“Estoy viejo ahora y nunca más tomaré el sendero de la guerra -decía el caudillo apache Gerónimo en sus últimos días- pero si fuera joven volvería a tomarlo y me iría derecho a México”. Pero eso es porque el legendario jefe de guerra de los chiricaguas no tuvo la oportunidad de conocer la senda costera de Santander que, por otra parte, se parece mucho estos días a los restos de un fuerte de la frontera atacado por los bravos en busca de cabelleras.
Cuando los indios americanos tomaban el sendero de la guerra, lo hacían para defender a la propia tribu o bien para vengarse de sus enemigos y ese camino se mantenía en tanto el hacha no era enterrada, simbolizando el fin de las hostilidades.
El caso es que, tal y como publicaba eldiario.es el pasado jueves, el Ministerio de Medio Ambiente ha pagado ya a Dragados la suma de 635.000 euros después de que la presión popular paralizase las obras del famoso sendero del litoral. Y, vaya, viendo esas barandillas tiradas, esas maderas caídas sobre la hierba y ese desbarajuste azotado por el viento, bien parecía que el mencionado Gerónimo hubiera arrasado el rancho de la familia Bonanza.
Una golondrina no hace verano, pero es que vino después volando muy rápida y seguida la segunda, cuando en este mismo medio leíamos el domingo que la Consejería de Sanidad estimaba la necesidad imperiosa de invertir con carácter urgente 1,15 millones de euros en el recién estrenado Valdecilla para hacer frente a las carencias detectadas.
“Estos problemas son fruto de haber diseñado las instalaciones al margen del personal que trabaja en el hospital”, asegura la vicepresidenta de Cantabria.
¿Un déjà vu? Eso me pareció al principio, hasta que recuperé un periódico del fin de semana en el que El Langui, aunque celebraba su triunfo sobre la compañía que efectúa el servicio interurbano entre San Martín de la Vega y Madrid, no podía evitar la amargura de que “una vez más, los autobuses de la empresa contratada para el servicio desconocían las necesidades de los usuarios”.
Son demasiados casos a lo largo y ancho del país y ya hemos dejado de ser tan ingenuos como para creer en las casualidades. Estos son solo tres ejemplos tomados casi al azar de que, en España, primero gastamos el dinero y después pensamos en lo que de verdad necesitamos. Es como si no hubiéramos aprendido las lecciones de la crisis, como si el pasado reciente no fuera más que un mal sueño del que acabamos de despertar y del que pretendemos olvidarnos desayunando ostras y champagne.
Yo mismo me quedo a medias tintas pintando lo anterior como si la mala administración fuera un defecto nacional, algo así como decir tacos o farfullar en inglés. Ya no nos queda mucho sitio para la ingenuidad en un país en el que se nos han amontonado los líos de Valencia, con los chanchullos de Baleares y los manejos de Andalucía.
Alguna vez habrá que decir basta y aprender de los errores. No se si seremos capaces, porque lo primero que ha hecho el Ayuntamiento santanderino, después del meneo electoral, ha sido meterse en otro fregado en El Pilón, como si las lágrimas por Amparo se hubieran secado con el viento sur. Cualquier día nos sacan una estadística que lo desmienta, pero cada vez que veo ese vial casi desierto, por el que apenas circulan vehículos, recupero un hilo de fe.
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