La cortesía y el buen rollito, desde luego, es una de las principales cualidades que suele adornar a los cargos públicos una vez toman posesión de los mismos. Sonríen, se alegran enormemente del teléfono móvil que les han adjudicado, charlan amigablemente con el conductor del coche oficial y anuncian a todos que su despacho “siempre estará abierto para lo que deseen”. Algunos incluso se atreven a darse un garbeo por las dependencias a su cargo para saludar uno a uno a los funcionarios, lo cuál tiene sus riesgos y en los dos sentidos. De un lado, que al funcionario en cuestión le dé ese día por el momento reivindicativo y le coloque al individuo tomante un paquete del quince acerca de la necesidad de dotar al servicio de más medios. O de otro lado, lo que le pasó a María Australia Navarro, que de improviso se encontró con que casi no había funcionarios a los que saludar en el centro directivo de Las Palmas. La doña se mosqueó, no sin razón. Menos mal que alguien telefoneó corriendo a Tenerife para que allí sí haya quorum.