Mariano Rajoy dijo muchas cosas cuando era oposición. Se comportó como manda el manual del PP y aplicó esa máxima de mínimos que tiene bastante de marketing y muy poco de patriótica: “Cuanto peor, mejor”. Cualquier dato que reflejara agravamiento de la economía española y/o incremento del desempleo era automáticamente jaleado y amplificado sin mayores miramientos para situar en el entonces presidente Zapatero cualquier tipo de responsabilidad nacional, internacional e intergaláctica, tanto si era por acción como si era por omisión o sencillamente por pasar cerca. En los meses previos a la victoria electoral del PP, en noviembre de 2011, además de promesas ahora incumplidas hubo pronunciamientos muy sutiles, revelaciones para que los analistas políticos tomaran buena nota de cuál era la filosofía de Gobierno que se nos venía encima. Señales que sí se están cumpliendo casi milimétricamente. Uno de esos avisos a navegantes fue el que colocó a Mariano Rajoy como profundo admirador de David Cameron, el primer ministro británico que, con una sucesión interminable de estropicios, va camino de hacer buena a la dama de hierro, Margaret Thatcher, precursora incomparable de la demolición del estado del bienestar.