CUENCA

Alba González Medina, profesora: “A ciertas edades, el algoritmo puede ser muy peligroso”

Regresamos a la sesión 11, en la que Irene Ortiz habló de fronteras y Teresa López Franco lo hizo de prisiones, para detenernos en la intervención de Alba González Medina. En ella, puso en relación su trabajo doctoral sobre el riesgo epistémico con otro de esos grandes dispositivos disciplinarios y biopolíticos descritos por Foucault, y diseñados para el control de los cuerpos y la gestión de la vida: los institutos, lugar en el que ejerce su labor docente.

Alba González asegura que no puede pensar desde la abstracción, sino desde su propia procedencia: un barrio obrero y una familia sin libros en casa. Desde ahí se articula también su relación con Sevilla y con el Sur, una relación ambivalente, entendida como lugar de salida y de retorno, al que vuelve cuando necesita entender algo. Pensar desde el Sur, plantea, no como una cuestión estética, sino como una posición material, histórica y afectiva, desde una geografía del pensamiento que no es inocente. “Yo estoy en Sevilla en mi integridad, y todo lo que hago está atravesado por ese desplazamiento constante entre lo que soy, de dónde vengo y el lugar donde enseño. Cuando dices de dónde eres, a veces parece que eso ya determina tu legitimidad para hablar o pensar”.

Desde ese pensamiento situado, reflexiona también sobre la docencia como un espacio atravesado por tensiones constantes entre pensamiento y práctica, “menos idealizado y más encarnado”. “La docencia me obliga a mirar la filosofía desde otro lugar”, afirma, “porque en el aula una se da cuenta de que la filosofía no tiene legitimidad por sí misma: hay que conquistarla cada día”. Ese trabajo cotidiano se desarrolla en condiciones materiales especialmente complicadas, porque “enseñar filosofía en institutos es hacerlo en condiciones materiales que apenas permiten nada: falta tiempo, falta espacio, falta estabilidad”.

En el aula una se da cuenta de que la filosofía no tiene legitimidad por sí misma: hay que conquistarla cada día

Entre las preguntas que le formulan sus estudiantes y aquello que no puede responder, Alba González Medina busca el diálogo entre la filósofa y la profesora de filosofía, intentando dejar atrás lo anquilosado para pensar los problemas del presente desde el aula. “La filosofía les interesa cuando abordamos cuestiones mucho más actuales; es ahí donde entran a participar en los debates. Lo que no les interesa tanto es la teoría clásica más pesada de la clase magistral, pero también tiene que ver con que, al final, son adolescentes y les mueve lo que les mueve. Son muy hormonales también”, comenta.

Su ámbito de estudio académico es la epistemología social, una rama de la filosofía que estudia qué grupos quedan marginados de la participación en el conocimiento o qué grupos gozan del privilegio epistémico cuando se dan testimonios.

Desde ahí, sitúa una reflexión que conecta directamente con su experiencia docente. “Ha habido un testimonio que ha tenido el privilegio de la razón y de la verdad, asociado al estereotipo de hombre blanco, cis, hetero y occidental”, apunta. “Los testimonios que no encajan en ese marco se quedan fuera, aunque no de forma consciente: son prejuicios actuando en nuestro imaginario colectivo. Depende de tu identidad: si perteneces a un colectivo afectado de manera negativa, lo que digas se recibe como menos válido. Lo que determina que unas historias circulen y otras no es quién ha tenido voz en el espacio público, porque no todos los grupos tienen voz”.

Podemos pensar que se trata de un tema muy académico, pero esa reflexión está profundamente ligada a su día a día en las aulas, en especial a las cuestiones de vulnerabilidad y salud mental en las clases de Secundaria. “Muchos estudiantes están rotos antes de llegar al aula; no es algo que la escuela produzca, pero sí algo que la escuela recibe. A veces me dicen: ‘profe, es que no puedo más’, y yo no tengo herramientas institucionales suficientes para acompañar eso. La salud mental no es un problema individual: es una condición estructural que atraviesa todos los cuerpos, aunque afecta especialmente a los más vulnerables”, relata.

Unos problemas que se ven agudizados por el actual ecosistema digital. Alba González advierte de que “los algoritmos pueden ser muy peligrosos”, especialmente “a estas edades, porque son muy vulnerables”. Señala que la exposición a determinados contenidos en redes sociales no es neutra y que puede convertirse “en un vector de radicalización si no se aborda desde una mirada crítica”. Describe situaciones muy concretas, “hay chicos de 14 o 15 años que tienen malas experiencias con chicas o están frustrados porque les rechaza la que le gusta, y ahora ven a un youtuber diciéndoles cualquier barbaridad. Acaban comprando el discurso porque al final son edades muy vulnerables”.

Ese proceso, detalla, no suele producirse de forma abrupta, sino a través de una lógica de repetición y refuerzo. “Lo que te sale una vez en el algoritmo te resuena, empiezas a ver más, más, más y cada vez se va radicalizando más, más y más”. En ese contexto, subraya, la ultraderecha cuenta hoy con un enorme altavoz en las redes sociales, capaz de captar a adolescentes en momentos de fragilidad.

Frente a este escenario, reivindica el papel de la educación como espacio de reflexión y de intervención, insistiendo en que “hace falta que tengan herramientas” y en “enseñarles a decir: oye, mira, no compres este discurso”, dotándolos de recursos para detectar falacias, bulos y estrategias de manipulación, aprender a contrastar la información y no creerse todo lo que ven.

Ese conflicto se intensifica, además, con la irrupción de la inteligencia artificial en el ámbito educativo. Alba González reconoce que su introducción está siendo especialmente compleja, en parte porque muchos docentes reaccionan desde la prohibición y el rechazo: “Con la inteligencia artificial es complicado, porque desde el ámbito educativo muchos docentes lo que están haciendo es ponerse en contra y directamente machacar”.

Según observa, en lugar de asumirla como una realidad y enseñar a utilizarla de forma crítica y productiva, se intenta erradicarla de raíz, empujando la educación hacia modelos más antiguos de control, como el retorno al examen tradicional y a la memorización. “La educación va a volver al examen tradicional de estudiar de memoria y tal”, advierte, “como respuesta inmediata al miedo y a la falta de comprensión, aunque recuerda que la influencia del contexto tecnológico va a existir siempre, porque nadie es independiente de él”.

“Lo que hace falta es que le ayudemos a tener herramientas”. Porque, concluye, en un contexto atravesado por la inteligencia artificial, distinguir entre lo verdadero y lo falso resulta cada vez más difícil.

*Nota de los autores: la entrevista con Alba González Medina se realizó poco antes de su participación en la 11.ª sesión de Sagita Magma. Seminario-Dopamina. Estética Política y Ontología de la Comunicación, celebrada el 3 de diciembre de 2025 en el Centro Cultural Alfarería Pedro Mercedes. La sesión, titulada ¿Quién contará nuestra historia? Identidad, memoria y márgenes del olvido, fue un encuentro en el que participó junto a Irene Ortiz y Teresa López Franco. Este ciclo está coordinado por Ignacio Escutia, Andrés M. García Romero, Laura Budia Piña y Marina Álvarez, y se desarrolla con la colaboración de la Facultad de Bellas Artes, la Facultad de Comunicación y la Facultad de Educación y Humanidades, así como de Lamosa Lab, en el marco de Sagita Magma + Xtra-Poetry. El seminario se prolonga hasta mediados de diciembre, con un total de trece encuentros que entrelazan filosofía, arte y pensamiento crítico.