La verdad es que llamar cumbre a los ejercicios espirituales que ahora le ha dado a Adán Martín por celebrar con sus altos cargos es un tanto pretencioso. De todos es sabido que, a pesar de que la madre naturaleza no le premió con el arte de la oratoria, al presidente le encanta una reunión más que a un tonto un lápiz. Otra cosa es que sean operativas, o que, como la de este martes en Agaete, cuesten un ojo de la cara y la yema del otro. Román Rodríguez, su antecesor, lo tenía ruelto de un modo más económico y a primera vista más operativo: iba consejería por consejería a reunirse con cada uno de los equipos directivos. Lo malo es que no había foto en color de portada, pero es que todo no se puede tener.