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No importa la educación, importan los títulos

Santander —
3 de agosto de 2025 21:57 h

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La educación es el origen de todo y es probablemente la verdadera asignatura pendiente del país. Explica los negacionismos o que las opiniones ahora aspiren a tener más razón que las evidencias científicas. También nos hace menos vulnerables. Pero no solo la educación que aporta exclusivamente conocimiento -vamos a dejar a los expertos que vaticinen y arreglen lo suyo- sino la emocional y ética, cada vez más ausente en un escaparate utilitarista y consumista, un ecosistema hostil por el que resulta difícil caminar sin tropezar con contradicciones. Asumimos con indiferencia el genocidio en Gaza y, lo más que hacemos, es apagar el televisor o cambiar la mirada para que no nos perturbe.

Desde hace décadas se convive con la corrupción política con insuficiente reproche social. Cuántos alcaldes y otros altos cargos han sido reelegidos con entusiasmo en las urnas elecciones tras elecciones, sin importar la mancha o la sombra de ella en su expediente. El listón ético en lugar de estar más alto, está más bajo que nunca. En paralelo, hay más luces de alarma como la defensa de la verdad, que solo se reivindica cuando coincide con nuestros intereses particulares.

La educación solo interesa si es útil como trampolín para un futuro laboral brillante. No entendemos que necesitamos estudiar para saber, para pensar y para ejercer como ciudadanos críticos. Para qué queremos la libertad de expresión -preguntaba José Luis Sampedro- si luego no sabemos pensar y dejamos que eso lo hagan otros que nos quieren ciegos porque solo buscan nuestro aplauso como impulso electoral.

No interesa la educación, interesan los títulos. No interesa saber, interesa aparentar. Cada cierto tiempo detonan réplicas del terremoto de curriculums falsos con epicentro en la política. Estos días vemos cómo se está destapando una cadena de falsos títulos universitarios de políticos en activo, algunos de ellos ocupando cargos relevantes.

Una ministra socialista ha dicho, en su descargo, que no se les nombra por el pedigrí académico. La pregunta es si deberían nombrarse personas sin ética. Y la cuestión principal: si se puede confiar en aquellos que mienten en su propia biografía. El fraude prueba que su listón ético es insuficientemente alto como para gestionar asuntos públicos donde se ha de ser impecable. No es un pecado menor, es un síntoma, una señal de alarma de cierta laxitud moral que puede aplicarse a asuntos públicos y mayores, por eso conviene atajarse de manera radical.

Prevenir este fraude es sencillo: basta con exigir que presenten el título antes de colgar su currículum en la web de turno. Pero, a la vez, ese fingimiento tiene que conllevar un enérgico reproche social y una inhabilitación para la vida pública.

Curiosamente, ahora que es más fácil que nunca acceder a un título universitario -algunos de ellos cuestionables, proporcionados por sellos de dudosa procedencia- cada vez se falsean más los estudios en las biografías oficiales. Eso que en determinadas élites hacer una carrera universitaria es relativamente sencillo: ahí tenemos al eminente Pablo Casado, que aprobó el 70% de la de Derecho en dos años y trabajando -decía- al mismo tiempo.

Bastante agravio suponen estos privilegios para las personas que se han esforzado para ganarse -no comprar- un título como para que encima se añadan méritos que no tienen por la puerta de atrás de los másteres de Cristina Cifuentes o de la titulación que maquilló, durante años, la escueta biografía académica oficial de la alcaldesa de Santander, Gema Igual, como presunta diplomada en Magisterio, cuando solo fue aspirante. Aunque alegó que lo suyo fue un error informático. Como lo de Ana Rosa con el plagio de su libro. Le fue muy bien en ventas. Lo mismo que a Gema Igual, que estos días presume de que después de aquello fue elegida dos veces en las urnas.

Se legitiman los engaños con la complicidad de los ciudadanos que les votan. Así que ahora que se lo han recordado, encima, exige que “no se desentierren cosas de hace ocho años”. “No debemos admitirlo”, reprocha. La vergüenza cambia de bando: ahora van a resultar miserables quienes denuncian el fraude y no quienes lo cometen.

Como de aquellas no hubo consecuencias, años después se animó a imitarlos, entre otros, la diputada Noelia Núñez. Pero fue ambiciosa: triplicó la bola. Se adornó con tres títulos falsos de politóloga, de derecho y de filología. Nuevamente, como entonces, se han empezado a revisar currículums y han salido rana unos cuantos.

En cualquier caso, la penitencia es muy aleatoria: algunos pecados se indultan con tres avemarías y otros acaban en el infierno. Pero aunque se arrepientan, hay que expulsarlos del paraíso de lo público.