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Sobre este blog

Este blog es un espacio de colaboración entre elDiario.es de Castilla-La Mancha (elDiarioclm.es) y el Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha para abordar diversas cuestiones sociales desde la reflexión, el entendimiento y el análisis.

Sobre la confianza (y lo que nos jugamos con ella)

Profesor de Sociología en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)
EFE/ Luis Millan

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Decía mi colega el sociólogo Juan García que la confianza es como la virginidad: solo se pierde una vez. Creo que es una gran verdad. El tema de la confianza cobra especial relevancia en nuestras sociedades contemporáneas, en las que dependemos tanto los unos de los otros y en las que resulta tan difícil (por no decir directamente imposible) tener control sobre todos los elementos que condicionan nuestra vida. Confiamos en la habilidad del piloto que debe aterrizar nuestro avión y confiamos en la capacidad del conductor del autobús para que nos lleve a nuestro destino sanos y salvos. Confiamos en el criterio del médico que nos examina y confiamos en la eficacia del bombero que nos auxilia. Pero ¿confiamos en la imparcialidad del inspector, en la competencia del educador o en el buen juicio de quienes nos gobiernan?

Las crisis de confianza son auténticas vías de agua en el casco del barco de cualquier sociedad y por ellas se cuelan pensamientos que amenazan con socavar toda la legitimidad de los saberes expertos. Cuando algo así se produce, cuando el experto es visto como un farsante o un corrupto, es probable que ese vacío se llene de “soluciones” (ocurrencias) individualistas, de planteamientos negacionistas más o menos perniciosos o de una versión del “cuñadismo” (creer que sabemos de todo) de claras consecuencias antisociales.

Los españoles, los partidos políticos y la confianza

El Estudio sobre confianza en la sociedad española, llevado a cabo por la Fundación BBVA a finales de 2022, señala que los españoles, en general, muestran un nivel relativamente elevado de confianza en los demás, siendo mayor este valor a medida que se va estrechando el círculo de relaciones. Así, se confía más en la familia que en los amigos, más en los amigos que en los vecinos cercanos y más en estos que en el común general (“la gente de este país”). A nivel institucional, los resultados de esta encuesta van en línea con los de los estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), al ubicar en las primeras posiciones, en cuanto a confianza se refiere, a instituciones o grupos como los médicos, el ejército, la policía o los medios de comunicación, ocupando las últimas posiciones de la escala los partidos políticos o los sindicatos. La “imperfección” de la política es una cuestión recurrente en los estudios de opinión cuando se pregunta acerca de los principales problemas que sufre el país.

Así, en el último barómetro de opinión del CIS, publicado en julio de este año, “el mal comportamiento de los/as políticos/as” aparece identificado como el cuarto problema más importante de España, solo por detrás de cuestiones como el paro, la crisis económica o los problemas políticos (los cuales, a su vez, seguramente tienen que ver, en el imaginario colectivo, con el propio desempeño de los profesionales de la política). ¿Qué futuro aguarda a una sociedad que ha perdido la confianza (o la fe) en sus políticos? ¿Tiene arreglo esta situación, cuando ya se ha quebrado esa confianza?

Pensar que nuestra sociedad está muy politizada se ha convertido en un lugar común, una opinión en torno a la cual existe un elevado grado de consenso. Todo lo que aparece de alguna manera vinculado al ámbito partidista acaba inevitablemente “contaminado”. Así, causas absolutamente transversales, como el feminismo, las vacunas o la lucha contra el cambio climático, acaban siendo cuestionadas por hallarse demasiado cercanas a determinados colectivos (partidos) o por ser defendidas por ciertos sujetos particulares, siempre perfectamente identificables con una determinada ideología partidista.

Durante la pandemia, de hecho, se abrió peligrosamente la puerta a la desconfianza con respecto a la Ciencia (que siempre ha ocupado un lugar preeminente en cuanto a confianza y respeto por parte de la ciudadanía), por cuanto apareció demasiado “encarnada” en una figura concreta, muy cercana al Gobierno de turno. Ante esa identificación, no fueron pocos quienes abogaron por convertirse en supuestos expertos en epidemiología (o en vacunas), desarrollando una curiosa versión de “pensamiento crítico” que presentaba evidentes problemas para el conjunto de la sociedad. Se estaba resquebrajando la confianza en la Ciencia, con todo lo que eso implica, por presentarse como dependiente de la Política. No sabemos si esas heridas se habrán restañado. Y esto no es, en absoluto, una cuestión menor.

La confianza como necesario elemento de cohesión social

Nos ha costado mucho llegar hasta donde estamos. El individuo fue cediendo libertad de actuación (hacer lo que le venía en gana) a cambio de seguridad y de servicios (que otro te defienda, que otro te cure, que otro te eduque). Se trata de un largo proceso histórico en el que la comunidad, representada por el Estado, fue sembrando confianza, que necesitaba quedar luego refrendada por los hechos: “sí, tienes que someterte a reglas, pero sales ganando con el trato, porque fíjate todo lo que podemos hacer por ti si nos unimos...”. Sin confianza, depositada y correspondida, no se hubiera dado ese progreso. Sin confianza no habría cohesión social.

Creo que no somos conscientes de lo que nos jugamos cada vez que se transgrede una norma y se traiciona la confianza que la colectividad ha puesto en un determinado cargo. Cada vez que se vulnera una ley (cristalización del pacto entre individuo y sociedad) se da un paso más hacia el desengaño. Y el descreimiento y la sensación de abandono pueden acabar llevando a la gente a recurrir a sustitutos (negacionismos, radicalismos…) ciertamente indeseables. Si queremos vivir en comunidad (y ciertamente deberíamos desearlo, habida cuenta de lo poco atractivo de las alternativas), debemos poder confiar en que el trato será estable. Nadie quiere jugar con quien hace trampas según le conviene. Y nos estamos jugando la permanencia de la vida social. Nada menos.

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