Ocurre que determinados agentes de la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria tienen el gatillo fácil, van por la vida de aspirantes a rambos y se encomiendan a su primera reacción instintiva ante cualquier circunstancia en la que se requiere temple, prudencia y profesionalidad. Si ven a una chica con copas hablando por su teléfono en medio de la calle Buenos Aires, es más que probable que se dirijan a ella en un tono inadecuado para que se suba a la acera, y como se le ocurra a la joven desoír la orden, puede darse el caso de que la patrulla vuelva atrás y se tome el incidente a la tremenda, monte un operativo de detención, de pruebas de alcoholemia, de señorita, compórtese, y llame a una patrulla de refuerzo, de modo que lo que podría ser una tontería se convierte en un conato de batalla campal con incómodos testigos que lo piensan contar todo. Ocurre también que en la Fiscalía de Las Palmas existe una camada de jóvenes fiscales que acostumbran a divertirse muy sanamente cada vez que pueden, básicamente por los alrededores del barrio de Vegueta-Triana. Se lo pasan a lo grande pero, con ocasión de algún encontronazo con agentes de la Policía Local, tienen inveterada tendencia a darse a la tomadura de pelo y al cachondeo. ¿Que no cruzo por donde me sale de los cojones? ¿A que sí? Y se monta otro numerito con patrullas de refuerzo y atestados, con incidentes diplomáticos y otros inconvenientes.