aire fresco. Por primera vez en mucho tiempo dejé de negarme la oportunidad. En el hecho no estuvo el acierto, fue la emoción la que puso el contenido. Pasión y sueño. Tal vez no fue la mejor de mis versiones pero sí la más auténtica. Fueron muchas las vueltas, las idas y venidas, los compases de espera hasta llegar a aquí. En esta ocasión no era un novel en busca de una oportunidad. El otrora inexperto jugó a ser feliz y por fin sentí que era capaz. Hablaron las acciones sin dar tiempo a la lluvia de ideas. Sucedió lo imprevisto. ¿Acaso no hay tiempo para ser?

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