Cantabria Opinión y blogs

Sobre este blog

SÁNCHEZ CONTINÚA La decisión
El discurso íntegro
El análisis de Ignacio Escolar
Encuesta

Las calles

No nacimos en Nueva York. No paseamos por la Quinta Avenida, no fuimos a comprar coriandro a las diminutas tiendas de Chinatown, no paseamos de la mano por Central Park, no lloramos nuestros fracasos junto al Hudson, no vimos partir a los barcos en el puerto, los barcos donde siempre viajaban otros. Las calles de nuestra infancia llevaban los nombres de almirantes muertos, de viejos sueños imperialistas rotos. Las avenidas de Nueva York aparecían en nuestra imaginación tamizadas con luz de celuloide; las calles de nuestra infancia, en el recuerdo, estaban veladas por la bruma que subía desde el mar.

Magallanes, Gravina, Cisneros y Cervantes. Los viernes de julio en la plaza de Cañadío, de madrugada, ignorando la lluvia. Nunca entrábamos en las cafeterías de Pombo. ¿Qué íbamos a hacer nosotros en las cafeterías de Pombo? Al otro lado de la ciudad tampoco había rascacielos, solo un palacio y un casino. La calle de la Reina Victoria era un envoltorio vacío en invierno. En la plaza de Italia los turistas despistados esperaban autobuses que nunca llegaban.

Arriba del todo del río de la Pila, antes del funicular hubo un laberinto de calles y escaleras. Las casas tenían cicatrices y arrugas, el color desvaído, la piel curtida por la sal y la arena. Hasta donde yo recuerdo siempre hubo dos ciudades, y la mejor de ellas duraba tres meses. Digan lo que digan, el año solo tiene dos estaciones, invierno y verano; por analogía, la vida solo contiene dos tramos: la juventud y todo lo que viene después... el resto son acotaciones imprecisas y una certeza: en verano todas las calles conducen al mar.

No nacimos en Nueva York. No paseamos por la Quinta Avenida, no fuimos a comprar coriandro a las diminutas tiendas de Chinatown, no paseamos de la mano por Central Park, no lloramos nuestros fracasos junto al Hudson, no vimos partir a los barcos en el puerto, los barcos donde siempre viajaban otros. Las calles de nuestra infancia llevaban los nombres de almirantes muertos, de viejos sueños imperialistas rotos. Las avenidas de Nueva York aparecían en nuestra imaginación tamizadas con luz de celuloide; las calles de nuestra infancia, en el recuerdo, estaban veladas por la bruma que subía desde el mar.

Magallanes, Gravina, Cisneros y Cervantes. Los viernes de julio en la plaza de Cañadío, de madrugada, ignorando la lluvia. Nunca entrábamos en las cafeterías de Pombo. ¿Qué íbamos a hacer nosotros en las cafeterías de Pombo? Al otro lado de la ciudad tampoco había rascacielos, solo un palacio y un casino. La calle de la Reina Victoria era un envoltorio vacío en invierno. En la plaza de Italia los turistas despistados esperaban autobuses que nunca llegaban.