Pero finalmente, en esta agitadera de la pulsera verde, están los funcionarios del Cabildo, del Ayuntamiento y de la Autoridad Portuaria de Las Palmas. O por ser más precisos, el personal en precario que está donde está y no sabe dónde estará cuando el mandato acabe. O antes. Ese personal interino lo tiene crudo: o se pone la pulsera y la luce con orgullo, con garbo y con tronío, o le empiezan a caer cachetones a diestro y siniestro. No sólo de los jefes, que se hacen los locos y aparentan no fijarse en esas minucias, sino en los funcionarios pelotas -también encargados de lucir con mucho descaro el artilugio de silicona verde-. Son estos pelotas los que el martes, con ojos como chopas, mirarán a los ojos, también como chopas, del empleado interino preguntándole, con voz de ultratumba: “Pero, ¿dónde está tu pulsera?” Así que, hagamos las cuentas: 100.000 pulseras compradas en la China (ya serán menos); entregadas 10.000 en la plaza del Woermann (ya serán menos); quitemos doscientos o trescientos pelotas y meritorios (ya serán más), y sumemos un número indeterminado de funcionarios en situación de riesgo de reinserción laboral... ¡Pues ya quedan menos que repartir! Es una suerte.